Coescrita con Rodrigo del Río, licenciado en Literatura UC y doctor en Lenguas y Literaturas Romances, Universidad de Harvard
El bombardeo de Estados Unidos a Irán es la manifestación más explícita de que el orden liberal en el que se organizó el mundo durante los últimos 35 años está llegando a su fin. El aumento de los conflictos, desde guerras prolongadas hasta rivalidades tecnológicas, obliga a replantearse la estrategia de inserción de Chile. Hoy, la paz liberal se resquebraja: hay 61 conflictos y guerras activas, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial, y el gasto militar global subió por décimo año consecutivo hasta alcanzar los 2,7 billones de dólares en 2024, lo que supone el mayor incremento anual (9,4 %) desde la Guerra Fría, con alzas simultáneas en los cinco continentes.
Tras el ataque de Estados Unidos, Netanyahu afirmó: "El presidente Trump y yo decimos con frecuencia que la paz se logra con fuerza. Primero, la fuerza; luego, la paz", como si los ejércitos ya hubieran sustituido a las instituciones internacionales.
Del liberalismo al realismo
En el ámbito de las Relaciones Internacionales, el realismo parte de la premisa de que los Estados sin autoridad supranacional efectiva actúan para maximizar su seguridad y su poder relativo. Las normas y el libre comercio solo importan en la medida en que sirven a esos intereses. Este giro realista se ha acentuado: la búsqueda de "ventajas competitivas", que se sustentaba en mercados abiertos, cede paso a "estimaciones estratégicas" en mercados con bloqueos geopolíticos; se vuelven a calcular las cadenas de valor en clave realista y regresan las políticas industriales. Para países medianos como Chile, avanzar hacia una lógica de bloques supone una presión creciente para posicionarse.
La tradicional estrategia de mantener vínculos diversos sin alineamientos rígidos se vuelve más difícil de sostener cuando el escenario internacional se reconfigura en torno a la seguridad. Frente a este nuevo escenario, marcado por exigencias propias de un enfoque realista, Chile tiene tres posibles rutas estratégicas.
La primera alternativa es que nuestro país adopte la política de una multipertencia activa. Esta ruta implica mantenernos abiertos, diversificar socios y, sobre todo, coordinar con otros países medianos (Nueva Zelandia, Canadá, Corea, Perú, etc.) para reforzar foros donde la no alineación pragmática sea viable. Un horizonte de multipertenencia, sin embargo, requiere una inversión significativa en diplomacia creativa para que las reglas -no los vetos- sigan rigiendo el comercio, la gobernanza digital o la electromovilidad. El mayor problema es que Chile aún no ha hecho este esfuerzo y los frutos al largo plazo de la multipertenencia exigen experiencia e infraestructuras maduras de diplomacia compleja.
La segunda ruta es que Chile opte por un blindaje selectivo. Esto se materializa en reconocer que ciertos sectores ya están geopolitizados, como los minerales críticos, la ciberinfraestructura o la energía. Esos sectores, por tanto, serían la brújula para priorizar acuerdos con socios que compartan principios e intereses de seguridad. En los otros ámbitos, se podría continuar apostando por mercados abiertos con los posibles bloqueos que pueden tener nuestros productos principales. Esta estrategia exige definir, con precisión técnica y política, qué industrias son "críticas" y diseñar márgenes de maniobra para no aislar la economía. Su implementación requiere menos tiempo, pero necesita un acuerdo serio entre los tomadores de decisiones y las élites políticas y económicas de actuar coordinadamente para proteger los intereses de Chile en este escenario internacional.
Una tercera ruta es tomar la decisión de integrarnos a un bloque afín y concentrar las relaciones económicas, tecnológicas y de defensa en ese eje. Este sería el caso que está tomando gradualmente la Argentina de Javier Milei, en su defensa sin opacidades de Israel, o, en una versión algo distinta, la posición afirmada en carta a El Mercurio por Benjamín Salas, Klaus Schmidt-Hebel e Ignacio Briones, en su negación de plano a la participación de Chile en los BRICS, ambas políticas instalando a sus respectivas naciones en el área de influencia de los Estados Unidos. Sería la ruta más clara, pero también la más costosa en autonomía y capacidad de adaptación si el equilibrio global vuelve a moverse.
La urgencia de un consenso estratégico para Chile
Cualquiera de las tres vías reclama algo que escasea: consenso nacional. Cualquiera sea la estrategia adoptada por Chile, lo más peligroso sería quedar atrapados entre nostalgias y temores paralizantes ante la fractura internacional. La cuestión de fondo hoy es qué grado de autonomía estratégica queremos conservar y cuánto estamos dispuestos a invertir en tecnología, en capacidades nacionales y en otras formas de diplomacia (tanto científica como cultural) para sostenerla.
Es la hora del debate honesto entre los que creemos en la independencia y la protección del interés nacional de nuestro país. "Esta noche es una noche histórica para el Medio Oriente", expresó Netanyahu. Y tiene razón. Es la noche del liberalismo internacional. Pero mientras se desmontan sus grandes monumentos en la oscuridad de la guerra, todavía nos queda el refugio resiliente y pacífico de nuestra tierra natal. Chile es la esperanza de Chile.
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