Gritaré tu nombre

"Primero vinieron por los socialistas, y guardé silencio porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y no dije nada porque no era judío. Luego vinieron por mí, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en mi nombre". Esta cita magistral, del pastor protestante alemán Martin Niemöller, no sólo son una de las líneas más estremecedoras de Occidente, sino que, además, son un retrato histórico, una pintura hecha de letras que contienen la barbarie, el horror y un llamado a la acción que trasciende.

Claro, en sus líneas, Niemöller hace un profundo mea culpa de lo que fue su propia decisión frente al nazismo: la inacción, el silencio cómplice. Callar mientras el régimen nazi inventaba enemigos, los marcaba, los perseguía, los detenía, los encerraba y los asesinaba. La construcción social de un enemigo que adquiría mil rostros, y que no merecía la consideración de humanos, sino que de entes disponibles para un poder (o biopoder) aniquilador y burocrático (como analiza de manera interesante el filósofo italiano Giorgio Agamben).

Y es que estaba el miedo, dirán. Claro, el miedo paralizante de ser los próximos. De engrosar las largas listas de sospechosos que eran vigilados por este Estado totalitario que respiraba en la nuca de una sociedad golpeada. El miedo como matriz de la acción represiva del Estado, visible, casi como una estética de la represión: Los cuerpos marcados, las detenciones, y un largo etcétera que no viene al caso. O como señala Marc Crépon en "La Cultura del Miedo": "Entre todos los tipos de inacción que tuvieron que combatir los disidentes y otros oponentes a esos regímenes políticos, entre todas las inercias que les habría sido preciso superar para hacer escuchar su voz, ninguna fue más resistente que el miedo".

Ese miedo, hoy, talvez ha ido dejando de lado la estética más brutal (pensando en su uso desde los Estados), pero ha tomado un tenor más mediático, tornándose sigilosamente efectiva. Las corbatas rojas y las chapitas estilo capitán américa, han reemplazado a las botas militares. Pero el miedo sigue con su efectividad conocida. Y es que como el propio Crépon señala, "si hay un rasgo que distingue hoy en día a las democracias occidentales, es el desarrollo exponencial de una cultura del miedo, a la cual ningún discurso político, ninguna puesta en escena mediática puede resistir [...] No hay un día en que los noticieros nocturnos no enumeren informaciones ansiogénicas, cuyo efecto buscado es, por una parte, transformar nuestro conocimiento de la sociedad y del mundo en una cultura de la amenaza".

En nuestro país, la construcción de esa amenaza bien la conocemos, como en el resto de los países del cono sur que fueron azotadas por feroces dictaduras cívico-militares. No está tan lejos esa campaña del terror en plena década de '60, cuando la elección presidencial de 1964 se presentaba como vital para frenar al marxismo y se utilizó la billetera estadounidense para financiar las páginas de El Mercurio o El Diario Ilustrado. Así, a página completa, se presentaba la amenaza subversiva comunista, con mensajes que estaban dirigidos de manera precisa, para presentar estar amenaza como algo real y a la vuelta de la esquina (el historiador Marcelo Casals, en su libro "Chile en la encrucijada. Anticomunismo y propaganda en la campaña del terror de las elecciones presidenciales de 1964", profundiza este punto). Mensajes como "Chileno, ¿es así como quieres ver a tu hija?" y se acompañaba con fotos de supuestas guerrilleras; o "Chileno: ¿es el paredón el futuro que quieres para tu padre, tu hermano, tu amigo?" y se mostraba una imagen de un pelotón de fusilamiento. En síntesis, el final de esa historia ya la conocemos de manera dolorosa.

Pareciera que ni las palabras de Niemöller, ni nuestra experiencia reciente de violencia represiva, han hecho eco en parte de nuestra sociedad, en donde en el contexto de la campaña presidencial de este año, los candidatos de la extrema derecha (esa que glorifica la tortura), por más intento que hagan (algunos) en parecer moderados, han sacado a relucir toda una batería añeja pero efectiva de construcción social de la violencia, para querer presentar a la candidatura de Jeannette Jara, como una amenaza a la estabilidad del país.

Frases para el bronce de Kaiser, como "estaban bien fusilados esa gente en Pisagua. Bien fusilados", son solo el reflejo de aquello a lo que nos referimos. Ese largo trayecto del anticomunismo chileno, hoy intenta reflotar por medio de los servidores de pasado en copa nueva, la peligrosa idea de construir un enemigo. Y, así las cosas, solo queda frenar y deconstruir esas intenciones, con firmeza democrática y con algo que es ajeno para la extrema derecha: con humanidad. Solo así podremos resignificar la experiencia de Niemöller y decir con claridad: Si vienen por ti, esta vez venceré el miedo y gritaré tu nombre.

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