"Ojo por ojo, y el mundo quedara ciego", Mahatma Gandhi.
Afganistán pone fin a un ciclo de dominación, sellando el término de la hegemonía total y absoluta del imperio norteamericano, en ese empobrecido país. Invasión que ejerció sin contrapeso desde la caída del Muro de Berlín, y el desplome de la URSS, en el llamado contexto de la Guerra Fría, cuyo poder bélico era incontrarrestable.
Permítame calificar como vergonzosa, lindando en lo humillante, la desesperada huida de los soldados conquistadores que, por más de dos décadas, permanecieron en territorios totalmente ajenos.
La toma acelerada de Kabul, su capital, por parte de los talibanes, fue solo en horas y no como lo pronosticaron los fallidos servicios de inteligencia –como la CIA-, que estimaban la llegada de las fuerzas rebeldes en al menos tres meses. Un nuevo error de cálculo, con desastrosas consecuencias, y el mundo presenció horrorizado, como caía el imperio más belicista del siglo.
El zafarrancho de la precipitada estampida, casi cinematográfica, con características hollywoodenses, de tropas norteamericanas arrancando despavoridos, fue un patético espectáculo verdadero y lamentable: Sálvense quien pueda y como puedan.
Los aliados de la OTAN, adláteres de USA, también tuvieron que sumarse a la fuga y evacuar antes que se cumpliera el ultimátum del 31 de agosto de 2021, o atenerse a las consecuencias de una matanza indiscriminada, de civiles y militares aún sin poder subirse a un avión de rescate.
Hordas de refugiados intentando escapar por distintos medios, solicitando asilo humanitario, donde fuera y como fuera, dejando atrás su tierra natal y bienes materiales a cambio de la vida.
Un papelón histórico, cuya operación e invasión concluyeron en una nueva derrota total de los Estados Unidos de Norteamérica, algo muy similar a lo sucedido en Vietnam, donde los resultados fueron un holocausto sin retorno.
Transcurrieron cuatro administraciones en USA. Ninguna fue capaz de visualizar el fracaso. Los presidentes electos y sus comandantes en jefes son los responsables sin duda, de una guerra con miles de víctimas inocentes especialmente niños, mujeres y ancianos.
Afganistán, como en otros países árabes, aparece, crece y se afianza el feminismo islámico, que las mujeres musulmanas sienten como propio, integrado a su hábitat. Defenderán sus derechos civiles y libertades propias sin que les sea impuesto desde otras culturas y creencia occidentales.
Implica esta capitulación, por otra parte, una cuantiosa pérdida económica comercial de los EE.UU.: oleoductos y gaseoductos estratégicos en la provisión de energía en Asia central, además pierde el comercio ilegal de las amapolas y la heroína con el concebido narcotráfico.
Su influencia en la zona decrece y se debilita mientras tantos sus eternos enemigos naturales como China se hace fuerte y poderosa. Rusia comienza a rearmarse y reaparece como una potencia mundial de temer, en busca de una buena mascada de materias primas.
Tal como señalara el doctor Jorge Palma, destacado analista, lo más sustantivo es la derrota ideológica, tras 20 años de intervención militar, adoctrinamiento cívico y proselitismo político, no fueron capaz de vencer a los rebeldes talibanes y muyahidines, con su escuálido y vetusto armamento.
"David contra Goliat", los afganos lucharon con convicción, patriótica, y fe religiosa, donde el Corán, es su principal fuente de inspiración libertaria, frente a un poderoso enemigo que carecía, ni sentía ningún ideal que defender.
La última imagen que nos queda son 13 jóvenes marines devueltos a su patria en ataúdes. Un auto bombardeado en represalia donde seis niños mueren brutalmente, y miles de afganos, que imploran a Ala por una paz duradera.
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