Los chilenos somos mezquinos con nuestra historia. La miramos en menos aunque tenemos acontecimientos de los cuales podríamos enorgullecernos profundamente. Uno de esos sucesos es el pronto establecimiento de la libertad de vientres en 1811, como claro preámbulo de la abolición de la esclavitud que llegaría en 1823, mucho antes que otros países considerados civilizados o avanzados.
El 11 de octubre de 1811 se establecía: "Desde hoy en adelante, no venga a Chile ningún esclavo; y que los que transiten para países donde subsiste esta dura ley, si se demoran por cualquier causa y permanecen seis meses en este reino, quedan libres por el mismo hecho".
Los firmantes de tal declaración eran Fray Joaquín Larraín, Juan José de Echeverría, José Santos de Mascayano, Hipólito de Villegas, Fray Antonio Orihuela, Juan de Dios Vial del Río, Juan Esteban Fernández de Manzanos, Francisco Ramón de Vicuña, Manuel Antonio Recabarren y Manuel de Salas.
Todos eran miembros del primer Congreso Nacional fundado en una fecha que lamentablemente resulta opacada por la Declaración de Independencia de los Estados Unidos en 1776. Así es, porque nosotros también tenemos nuestro propio 4 de julio, pero de 1811 cuando por iniciativa de la Junta Nacional, electa el 18 de septiembre de 1810, se constituyó el Primer Congreso Nacional en Chile.
Cuarenta y dos personas fueron electas por las diversas provincias siguiendo los preceptos de las leyes de Cádiz. La existencia del primer Congreso, abolido por José Miguel Carrera en diciembre de 1811, marcó un hito importante en la historia política y jurídica de nuestra República pues fue la base de las instituciones legislativas y del constitucionalismo chileno.
Los integrantes del Primer Congreso Nacional, inspirados en la libertad, la igualdad ante la ley y la justicia instauraron importantes cosas, además de la libertad de vientres, como la Ley de Abolición de la Encomiendas un 9 de septiembre de 1811. Sin duda, nuestro 4 de julio debería ser motivo de orgullo para todos quienes creemos en los valores de la República. Y también debería recordarnos que la libertad no es algo dado, sino que es algo que debe cultivarse y protegerse. De tiranos, demagogos y sembradores de discordia de todo color.
Como decía Camilo Henríquez en su sermón en la instalación del primer Congreso Nacional en ese año 1811: "Si supiesen algunos, decía un sabio, a qué precio se adquiere y conserva la libertad, y cuanta es la austeridad de sus leyes, la preferirían al degradante despotismo, que no exige el sacrificio de las pasiones".
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