Dos noticias vinculadas al medio ambiente marcaron la agenda esta semana. Por un lado, se publicó el informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que nos advierte sobre los devastadores efectos del calentamiento global, muchos de ellos irreversibles y asociados a una degradación sin precedentes de la naturaleza. Por otro, la Comisión de Evaluación Ambiental de la Región de Coquimbo aprobó el polémico proyecto minero-portuario Dominga, emplazado en las cercanías de la Reserva Nacional Pingüino de Hümboldt, un ecosistema único donde habita cerca del 80% de la población mundial de esta especie.
El proyecto Dominga ya había sido rechazado regional y nacionalmente por la autoridad administrativa el año 2017, tras lo cual se inició una extensa batalla judicial en los Tribunales Ambientales y la Corte Suprema, donde aún quedan recursos pendientes de resolución.
Es imposible no rememorar lo que vivimos en nuestra región hace una década con el fallido proyecto eléctrico HidroAysén. A inicios de 2014, cuando el Comité de Ministros finalmente rechazó la iniciativa, el entonces titular de energía de la época sentenció que "HidroAysén fijó nuevos estándares de sustentabilidad para los futuros proyectos". Una frase que este gobierno tiró por la borda al autorizar Dominga. ¿Por qué insistir en un modelo destructor de la naturaleza? ¿Es acaso el único camino posible?
La respuesta es que no. Hay muchos otros caminos y el de Dominga parece ir en reversa. Basta recordar la campaña del terror que levantaron en su momento los impulsores de HidroAysén, señalando que el país se podría quedar sin luz en caso de no construirse las cinco centrales. Hoy Chile no solamente cuenta con electricidad, también las energías renovables no convencionales se están acercando al 25% de la matriz eléctrica.
Del mismo modo, si Dominga termina sin construirse, es probable que en el Norte Chico se potencien otras actividades compatibles con la protección del medio ambiente, como el turismo sustentable, la agricultura oceánica, o la misma producción de energías limpias. La economía y el crecimiento verdes no sólo son una realidad, son un imperativo en un país como el nuestro, lleno de hábitats y ecosistemas únicos, y con un alto grado de vulnerabilidad frente a la crisis climática.
En la reciente aprobación de Dominga prevalecieron intereses particulares. Que dicha decisión se haya tomado en la misma semana en que conocimos un informe lapidario sobre el estado del medio ambiente es inexplicable. Por suerte aún quedan instancias administrativas y judiciales para frenar una irresponsabilidad que nos está llevando por el camino del retroceso.
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