En respuesta a una columna de mi autoría, don Hernán Fischmann recurre a la vieja táctica sionista de culpar al pueblo palestino por su situación y nos insta a debatir con la razón. Respondo que, para eso, se requiere contar con evidencia histórica y precisión en las citas. Se afirma que omití la base jurídica de la creación de Israel. Dije textualmente: "Israel alega desconocer autoridad a la ONU para dichos pronunciamientos; pero, convenientemente, sólo se la reconoce en cuanto a la resolución que determinó la partición de Palestina y la creación del Estado de Israel". Me referí así a la 181 y a las resoluciones posteriores que demandan el retorno de los refugiados, el retiro de Israel a las fronteras anteriores a 1967, el fin de la colonización ilegal de tierras palestinas, y otras, todas las cuales han sido incumplidas por Israel. El sionismo tendrá que explicar por qué si la primera resolución de la ONU la considera válida, ninguna de las siguientes le resulta aceptable. ¿Culpa de los palestinos tal vez?
Se dice además que la resolución de partición otorgó a los palestinos la mayor parte del territorio. La aritmética dice lo contrario: La ONU asignó al Estado judío aproximadamente un 57% del territorio y el resto, a los palestinos. Se afirma que en 1967 los árabes iniciaron otra guerra, pero fue claramente Israel el que la inició, con un ataque sorpresa. Hoy día es mayoritaria la convicción de que Israel no corría peligro, pretexto que fuera utilizado para el ataque; importantes historiadores israelíes avalan esa conclusión e incluso Miko Peled, hijo de uno de los principales generales israelíes que combatió en ella.
Se me atribuye también desconocer el peso cultural y moral de la Biblia, cuando señalo a los palestinos como ocupantes ancestrales. Pues bien, dicho libro que, debe recordarse, fue redactado por hebreos, nos cuenta que éstos entraron a sangre y fuego a la Tierra de Canaán, que pertenecía a los cananeos (uno de los pueblos ancestrales de los palestinos) y ejecutaron el anatema (destrucción holocaustica) de la ciudad de Jericó, "con todo lo que había, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, bueyes, ovejas y asnos, a filo de espada" (Josué 6, 21). Se reconoce sin ambages que conquistaron de ese modo una tierra ajena, bajo el pretexto de la promesa de su propio Dios sobre su posesión, la que, obviamente, no es vinculante respecto de otros pueblos. Un argumento de esa naturaleza no sería admitido hoy por ningún tribunal del mundo, en cuanto título de propiedad. En todo caso, encontramos también en la Biblia relatos acerca de la existencia de varios otros pueblos en dichas tierras, en las cuales los hebreos aparecen como los únicos advenedizos.
Se habla de la obstinación de los dirigentes palestinos en desconocer la existencia de Israel. No es así: En los Acuerdos de Oslo de 1993 la dirigencia palestina sí la reconoció. Y ha sido Israel el que violó desde el comienzo y hasta hoy dichos acuerdos, con su colonización incesante de territorios palestinos. ¿También se culpará a los palestinos por dicha colonización?
Según Fischmann, en el período 1948-1967 no hubo interés en crear un Estado palestino. No fue esa la razón. La guerra de 1948 se detuvo por un armisticio en 1949, entre Israel por un lado y Egipto y Jordania, por el otro, siendo estos últimos los que quedaron a cargo de Gaza y Cisjordania y en espera de que Israel cumpliera la resolución 194 (1949) de la ONU, que determinaba el retorno de los refugiados, resolución que Israel nunca cumplió. Mal podía entonces formarse un Estado en un territorio ocupado por Egipto y Jordania, ambos aun técnicamente en guerra con Israel, y sin resolver la cuestión de los refugiados.
Y no podía faltar la jactancia: se nos habla de "los inmensos aportes a la humanidad realizados por Israel" y que éste "invierte en conocimientos y comparte sus beneficios con el mundo". Tanto altruismo resulta sorprendente y poco creíble, especialmente por provenir de quienes han hecho retroceder la historia, aplicando un apartheid similar al de la Sudáfrica del siglo pasado; realizando una colonización propia de al menos 2 o más siglos atrás y, especialmente, aplicando castigos colectivos en el campo de concentración más grande de la historia, hechos que nos retrotraen a la II Guerra Mundial: Gaza, hoy día, con 2 millones de sobrevivientes, controlados por aire, mar y tierra y expuestos a periódicos bombardeos con armas de última generación.
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