Durante mucho tiempo, las empresas entendieron la innovación como un proceso interno, cerrado y exclusivo solo a quienes trabajaban dentro de la organización. La lógica era simple: proteger el conocimiento significaba proteger la ventaja competitiva. Sin embargo, en un mundo tecnológicamente acelerado, esa idea comenzó a volverse obsoleta. De esta forma, la innovación ha dejado de ser un proceso exclusivo y cerrado de las empresas para transformarse en un modelo colaborativo denominado innovación abierta.
Este concepto fue acuñado a comienzos de los años 2000 por Henry Chesbrough, quien propone que las organizaciones no solo aprovechen sus propias capacidades internas, sino que también las ideas, tecnologías y conocimientos provenientes de fuentes externas como universidades, centros de investigación, startups, proveedores, e incluso de los propios usuarios. De esta forma, en lugar de depender únicamente del talento interno, la innovación abierta permite acelerar los procesos que generan valor y explorar nuevas oportunidades de mercado con una mentalidad de colaboración y co-creación.
A diferencia del modelo tradicional o cerrado, donde la empresa controla cada etapa del proceso de investigación y desarrollo, la innovación abierta reconoce que el conocimiento está distribuido globalmente y que no tiene sentido intentar innovar de manera aislada, por lo que permite que las ideas fluyan hacia dentro y hacia fuera de la organización. Así, un proyecto que no encaja con la estrategia de la empresa puede ser aprovechado por otros actores, mientras que una idea externa puede adaptarse y generar valor interno. Este intercambio no solo acelera la innovación, sino que amplía las oportunidades de aprendizaje y de creación de impacto económico y social.
Otro aspecto esencial de la innovación abierta es el intercambio de conocimientos y la gestión de la propiedad intelectual mediante acuerdos que permitan compartir tanto riesgos como beneficios. Esta dinámica fomenta el aprendizaje continuo, la experimentación ágil y la integración del conocimiento disperso. La capacidad para incorporar aportes desde afuera no solo mejora la eficiencia, sino que también permite generar soluciones más creativas y adaptadas a los mercados y usuarios finales.
Un ejemplo ilustrativo de este enfoque en Chile es la Corporación Nacional del Cobre (Codelco). Como principal productora de cobre del mundo, enfrenta desafíos de gran magnitud: leyes minerales más bajas, mayores exigencias ambientales y una creciente presión por la eficiencia y la sostenibilidad. Frente a este panorama, la empresa estatal ha entendido que no basta con mejorar procesos internos: necesita colaborar para innovar. En su estrategia de innovación, Codelco combina tres ejes: innovación incremental, disruptiva y transformación digital; y, sobre todo, incorpora la innovación abierta como un pilar fundamental. Esto se traduce en alianzas con universidades, centros de investigación, proveedores tecnológicos y startups para desarrollar soluciones que, de otro modo, tardarían años en surgir dentro de la organización. Ejemplos recientes como las iniciativas de Open Codelco o Piensa Minería muestran cómo la empresa está intentando aprovechar el conocimiento externo para impulsar tanto innovaciones in incrementales como disruptivas, transformar procesos críticos y desarrollar soluciones tecnológicas.
Sin embargo, la innovación abierta no está exenta de desafíos. Supone una nueva forma de gobernar el conocimiento, donde los límites entre lo propio y lo compartido se vuelven difusos. Exige una cultura organizacional que valore la colaboración por sobre el control, y que entienda el error no como un fracaso, sino como una fuente de aprendizaje. Codelco, a lo largo de su trayectoria, al igual que muchas empresas, ha tenido éxitos y tropiezos en este camino. Pero lo relevante es que ha asumido que cerrarse ya no es una opción en un mundo donde la competitividad depende de la capacidad de aprender junto a otros.
La innovación abierta supone reconocer que nadie tiene el monopolio de las buenas ideas, y que la colaboración puede ser tan valiosa como la competencia. En última instancia, es un modelo que transforma la manera en que las empresas crean valor y enfrentan sus desafíos. En el contexto de industrias intensivas en recursos como la minería, esta apertura puede marcar la diferencia entre quedarse estancado o liderar la transformación hacia una economía más productiva. Así, comprender y aplicar la innovación abierta no solo amplía las posibilidades tecnológicas, sino que también redefine el rol de la empresa en la sociedad. Ya no se trata de innovar para el entorno, sino con el entorno. Y ese, quizás, sea el verdadero paradigma de nuestro tiempo.
El reto para Chile ya no es solo que sus empresas innoven, sino que el país construya un ecosistema donde la colaboración entre lo público, lo privado y lo académico sea la regla, no la excepción. Tenemos universidades que investigan y empresas que buscan soluciones, pero aún falta el puente que las conecte con fluidez. Para esto se requiere diseñar instrumentos que incentiven la cooperación intersectorial, la transferencia tecnológica y los proyectos compartidos de I+D, por ejemplo, mediante incentivos fiscales, programas de vinculación y marcos legales que faciliten la transferencia tecnológica y la copropiedad intelectual.
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