Sindemia y desiertos alimentarios: la nueva geografía de la desigualdad en Chile

Chile experimenta una paradoja en su alimentación. En una nación con abundancia de alimentos, la mayoría de los niños tienen sobrepeso y los adultos muestran grados de obesidad que nos colocan entre las primeras posiciones a nivel global. Sin embargo, todavía existen áreas urbanas y rurales en las que obtener pescado fresco, verduras o frutas es un proceso caro o complicado. En estos lugares se establecen los denominados desiertos alimentarios: áreas en las que la población no tiene acceso físico o económico a alimentos saludables, pero sí están rodeados de establecimientos que proveen alimentos ultraprocesados, de bajo costo y baja calidad nutricional.

Una crisis estructural se manifiesta en esta combinación de abundancia y escasez, así como de déficit y exceso. La malnutrición, las enfermedades crónicas y la disparidad social se agravan entre sí, formando lo que la salud pública llama una sindemia: es decir, una interacción de epidemias que ocurren al mismo tiempo y se exacerban unas a otras. En Chile, esta sindemia se manifiesta en índices elevados de diabetes, obesidad y enfermedades del corazón, sobre todo entre las áreas con ingresos más bajos. No es únicamente una cuestión de decisiones individuales, sino la consecuencia de un sistema alimentario que ha antepuesto la rentabilidad a la salud y al equilibrio.

La última Encuesta Nacional de Salud muestra que el 74% de los adultos presentan exceso de peso, mientras que el Mapa Nutricional Escolar evidencia que más del 50% de los niños y niñas tiene sobrepeso u obesidad. Sin embargo, solo 14% de los padres percibe esta situación. Al mismo tiempo, algunas regiones rurales del sur enfrentan tasas de inseguridad alimentaria superiores al 15%, lo que refleja que la calidad de la dieta está determinada, en gran medida, por el territorio y el nivel socioeconómico.

Frente a este escenario, el derecho a la alimentación (reconocido por Naciones Unidas como un derecho humano fundamental) cobra una urgencia ineludible. Este derecho no se limita a tener comida suficiente, sino a garantizar el acceso permanente a alimentos inocuos, nutritivos y culturalmente adecuados, producidos de forma sostenible. No se puede hablar de desarrollo si una parte del país sigue atrapada entre el hambre, la obesidad y la precariedad alimentaria.

La solución no pasa solo por recomendar "comer mejor". Combatir la sindemia chilena exige transformar los entornos alimentarios y acercar los alimentos frescos y locales a todos los sectores. Se requiere fortalecer las ferias libres, los mercados de productores, la educación alimentaria y el apoyo a la agricultura familiar campesina, que cumple un rol vital en la disponibilidad de alimentos saludables en los territorios.

El desafío que enfrentamos es profundo: asegurar que la ciencia, la tecnología y las políticas públicas se orienten al bien común, y que los avances no amplíen las brechas, sino que las reduzcan. La alimentación del futuro (diversificada, nutritiva y sostenible) debe construirse desde los derechos humanos, integrando conocimiento científico, saberes locales y participación social. Porque el futuro de la alimentación en Chile no puede depender del azar ni del poder adquisitivo, debe construirse desde la equidad.

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