Rusia

Ismael Llona
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A casi cien años de la Revolución Comunista Rusa, será en noviembre próximo, ya es bueno echar una mirada al país de origen para observar qué queda de ella después que la KGB, la mayoría del Partido Comunista y las FFAA soviéticas, dependientes del Partido y de la KGB, culminaron la acción sin duda encubierta de Gorbachev, Yeltsin y luego Putín, el líder del capitalismo ruso, y pusieron fin a la URSS y al comunismo ruso.

El comunismo ruso desapareció pero no como desapareció la Comuna de París. No hubo en Rusia una revolución anticomunista. Hubo la decisión de su cúpula por acumular como tal y olvidarse de los débiles, obreros y campesinos, en cuyo nombre se hizo la Revolución.

¿Qué había razones pesadas para ello? Por cierto, inexistencia de capital financiero, previsto por Marx y propio del capitalismo desarrollado en Alemania, Inglaterra y EEUU y de las necesidades de “sectores altos y medios” inexistentes en la URSS y el mundo comunista.

Esa inexistencia mermó el avance tecnológico, que se concentró en el capitalismo occidental; limitaciones crecientes en Rusia y la URSS para equilibrar el poder militar y su desarrollo de EEUU,  China y Europa Occidental, que amenazaban a la URSS; necesidades de expansión de la nueva clase burocrática dirigente, que se transformó pronto  en la actual oligarquía capitalista, y problemas nacionalistas y religiosos que también empujaron la derrota en países como Alemania, Polonia y otros.

En pocos años la Rusia no comunista pasó de ser la segunda potencia mundial  y dividir el planeta - a transformarse - con turismo y exposición de sus antiguas bellezas incluidas, en un país con fuerte presencia mafiosa, como Japón, EEUU, Italia y otros; un país de ubicación mediocre (alrededor de 50° en el planeta) y con una pobreza análoga a la de los países capitalistas desarrollados. Rusia tiene el puesto 47 en su per cápita, y el 49 en “Índice de desarrollo humano”. Pero mantiene el número 2 como potencia militar y nuclear y eso la ubica aún como una gran potencia regional y aspirante a mundial.

Un país, claro, que lucha por un capitalismo más eficiente y desarrollado, encabezado por Putin, el primer jefe de estado ruso con una política procapitalista, en la que juegan un papel central los grandes empresarios nacionales.

El país de los zares nunca fue una potencia capitalista, como lo eran en el siglo XIX e inicios del XX, por ejemplo, Alemania e Inglaterra.

Lo que es digno de destacar, y extraño para muchos, es que los rusos de hoy, encuestados acerca de cuáles son sus figuras políticas más apreciadas, ubican a Stalin y Lenin entre sus cuatro preferidos, y al primero encabezando el pódium histórico, por sobre incluso de Pedro el Grande, el zar constructor de San Petersburgo.

Los nuevos “zares procapitalistas”, conocedores del “alma rusa”, han mantenido los sones del himno nacional soviético, los homenajes en la tumba de Lenin, la “Plaza Roja”, por cierto los mausoleos de Stalin y Zhukov, y el gran Parque Stalin en Moscú, exposición permanente acerca de los grandes logros del pasado.

El Partido Comunista es el segundo partido político más grande de Rusia, después del de Putin, lo que, haciendo una analogía, es impensado en Alemania de hoy con el nazismo y en Italia con el fascismo.

Los actuales gobernantes de la ex URSS parecen entender, como los chinos, que la historia no parte con ellos, y que Lenin y Stalin, así como Mao Tse Tung, no son ex gobernantes, sino los creadores y fundadores de sus países modernos y contemporáneos.

Extraña mezcla la rusa actual, a casi 100 años de la toma del Palacio de Invierno, hoy Museo de L´Ermitage en San Petersburgo, la joya turística primera para quienes asisten a la Copa Confederaciones de Fútbol y asistirán al Mundial del mismo deporte a celebrarse el próximo año.

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