Shimon Peres, ex Presidente de Israel y Premio Nobel de la Paz, dijo alguna vez que “Israel produjo creatividad, no en proporción a su tamaño, sino al de los peligros a los que se enfrentaba”.
En otras palabras, la existencia de necesidades vitales es, a todas luces, un factor clave para el desarrollo de soluciones innovadoras en cualquier país.
Israel es un país pequeño, con 72 años de vida independiente, 9.1 millones de habitantes, 22.000 Km2 de territorio y grandes desafíos existenciales. Tal vez eso explica su perfil altamente innovador, por el cual ha sido considerado en varios rankings como uno de los mejores lugares del mundo para la innovación, tras Sillicon Valley.
De acuerdo al Foro Económico Mundial, Israel es el tercer país más innovador del mundo después de Suiza y Estados Unidos. En ese contexto, se destaca la generación de patentes al año, penetración per cápita de computadores, número de empresas que cotizan en el Nasdaq, número de científicos y técnicos en su fuerza de trabajo, cantidad de descubrimientos científicos por año, creación de nuevas startups, y mucho más.
En la última década muchas de las empresas más conocidas del mundo en tecnología, como Apple, Wacom, Cisco, HP, IBM, Intel, Google, etc. se establecieron en Israel, para ubicar allí plantas de producción y/o centros de investigación y desarrollo. Y ello no debe sorprendernos, Israel destaca por su alta inversión en investigación y desarrollo, con un 4,5% del PIB.
Inclusive, las principales universidades, como la Universidad Hebrea de Jerusalem y la Universidad de Tel Aviv, destinan cada una a investigación y desarrollo unos US$150 millones anuales, una cifra en algunos casos superior a lo que invierten en este ítem algunos países en vías de desarrollo.
Varios israelíes han intentado explicar estos logros por un rasgo de personalidad conocido como “jutzpá”, que podría traducirse como la irreverencia, audacia o la capacidad de “creerse el cuento”, más allá de los riesgos asociados, privilegiando la apertura de espacios de innovación virtuosos.
Pero la jutzpá claramente no es la única clave. También hay que resaltar el permanente desafío de una situación geopolítica compleja, los procesos migratorios que en los ’90 implicaron absorber 1 millón de inmigrantes, y las habilidades blandas que se obtienen durante el servicio militar obligatorio para hombres y mujeres.
Y desde el punto de vista estructural, el secreto del modelo de innovación está en la interacción de los distintos componentes de ese ecosistema: emprendedores, centros de investigación, empresas privadas, universidades y Gobierno, siendo la relación entre estos tres últimos actores la más determinante de todas. Por eso, el conocimiento generado en las universidades transita sin mayor burocracia hacia un sistema de incubadoras y aceleradoras públicas y privadas, y de ahí a la industria y a los mercados con alcance global.
Cabe destacar que el trabajo de apoyo al ecosistema de innovación bajo el paraguas de la Autoridad de Innovación de Israel funciona sobre la base de 6 pilares fundamentales: Startup, Crecimiento, Infraestructura Tecnológica, Colaboración Internacional, Manufactura Avanzada y Desafíos Sociales.
Bajo el pilar de Desafíos Sociales, se tratan, entre otros temas, la innovación digital para el sector público, los programas de incentivos para personas discapacitadas, proyectos para las minorías y facilidades migratorias para la atracción de iniciativas innovadoras.
Durante la última década, para muchos israelíes se ha hecho necesario agregar algo al modelo del Startup Nation, y así se está fraguando el modelo de Impact Nation, con una fuerte ola de innovadores sociales, que buscan darle sentido humano a la innovación y además demostrar que, en los temas sociales, ciudadanos, humanitarios y ambientales, también existe espacio para la generación de nuevos negocios.
Este grupo de innovadores sociales está fuertemente influenciado por el modelo de voluntariado tan propio de Israel, el cual ha permitido a sus ciudadanos conectarse con los demás a través del corazón y del alma, en los más diversos proyectos.
Muchos innovadores sociales han sido en algún momento voluntarios en alguna organización de ayuda comunitaria, acompañando a adultos mayores, enseñando a niños con problemas de aprendizaje, aplicando primeros auxilios en emergencias médicas, enseñando idiomas a los inmigrantes, plantando árboles para reforestar el desierto, etc.
Y otros han comenzado su camino de innovación social en respuesta a necesidades específicas derivadas de condiciones de discapacidad de algún familiar o amigo.
Y después de eso, con esa sensibilidad adherida a los huesos, la innovación de impacto social no es una opción, sino una obligación.
En esa línea, la Embajada de Israel, junto al Chile-Israel Council, está trabajando fuertemente para logra el aterrizaje en Chile de Tech For Good, una organización israelí que tiene por misión fundamental acelerar el desarrollo de compañías startups que utilizan la tecnología para tener un impacto social y/o ambiental.
Así, con su gran expertise en medición de impacto y escalabilidad tecnológica, se podrán generar amplias posibilidades para potenciar el ecosistema local de innovación social y hacer crecer la cooperación bilateral entre ambos países.
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