Con su presencia en la Cumbre de APEC en Lima, la que reunió a los Jefes de Estado y/o gobierno del Asia-Pacífico, el Presidente de los Estados Unidos Barack Obama, se despidió solicitando que la comunidad latinoamericana no espere "lo peor", de su sucesor, el millonario magnate Donald Trump.
No es fácil acceder a la petición de Obama, no por él, ya que fue un Presidente que mostró una buena disposición hacia el continente, el problema es lo que viene ahora, por que una vez elegido, Trump ha insistido en que va a deportar de tres a cuatro millones de mexicanos, como expresión de una dura xenofobia que amenaza imponerse en la política norteamericana.
Lo más probable es que América Latina eche de menos a Obama, un Presidente que mantuvo el principio de no intervención y que después de más de medio siglo de hostilidades, normalizó las relaciones diplomáticas con Cuba, abriendo las embajadas respectivas en ambas capitales, doblándole la mano a los grupos ultras, los más belicistas dentro de los Estados Unidos.
Seguramente, esa conducta le costó muchos votos a los demócratas en Florida, en los grupos fanáticos de la inmigración que, paradojalmente, anhelan una intervención gringa que ponga a la ultraderecha en el poder en Cuba y otras naciones. Así hacen suyo el criterio del "americanismo" que levantó Trump al ganar la Convención Republicana, que vuelva "la grandeza", el halcón a mandar y ordenar como en los viejos tiempos.
Ante el cambio de gobierno en los Estados Unidos, hay que prepararse para una relación que se prevé tensa, compleja, sin el valor agregado de respeto a la diversidad que tenía Obama. Hasta Busch va a quedar al centro, ante la arremetida que está por venir; con Trump las fronteras volverán a ser herméticas y los latinos que emigren al Norte recibirán de nuevo el trato de parias.
Por eso, es raro que haya izquierdistas que disimuladamente elogian a Trump, otorgándole ni más ni menos que la sensibilidad de haber recogido el descontento contra las "élites", ya que asignan un sentido progresista y de izquierda a la desafección de corte reaccionario y contestatario de grupos que se quedan atrás ante el fuerte avance del capitalismo, que vive un nuevo impulso por la robótica y la digitalización, que atemoriza a los grupos nacionalistas más sectarios.
Este proceso de desalojo del aparato productivo y la instrumentalización por la derecha de multitudes ofuscadas por su pauperización económica y social ya fue descrito magistralmente por Carlos Marx, en 1848 en el Manifiesto Comunista y en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, al analizar el soporte de masas que obtenían los intentos de reinstalar una monarquía absoluta en Francia y en otras naciones por parte de las potencias europeas.
También el zar Nicolás en Rusia, tuvo la pretensión de una dominación
mesiánica, implantando una "autocracia popular" antes de la revolución rusa, dando cuenta que su reinado brutal e inepto, se afirmaba y nutría en la ignorancia, y la miseria de las masas campesinas de su época, lo que llevó, en el contexto de las agudas contradicciones desatadas por la primera Guerra Mundial,
los conflictos de esa sociedad rural, atrasada y hambrienta a su completa y total eclosión en 1917.
Ahora bien, es indudable que esa degradación material y espiritual adquirió una nueva dimensión ahora en el ciclo globalizador que vive la humanidad, que se caracteriza por sus violentos contrastes y una desolación muy profunda en amplios sectores que se ven marginados y excluidos, ya que la exportación de capital y la instalación de enormes enclaves productivos, trasladados desde el centro a la periferia han creado un nuevo escenario mundial, de mayor temor e inseguridad que ha trastornado las relaciones sociales y las estructuras económicas.
Es que la internacionalización devino en globalización, incorporando como potencias a nuevos actores, los más destacados China y la India, países que han logrado que centenares de millones de personas salgan de la pobreza, al mismo tiempo que se agrava la desigualdad, sin que se advierta una articulación a escala global de la humanidad para orientar y dar mínima racionalidad a este proceso turbulento y galopante.
Sin embargo, no por advertir este fenómeno en sus raíces, Marx iba a elogiar el racismo, la xenofobia, el clasismo vulgar y la misoginia que marcan y empapa hasta la médula el nuevo mensaje "trumpista". El racismo es el caldo de cultivo del nacionalismo chovinista que empujó a la humanidad a guerras terribles.
Como nos legara Clodomiro Almeyda el socialismo de hoy, es una opción por la razón y la justicia, por la defensa en democracia de los intereses de los trabajadores, manuales e intelectuales, definición de principios que se aleja enteramente de la conducta de aquellos que postulan el socialismo como vocero del resentimiento y la odiosidad, el afán de revancha y la conducta delincuencial del lumpen, que no tiene otro fin que saciar sus apetitos inmediatos.
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