La batalla de las ideas: cómo la lucha por los valores define la elección 2025

En el complejo panorama político del Chile de hoy, se asume que las elecciones se ganan con promesas económicas, audaces planes de gobierno y cifras. Sin embargo, una corriente de pensamiento -desconozco cuán relevante, pero sin duda existente y en la cual me inscribo- sostiene que la verdadera contienda no se libra en las promesas, sino en la mente y el corazón de la ciudadanía y de los pueblos.

Es la batalla de las ideas, un término popularizado en la década de los '90en el contexto de América Latina y el Caribe por Fidel Castro, quien la planteó como la necesidad de defender un proyecto político no solo con la fuerza, sino con la convicción y la moral. Más allá de su origen específico, el concepto es parte de la teoría de la "hegemonía cultural" del filósofo Antonio Gramsci. Para él, el poder duradero no se mantiene solo mediante la coerción, sino logrando que los valores y la visión del mundo de la clase dominante se conviertan en el sentido común de toda la sociedad. Lección gramsciana muy bien aprendida por el neoliberalismo y el capital.

Hoy, Chile se encuentra en la víspera de elecciones presidencial y parlamentaria en la que se verá reflejada o expresada esta tesis. Más que una simple elección, lo que se dirime cual será ese "sentido común" del país para las próximas décadas, y esta batalla se libra en dos frentes cruciales: la crítica a la sociedad de consumo y la redefinición de los valores que atraen a los nuevos votantes.

Durante décadas, el modelo chileno se sustentó en la promesa del acceso al crédito, la propiedad individual y el éxito material. Este modelo, si bien generó "crecimiento" macroeconómico, fomentó un individualismo extremo, lesionando valores colectivos como la solidaridad, el sentido de comunidad y la cohesión social.

Esta crítica señala que estamos viviendo en una sociedad alienada y desigualdad. Ya que el modelo de consumo dejó un vacío esencial al postular que solo el consumo desenfrenado y el logro individual llevan a la felicidad. La batalla de las ideas de hoy consiste en intentar llenar ese vacío. Llenarlo con justicia social, dignidad y derechos colectivos, para vivir efectivamente en orden, seguridad y solidaridad. La elección de 2025 en Chile es sobre si el modelo actual se mantiene y sostiene o si es reemplazado por nuevos valores que se convertirán en pilares centrales de un cambio.

Este conflicto es particularmente agudo entre los nuevos votantes. La juventud chilena, especialmente aquella que vota por primera vez, tiene una preferencia que es un enigma para las coaliciones tradicionales. No vivieron bajo la dictadura, ni crecieron con la narrativa de la transición y sus consensos. Crecieron en una sociedad de consumo plenamente instalada, pero también fueron testigos directos de la revuelta social de octubre de 2019, sus fracturas, los dos intentos fallidos de cambio constitucional, pero sobre todo su preocupación por la precariedad laboral, salud mental y crisis existencial.

Esta generación es fluida e ideológicamente volátil. Su sentido común no está definido por el eje izquierda-derecha del siglo XX. Pueden ser profundamente individualistas en sus patrones de consumo y uso de redes sociales, y al mismo tiempo ser colectivistas en sus demandas de justicia social o ambiental. De algún modo lo que los define es la contradicción. Aquí, la batalla de las ideas es total. Los sectores progresistas apelan a ellos a través de las antiguas y nuevas causas: feminismo, medio ambiente e identidades. Intentan redefinir valores como la libertad, democracia, derechos humanos, para incluirlos desde la libertad de ser y la liberación de estructuras opresivas.

Por otro lado, los sectores de la derecha han sido notablemente eficaces en conectar con una parte de esta juventud a través de valores distintos: la meritocracia, el emprendimiento individual y el consumo. El fenómeno más notorio en el Chile de estos últimos 10 años, y que define esta contienda, es el crecimiento de narrativas de derecha, ultraderecha y conservadoras. Estas corrientes han logrado instalar sus temas en el centro del debate, desplazando la agenda de cambios estructurales que buscó Chile entre el 2019 y 2022. Han ganado la batalla semántica en un punto clave: la seguridad y la inmigración como un peligro.

Ante la crisis de seguridad y la inmigración, estas fuerzas lograron enmarcar el orden y el poder represivo del estado como valores perdidos y deseables; como precondiciones para la libertad de emprender, divertirse, comprar. Han capitalizado el miedo y el agotamiento de una población que, tras años de incertidumbre (pandemia, procesos constitucionales fallidos, inflación), busca certezas. Lograron transformar la libertad, de una demanda social a una demanda individual: la libertad de transitar sin miedo, la libertad de emprender sin trabas estatales, la libertad de consumir y la libertad de preservar lo que llaman un modo de vida tradicional.

La elección chilena de noviembre de 2025 (y muy probablemente de diciembre) es un síntoma de una disputa más profunda. La batalla de las ideas en Chile definirá qué valores se considerarán como el nuevo bien común. ¿Será el de la solidaridad y los derechos colectivos, o el del orden y la seguridad individual? ¿Se recuperarán los valores comunitarios de la crítica al consumo, o se impondrán los valores tradicionales de la reacción conservadora?

El resultado de esta elección no solo entregará el poder político, sino que determinará qué narrativa cultural dominará el país, serán las ideas centrales el construir un nosotros, que tiene un peso fundamental en la definición de la identidad y en la construcción del yo; una sociedad comunitaria y solidaria que girará en torno a la primacía del bienestar colectivo y la interdependencia de sus miembros o la continuidad de una sociedad puramente individualista y consumista. Notable desafío para los votantes este domingo 16.

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