Menos moral relativa frente al genocidio en Gaza

El 17 de enero de 2024, las imágenes de los medios golpearon al mundo universitario y educativo mundial, al ver la destrucción y bombardeo de la Universidad Al-Israa de la ciudad de Gaza, socavando la única ventana al mundo que le queda a ese pueblo: estudiar.

Este acto de crueldad apuntaba sin duda a destruir el tejido científico- educativo-cultural del pueblo palestino y, junto a ello, asesinar a figuras relevantes en diversos campos del conocimiento. Según el jefe de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, Ajith Sunghay, alrededor de 25.000 personas han sido asesinadas y más de 65.000 heridas. Hay 1.9 millones de personas desplazadas, de una población de 2.3 millones. La vida para los civiles en Gaza es miserable, con miles de personas viviendo en constante miedo y desplazamiento, niños, niñas y jóvenes, no han ido a la escuela en meses. A la fecha, las escuelas y universidades están destruidas, y el estado nazi-sionista en Israel, que no ha respetado los tratados que salvaguardan la asistencia sanitaria en conflictos armados, regidos por el derecho internacional humanitario, también se ha negado a firmar el acuerdo internacional para la Declaración sobre Escuelas Seguras (Global Coalition to Protect Education from Attack, GCPEA), que protege a las escuelas y universidades del uso militar durante conflictos armados. Menos, asume las consecuencias del terrorífico costo de vidas humanas y de la destrucción y desintegración de valores culturales y el tejido social, lo único que hace posible la vida comunitaria en esta época: el sistema educativo.

A estos horrores, debemos sumar dos conflictos mundiales más, como son las muertes en Sudán y en Ucrania. Lo cual hace ver que, en pleno siglo XXI, los liderazgos políticos siguen teniendo como únicas fuentes de solución los enfrentamientos armados, que solo hacen que se desmorone cualquier atisbo de paz. Ya Adorno en "la Educación después de Auschwitz", en el año 1966, en razón al genocidio judío, hacia un llamado a que el holocausto "no se repita", no obstante, en la misma época que el filósofo alemán planteaba su argumento, las barbaries genocidas seguían ocurriendo en Corea ,Vietnam, Indonesia, sumado al conflicto étnico-genocida en Guatemala y otros genocidios como el de los roma-europeos (gitanos), las disidencias sexuales, las minorías étnicas y nuestras propias heridas abiertas, asociadas al centenario conflicto con el Wallmapu y a la dictadura militar de 1973-1990. Este sin sentido desgarrador nos demuestra que las matanzas en el mundo se han seguido repitiendo a escala sideral en las guerras y a micro escala, con la violencia que vemos a diario también en las ciudades.

No hemos aprendido nada y menos encarnamos el respeto y la aplicación a los instrumentos internacionales que nos hemos dado como humanidad para respetar los derechos humanos.

El genocidio en Gaza es un ejemplo aterrador de asesinato instrumental, frente a las tensiones y conflictos geopolíticos actuales. Este evento nos dejará una huella imborrable en la historia de la humanidad, por cuanto hoy tenemos la información de manera instantánea, que nos obliga a asumir nuestra responsabilidad colectiva. ¿Cómo permitimos como sociedad global, que se repita esta barbarie genocida? ¿Qué hace que tengamos una complicidad silenciosa y cómo podemos romperla? ¿Cómo puede la educación evitar la repetición de tales atrocidades sin caer en la simplificación o la banalización de los horrores del pasado? ¿Qué hemos hecho como país?

Frente a estos hechos sociales desgarradores, las y los estudiantes universitarios, en particular, desde los Estados Unidos y hasta Chile, han iniciado protestas, pidiendo a sus universidades que se desvinculen y desinviertan de Israel, atendiendo a su rol universitario como agentes activos de cambio y no meros receptores de educación.

Sabemos que las y los universitarios, en particular, tienen un papel crucial en la construcción de un mundo más pacífico, por cuanto se configuran como futuros líderes, profesionales y ciudadanos, capaces de influir en la sociedad y de promover cambios positivos. Por consiguiente, nos recuerdan el papel que les compete a las universidades para enseñar el respeto a la verdad y su deber social para salir de sí misma y proponer con una postura ética la transformación social de los pueblos. Estas protestas pacíficas son un modelo para que las y los estudiantes de todo el mundo busquen desafiar las injusticias y promover la paz y la equidad planetaria.

Ahora bien, una instancia que puede apoyar la paz son las acciones que el Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, con el apoyo del gobierno de Noruega, ha estado realizando en Chile en varias universidades chilenas, además de la sociedad civil y organismos estatales, por medio de talleres para transformar los conflictos, de modo de preparar espacios seguros para abordar el diálogo y generar nuevas redes de conexión y entendimiento que escale hacia la toma de decisiones gubernamental y geopolítica.

Hoy es el tiempo de unir ambas propuestas y utilizar la educación y las habilidades para abordar los conflictos y las injusticias, a través del diálogo como acción directa, llegando a todas las escuelas, liceos y universidades con estos talleres que facilitan las conversaciones y el entendimiento. También es el tiempo para que el diálogo y la comprensión sobre estos temas, sea promovido a través de los medios de comunicación, se organicen conferencias y seminarios que permitan la información de la ciudanía. No hacerlo es asumir un oscurantismo que mantendrá la normalización de la aniquilación y la muerte.

Hago un llamado a las y los educadores que, guiados por una ética humanista, tenemos un papel fundamental en este contexto, junto con la responsabilidad de enseñar a las y los estudiantes sobre las atrocidades del pasado y del presente, de fomentar un espíritu crítico que cuestione las narrativas dominantes, sin caer en el cinismo o la desesperanza y menos en la trampa de la neutralidad moral. Solo la educación nos hace libres.

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