La sesión del 26 de enero de 2019 en el Consejo de Seguridad de la ONU marca un hito fundamental en el conflicto político, económico y social de Venezuela. Convocada por Estados Unidos para condenar al gobierno de Maduro y promover un apoyo al proclamado presidente Juan Guaidó, esa reunión de emergencia vio enfrentarse las posiciones de Washington y Moscú, así como de sus respectivos aliados, convirtiendo el tema de Venezuela en un asunto de geopolítica mundial.
Estados Unidos había pedido la sesión para buscar el reconocimiento internacional del presidente Guaidó y condenar al régimen de Maduro.
Recordando los años más álgidos de la guerra fría, Rusia acusó a Washington de una “injerencia flagrante” en Venezuela a través de un “juego sucio” que busca la intervención del país norteamericano, lo que, según Moscú, constituye una violación a la Carta de la ONU. La posición rusa fue secundada por China, quien también apoya al gobierno de Nicolás Maduro.
Por su parte, Estados Unidos cuenta con el respaldo de los otros dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad, Francia y Gran Bretaña. Ambos países, junto a Alemania y España, dieron un plazo de ocho días a Maduro para que convoque a elecciones libres; de lo contrario reconocerían a Guaidó como legítimo mandatario de Venezuela.
La posición de las cuatro potencias será probablemente seguida por el conjunto de la Unión Europea en los próximos días, una vez que se disipen las voces más reacias a un reconocimiento del opositor, esto es Grecia y Austria.
En el contexto americano, la mayoría de los Estados ha reconocido a Guaidó, en una posición que es común a los países del Grupo de Lima, salvo México.
Del mismo modo se ha pronunciado la OEA a través de su secretario general, Luis Almagro. La excepción la constituyen los aliados de Maduro, representados por el eje bolivariano, esto es Bolivia, Cuba y Nicaragua, todos ellos integrantes de la alicaída Alianza Bolivariana para los Pueblos de América, ALBA.
Una posición intermedia han expresado México y Uruguay, quienes han reiterado la necesidad de un diálogo como solución a la crisis venezolana.
A partir de la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, el tema venezolano ha traspasado el interés hemisférico para convertirse en un asunto de geopolítica global.
Muchas son las potencias extra regionales que se han pronunciado en esta crisis, algunas de ellas con una participación directa en los asuntos venezolanos. Ya hemos mencionado a Rusia y China.
La primera ha mantenido importantes lazos comerciales y de seguridad con Caracas, al tiempo que ha habido varios encuentros bilaterales entre Putin y Maduro.
Del mismo modo, China ha suscrito proyectos conjuntos con Venezuela en los ámbitos comercial, energético y espacial, principalmente desde 2008, en que ambos gobiernos colocaron en marcha un satélite espacial conjunto, el Venesat 1. Un segundo satélite, el Miranda, fue lanzado en 2012, y un tercero, el Sucre, en 2017, todos ellos con el apoyo de China.
Rusia y China no son las únicas potencias que tienen fuertes relaciones con el gobierno de Maduro. A ellas se unen Irán y Turquía.
Los vínculos entre Venezuela e Irán, que tienen un antecedente importante en la OPEP, donde ambos son países fundadores, alcanzaron un hito estratégico en las administraciones de Hugo Chávez y Mahmud Ahmadinejad, respectivamente.
Mientras los encuentros entre ambos se sucedían, tanto en Caracas como en Teherán, se fortalecía una relación estratégica que tenía entre otras características la inauguración de vuelos regulares entre ambas capitales.
Tras la sucesión de Chávez y Ahmadinejad, los lazos estratégicos continuaron, con una visión geopolítica compartida, con un fuerte componente antiestadounidense y antiisraelí.
Los nuevos presidentes Maduro y Ruhaní se reunieron en septiembre de 2016, en el contexto de la Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, en la isla Margarita. Un nuevo encuentro tuvo lugar en Teherán, en octubre de 2016. En todas estas reuniones se ha acordado fortalecer las relaciones estratégicas.
En cuanto a Turquía, los lazos se han fortalecido especialmente en los dos últimos años. En octubre de 2017, Maduro realizó una visita relámpago a cuatro países, Argelia, Rusia, Bielorrusia y Turquía.
En Turquía se reunió con el presidente Erdogan y, en la ocasión, se firmaron acuerdos en varias áreas que tenían por finalidad, en la visión del gobierno venezolano, “fortalecer una alianza entre pueblos hermanos”.
Lo mismo que se había hecho con Irán en la década anterior, con los vuelos a Teherán, ahora se acordó una ruta aérea entre Caracas y Ankara.
A principios de diciembre de 2018, el presidente Erdogan visitó Caracas, y se firmaron varios acuerdos en materia económica y energética, destacando una carta de intención para la cooperación en materia de defensa.
Ahora que el tema venezolano ha adquirido una preocupación global, las respectivas alianzas se rearticulan, con un enfrentamiento, hasta ahora solo verbal, en las principales organizaciones internacionales, como la ONU, y regionales, como la OEA.
Por una parte, la mayoría de los países de América, encabezados por Estados Unidos, Canadá y Brasil, presionan para la salida de Maduro y el reconocimiento internacional a Guaidó.
Esta posición es secundada por las grandes potencias europeas, a la que probablemente se unirá el conjunto de la Unión Europea.
Por otra parte, Rusia y China encabezan el apoyo internacional al gobierno de Maduro, con un fuerte rechazo a lo que denominan “intervencionismo” liderado por Estados Unidos.
Esta postura es seguida por Irán, fuerte opositor de Estados Unidos e Israel, y por Turquía, quien, pese a formar parte de la OTAN, ha tenido un creciente distanciamiento con Estados Unidos.
Israel y la Autoridad Nacional Palestina también han tomado posiciones enfrentadas en la crisis venezolana. El primero, reconociendo a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela. La segunda, respaldando a Maduro y rechazando la “intervención estadounidense”.
En suma, la nueva guerra fría, la que ha enfrentado a Rusia y los países occidentales por el tema de Ucrania desde 2014, se ha instalado ahora de manera profunda en la región latinoamericana, con posturas enfrentadas sobre la crisis venezolana, y amenazando en convertirse en un nuevo conflicto internacional en la ya complicada geopolítica mundial.
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