En la calle y en el Excel

La crisis de salud mental en niños, niñas y adolescentes ya no es un diagnóstico nuevo. Es una urgencia instalada, visible y -como han señalado recientemente distintos expertos y alcaldes- una epidemia silenciosa que atraviesa escuelas, familias y territorios con un costo emocional profundo. El desafío ya no es identificar el problema, sino implementar soluciones que lleguen a tiempo, permanezcan y transformen.

Y es ahí donde vale la pena detenerse en un componente que muchas veces queda fuera del diseño técnico: la empatía. No como emoción blanda, sino como herramienta estructural. Como una ventaja comparativa real que, bien incorporada, permite que los programas sociales no solo lleguen, sino que se sostengan y hagan sentido.

En política pública y acción social se habla cada vez más de evidencia, impacto y escalabilidad. Es una buena noticia: el sector ha madurado. Hoy se espera que las intervenciones tengan modelos claros, resultados medibles y posibilidad de réplica. Y eso es necesario.

Pero esa profesionalización -urgente y positiva- no puede dejar de lado el vínculo. Porque sin conexión no hay adherencia, y sin adherencia, ningún diseño funciona. El psicólogo Jamil Zaki, profesor de Stanford, lo plantea con claridad: la empatía no es un rasgo innato, es una habilidad entrenable. Estudios en neurociencia han demostrado que, al observar el dolor ajeno, el cerebro activa las mismas zonas que cuando se experimenta dolor propio. La empatía, por tanto, no es solo deseable: es una respuesta biológica con efecto social.

Empatizar, sin embargo, no es simple. Requiere detenerse, escuchar, dejar de asumir. Implica diseñar desde la realidad de quienes viven los problemas, no desde la lógica de quienes los miden. Y eso exige tiempo, método y voluntad.

Lo sabemos bien. Cuando se construye un emprendimiento social desde cero -como hicimos con Fundación Familias Primero- se aprende rápido que la empatía no es un gesto, es una necesidad operativa. Si no logras conectar con las personas a las que buscas acompañar, ningún modelo técnico se sostiene. Y si no lo mides, no mejora.

Esa doble exigencia -estar en la calle y en el Excel- es parte del desafío. Nos obliga a combinar datos con vínculo, estructura con escucha. A trabajar con modelos rigurosos sin olvidar que cada niño, cada madre, cada comunidad tiene una historia que importa.

En nuestro caso, hemos acompañado a más de 10.000 familias en más de 100 comunas de Chile. Lo hacemos con metodología, formación y seguimiento. Pero también con algo que no siempre aparece en los informes: la construcción de confianza. Cuando una madre se siente acompañada, su hijo aprende mejor. Cuando una tutora conecta desde el respeto, el cambio ocurre.

Si realmente queremos responder a la crisis de salud mental infantil -no solo con diagnósticos, sino con soluciones- debemos volver a mirar el vínculo. El bienestar emocional no se impone: se construye. Y en esa construcción, la empatía es clave. Porque en un ecosistema donde muchos proyectos compiten por los mismos recursos, la empatía sigue siendo el diferencial silencioso. El que permite llegar, quedarse y transformar. El que da sentido.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado