El "clima" que llega a nosotros desde las agencias informativas y su reflejo en los medios nacionales, indica que habrá un estrecho resultado en las ya inminentes elecciones presidenciales y parlamentarias en Estados Unidos.
Hay dos visiones en juego.
El discurso demócrata que incluye las propias intervenciones de Hillary y Bill Clinton, así como los énfasis reiterados por el actual mandatario Barack Obama y su esposa Michelle, insisten en el reconocimiento de la diversidad como factor esencial de la potencia de Estados Unidos como nación. Su interpelación es una convocatoria intensa a considerarse una sociedad sin fronteras étnicas o raciales, religiosas o de clase, de género u origen geográfico.
La propuesta de "igual ciudadanía" para millones de indocumentados, realizada por Clinton para los inmigrantes que se juegan allí su destino, contiene un valor humanista que marca una nueva visión, la que debiese tener ese país de su propia identidad, que confirma y renueva rasgos de sus raíces y configuración donde el enorme peso de la inmigración fue determinante para la ocupación de su extenso territorio.
Luego desde el siglo XIX, esa nación acogió una amalgama de latinos, africanos, europeos de variados orígenes, incluyendo casos tan distintos como intelectuales judíos perseguidos y científicos de pasado nazi en temas castrenses. Asimismo un variopinto y multitudinario elenco de asiáticos, árabes y oceánicos hoy le imprimen su diversidad al carácter que asume ese país, el mismo que contradice "el sueño americano" de la pureza racial de muchos expansionistas.
Es lo que reivindica Trump con su apelación a los "bajos instintos" del ethos yanqui, a la adoración de la preeminencia estadounidense y la reafirmación del carácter patriarcal, de aquel macho, étnicamente blanco, poderoso y hegemónico, chovinista y ultranacionalista, cuyo ideal es un mundo obediente por la sola supremacía del poderío bélico gringo, su idea más reiterada habla por sí sola, que los Estados Unidos, vuelva a ser lo que "fue", a retomar su "grandeza" como gran potencia.
Además, se trata ideológica y socialmente del jerarca que ordena a su subalterno, apelando al afán de revancha de aquel que proveniente de los estratos sociales segregados, presume de su derecho primigenio al territorio y reclama cerrar la puerta a los que le puedan competir, de modo que ve en el inmigrante el adversario que debe ser erradicado, incluso con un "muro", son los conservadores de clase baja, algunas vez Marx uso el término lumpen, para referirse a este grupo social retrasado en la Europa de la primera revolución industrial.
En la visión de país, los liderazgos de Clinton y Trump, marcan severas diferencias en las políticas sociales y se atacan ásperamente, es claro que en el debate ha reemergido el valor de lo público luego del largo ciclo neoliberal, la deidificación del mercado se repliega y Triumph paga por ese costo. Eso lo deja en lo rudimentario, que cada uno se las arregle como pueda, con su "trabajo".De cómo podrá ocurrir aquello no hay palabra.
Entre ambos hay una insalvable distancia cultural, Clinton apela al argumento y el raciocinio, Trump a la xenofobia y la conmoción. Hay una diferencia civilizacional entre ambos, Clinton argumenta y es visible su esfuerzo para que gane la diversidad que conlleva pluralismo, por sobre la gris defensa de la uniformidad y el machismo. Trump, más allá de sus desatinos, apuesta a la rudeza de aquel que desprecia la política, que rinde culto a la vulgaridad y se marea con la amenaza de la fuerza y la descalificación de las ideas distintas.
Por momentos, emerge la duda acerca de si la humanidad, después de una larga vuelta en espiral, en un estadio superior económica y tecnológicamente hablando, está recreando una histeria similar a la que se generó al término de la primera Guerra Mundial, el clima xenófobo desde el cual emergió la locura nazi, criaturas agresivas, belicistas, racistas, que se mueven tras un visceral rechazo de las transformaciones culturales, valóricas y espirituales del nuevo ciclo globalizador.
Así como unos ven en la potencia de la diversidad la llave del futuro, otros pretenden regresar al período de dominación "yanqui", uniforme y gris, suprimiendo las complejidades que ha contraído el desafío humano en el siglo XXI. Esa actitud, en rigor, profundamente reaccionaria de querer volver al pasado, al que ya no es posible volver, es la que se juega en el reto entre Clinton y Triumph.
Los fantasmas de la agresión y la intervención, del fascismo y la segregación, el racismo y la exclusión están vivos y vuelven a intimidar con su sombra amenazante. Es de esperar que sean derrotados.
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