Septiembre suele asociarse en Chile con la primavera, las celebraciones y un renacer de colores. Pero en la esfera científica, este mes es también un punto de convergencia: congresos de nanotecnología se multiplican en Europa, Asia y Medio Oriente, desde París y Roma hasta Dubái y Singapur. Miles de investigadores, académicos y representantes de la industria se congregan para discutir no solo avances técnicos, sino también cómo estas innovaciones transformarán la salud, la energía, la agricultura y la sustentabilidad del planeta.
Que septiembre concentre tantos encuentros globales no es casual. La nanotecnología ya no es una promesa: es uno de los motores de la ciencia contemporánea, con aplicaciones decisivas en la transición energética, la medicina personalizada, la producción de alimentos y la mitigación del cambio climático. Lo nano, invisible al ojo humano, se ha convertido en el campo donde se juega gran parte del futuro tecnológico y económico de la humanidad.
Los focos temáticos de estos encuentros son ilustrativos. En Roma, se discute cómo la nanotecnología puede revolucionar la agricultura frente a la crisis alimentaria global. En París, se ponen en relieve los nanomateriales para energía limpia y terapias de precisión. En Dubái, la agenda se cruza con la diversificación económica y los desafíos regulatorios. Y en Singapur, la Nano Today Conference reúne a los referentes de frontera que están definiendo los próximos pasos de la disciplina.
Estas reuniones son más que citas académicas: reflejan una comunidad científica globalizada que reconoce que los grandes desafíos actuales, seguridad alimentaria, acceso equitativo a la salud, transición energética y crisis climática, exigen respuestas transversales y multidisciplinarias. Y la nanotecnología no solo aporta soluciones; redefine la manera en que se entienden estos problemas.
Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿y Chile? La respuesta es ambivalente. Estamos presentes, con centros de investigación que ya dialogan con la frontera internacional en áreas como nanoseguridad, nuevos materiales y aplicaciones biomédicas. Pero también es evidente que avanzamos a un ritmo menor que otros países. Nuestra participación en estos foros existe, pero aún no logramos posicionarnos como referentes.
El desafío es doble: seguir produciendo ciencia de excelencia y, al mismo tiempo, acelerar su traducción en políticas públicas, marcos regulatorios y soluciones industriales. Hoy, Chile carece de una estrategia nacional robusta en nanotecnología. La ausencia de políticas específicas y de incentivos claros limita que los descubrimientos en laboratorios se conviertan en innovación real para la sociedad. Si no abordamos esa brecha, corremos el riesgo de quedar en la periferia de una transformación global.
No se trata de un lujo ni de un capricho académico. Pensemos en el potencial de la nanotecnología para crear cultivos más resistentes en medio de sequías, para detectar enfermedades antes de que aparezcan síntomas, o para mejorar radicalmente la eficiencia energética. Cada uno de estos ámbitos tiene impacto directo en la vida de las personas y en la competitividad económica del país. Ignorarlo sería un error estratégico.
Por eso, septiembre es más que el mes de la primavera. Es una invitación a mirarnos al espejo global y preguntarnos qué lugar queremos ocupar en la revolución nano. Chile tiene talento, experiencia acumulada y capacidades instaladas. Lo que falta es voluntad política, inversión sostenida y una articulación real entre Estado, academia e industria. En este contexto, el mensaje es claro: la nanotecnología no es solo ciencia; es un componente estratégico del desarrollo. Si Chile quiere estar en la primera línea de la transformación global, debe asumir desde hoy que lo nano es parte esencial de su futuro.
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