Ha concluido el segundo periodo presidencial de Barack Obama, el primer Presidente afroamericano de los Estados Unidos, cuya figura en sí misma representa el cambio cultural más trascendente en la historia de ese país, desde que el Presidente Lincoln impusiera la abolición de la esclavitud, al precio como es sabido, de una terrible y desoladora guerra civil que estuvo cerca de quebrar en dos a ese país.
En efecto, se trata de una nación con una gobernabilidad clásica en lo constitucional, de valores y principios universales sobre los derechos políticos y las libertades de sus ciudadanos, pero marcada con la huella de la intransigencia excluyente del período "maccarthista", en que se reprimió y persiguió a la gente por sus ideas durante la llamada "guerra fría", que estimuló una sicosis intervencionista que invadió territorios que no se lo pedían, bajo el imperio de la "doctrina Truman".
Así también es una geografía política permanentemente conmovida con el dolor y la división que provoca el lastre vergonzoso de la segregación racial, a pesar de ello, esa gran potencia logró aceptar hace ocho años, en una trascendente etapa de su evolución como país, la elección de un Jefe de Estado que no era parte de la estirpe de raza blanca que tomó para sí el designio de mandar y ser obedecidos.
Esa identidad original, irrepetible para cualquier otro Presidente de los Estados Unidos, hizo de Obama un mandatario como ningún otro. Así también su propia personalidad y carisma contribuyeron decisivamente a su proyección como líder de la diversidad y de una nueva forma de pensar la nación, como una comunidad perteneciente a todos y todas y no sólo como el lugar de residencia de cada uno.
Desde esa condición asumió valientes decisiones de impacto global, tal fue el retiro del contingente militar de Afganistán y luego tomó el mismo rumbo en Irak. Al término del paso de Busch por Washington eran más de 200.000 los efectivos en esa región, ahora quedan cerca de 15.000, según las cifras que se han publicado.
Asimismo, fue capaz de iniciar una nueva etapa en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, materia de interés del conjunto de América Latina. En su país promovió un sistema de salud que protege a más de 20 millones de personas en condición vulnerable.
Un Presidente atento a sus vínculos con su entorno ciudadano, que con la ayuda de internet, tuvo un contacto directo con la comunidad. Muchos empatizaron con él. Así superó el bajo crecimiento y los reveses en la economía, y su carisma le permitió reducir el impacto en la política interna, la realidad de un Estados Unidos que ve disminuir su peso en un escenario multipolar, con más protagonistas, muy distinto al mundo unipolar que hubo en los años 90, al término de la guerra fría.
Pero no consiguió vencer en la dura lucha por la sucesión. Se impuso Trump. La candidata Hillary Clinton, ganó en votos pero perdió en el número de mandatos electorales, que constituyen el cuerpo resolutivo en el sistema electoral gringo.
En forma inesperada, el mega millonario candidato de la derecha republicana, ganó el respaldo de sectores obreros descontentos con el deterioro de sus condiciones de trabajo, ante el traslado de varios de los enormes proyectos de las transnacionales, hacia países con menor costo de la fuerza de trabajo y mayor impacto de sus inversiones industriales y de servicios. De ese modo, se ha alimentado un paradojal rebrote de un primitivo y fanático nacionalismo populista, que apunta a reemplazar al neoliberalismo por el chovinismo como guía de conducta.
Así se creó un nuevo escenario, cuyo efecto este recién pasado 20 de enero, ha entregado el poder a un político que es el antagonista del proyecto de Obama, un racista y xenófobo, un magnate mesiánico, cuyo verdadero proyecto de gobierno está aún por conocerse, pero que hasta ahora configura un estilo en que se retomará plenamente la intolerancia y la prepotencia, detrás de la promesa de propiciar el retorno de una "grandeza" yanqui que no se sabe cuál será.
Ese día debió ser un trago amargo para Obama y para la humanidad, el retorno de la intransigencia, no deja de ser un momento preocupante, en que surge más incertidumbre sobre los años que vienen. Los rasgos más duros del nuevo gobernante pueden ser para el sistema global un ciclo de tensiones y desencuentros que traigan esas malas noticias y consecuencias que siempre pagan los pueblos y los más débiles.
Ahora ya como Comandante de Sofá, según su propia ironía, esperemos que el paso de Barack Obama por la Casa Blanca no haya sido simplemente una súper producción de Hollywood o un instante virtual de la era digital, y que su Presidencia por la diversidad logre dejar huellas que perduren en el tiempo, por el bien de la civilización humana.
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