Hay días que parten mal y el de ayer fue uno de ellos. Estábamos en Estambul, nuestro hotel quedaba justo en la plaza Taskim, frente al lugar en donde se levantaba el escenario para celebrar el Día del Trabajo, que en Turquía suele ser un acto masivo en el que participa más de un millón de personas.
El lugar estaba vallado por la policía, pero aún así, el día anterior mis editores consiguieron autorización para que un coche nos recogiera a las 4.30 de la mañana. Así, el 30 de abril, luego de una fantástica y alegre cena con amigas y amigos turcos, antes de ir a la cama para dormir un par de horas, pedimos al recepcionista del hotel que nos despertara a las 3.30. El recepcionista anotó y, confiados, nos fuimos a la habitación.
Estaba dormido como un tronco cuando Pelusa me dio un amoroso codazo en las costillas: ¡Son las 4 y media y el muy cabrón del recepcionista no nos despertó!
Saltamos de la cama, con movimientos de zombis nos vestimos, agarramos las maletas y bajamos. Ya en la recepción y mientras yo recitaba como una oración matinal el rosario de puteadas que conozco en alemán, inglés y francés, más varias en chileno para recuperar el aliento, descubrimos que el muy diligente recepcionista había anotado mal nuestro número de habitación. Además, nos dijo, "un señor de Anatolia está furioso conmigo porque lo desperté a las 3.30." Pobre señor de Anatolia, tal vez y sin querer, fuimos culpables de un coitus interruptus.
Como en el cuento de Augusto Monterroso, "el taxi todavía estaba ahí", de tal manera que nos lanzamos por las calles de un Estambul tan lleno de gente como si fuera mediodía rumbo al aeropuerto.
Llegamos a las 5.15 y corrimos en busca del mesón de facturación de Iberia. El aroma del café que se sentía era una invitación a tomar la vida con calma, pero con Iberia la calma es una miserable utopía: nuestro vuelo estaba previsto para las 6.05 y, poco menos de una hora antes del despegue, el mesón de Iberia estaba cerrado.
Entonces, por los altavoces del aeropuerto, una voz nítida, comprensible, clara, dijo con palabras bien moduladas en turco, ingles y español, que el vuelo de Iberia Estambul-Madrid de las 6.05 estaba cancelado.
Pelusa y yo respiramos con calma, nos miramos, dedicamos unos segundos a un ejercicio zen, y luego nos fuimos al mesón de atención al cliente de Iberia.
Encontramos a medio centenar de españoles a punto de linchar a los dos turcos, un chico y una chica, que atendían, y que con gran gentileza decían: "estamos de acuerdo, Iberia es una compañía de mierda". "No, no sabemos por qué cancelaron el vuelo". "El teléfono de Iberia es el 902400500 y si consiguen que los atiendan les obsequiamos una bandeja de baklava".
Como soy un optimista, llamé a Iberia. Una voz femenina y sensual dijo desde algún lugar de Marruecos o Rabat, lugares desde los que se atienden esos teléfonos: para mayor seguridad esta conversación quedará grabada 'pip'pip'pip' si desea consultar sobre reservas marque uno, si desea anular reservas marque dos si desea un corte de pelo marque tres si desea consejo sentimental marque cinco.pip'pip'...
El lugar olía a motín: unos brasileros se dolían de perder su vuelo Madrid- Sao Paulo, unos gallegos puteaban porque era la tercera vez que les ocurría lo mismo, unos catalanes se maldecían por no haber comprado pasajes en Air France, unos madrileños declaraban que todo era culpa de Zapatero, y nosotros exigíamos que nos metieran en otro vuelo.
A las 9 de la mañana nos "derivaron" a un vuelo Estambul-Madrid de Turkish Air, y desde Madrid seguiríamos vuelo a Asturias en un avión de Spanair. Perfecto. Todo solucionado. El vuelo de Turkish salía a las 12.30. ¿Qué significa perder seis horas y media para un cliente de Iberia? Las cancelaciones y atrasos de la "compañía de bandera" española son ya una tradición, como cantar fandangos en Huelva o arrojar cabras desde los campanarios.
El aeropuerto de Estambul es grande y cómodo. Hay varios cafés dotados de sillones "Voltaire", muy aptos para dormir un poco, y no hay mozos hinchapelotas que lo despierten a uno preguntando si va a tomar algo.
Pelusa se enfrascó en la lectura de una novela de Ramón Díaz Eterovic y yo a conspirar con los furiosos españoles que se cagaban en la madre que parió a Iberia. Los españoles son un pueblo muy dado a conspirar en pequeños grupos, en torno a un café o una cerveza. Ahí sacan a relucir su potencial revolucionario, la santa ira del pueblo, la bronca, pero, como se sabe, nunca van más allá de las buenas intenciones.
A las 11 de la mañana hicimos unas compras, recuerdos para los amigos, y yo me dediqué a disfrutar de mi última comida turca. En un bar había un menú rápido irresistible; fajitas de cordero asado, yogur, salsas deliciosas y pan turco recién hecho, más una estupenda cerveza para bajar las delicatessen.
El avión turco, lleno hasta el límite, se preparó para el despegue con puntualidad, pero cuando estábamos en la pista, en la última fila se escuchó una voz de mujer que decía: "ojalá que este avión de estrelle, ojalá que no quede ninguno de nosotros", deseos extraños y extemporáneos en tales circunstancias, que eran contestados por una señora madrileña con sonoros "cállate imbécil, calla hija de puta, estréllate tu, tarada", amena discusión que consiguió atraer la atención de las azafatas y retardar casi una hora el despegue. Una vez que la alterada mujer de los criminales deseos fue silenciada (hubo apuestas al respecto; algunos sostenían que una azafata la había amenazado con aplicarle la legislación anti terrorista, viaje a Guantánamo incluido, y otros aseguraban que le habían dado un calmante), emprendimos un plácido vuelo sobre Turquía, Croacia, Eslovenia, Italia, Francia, hasta que descendimos a las cinco de la tarde en la terminal 1 del aeropuerto de Barajas.
Apenas el avión turco abrió la puerta, hicieron aparición unos cretinos vestidos de azul (y no eran pitufos) los que empezaron a revisar pasaportes en el mismo avión. Los cretinos de azul sobre cuyas espaldas se leía "policía", tenían evidentes problemas de lectura, y aunque los textos que se leen en los pasaportes son de pobre argumento y escasas palabras, tardaban mucho en autorizar a que los -una vez más al borde del motín- viajeros, abandonáramos la nave.
Salimos del avión de Turkish a las 17.30. Nuestro vuelo a Asturias con Spanair estaba previsto para las 17.05. En la terminal 1, buscamos primero un mesón de Spanair, sin éxito, encontramos un mesón de informaciones de Aena sumido en la más dolorosa soledad, entonces buscamos los paneles de información; tres de ellos mostraban sus pantallas impecablemente negras, como televisores de adeptos al Real Madrid luego de un partido con el FC Barcelona, hasta que finalmente dimos con uno que funcionaba y en la pantalla ponía que, en efecto, nuestro vuelo a Asturias salía a las 17.05 y desde la terminal 2.
Si hay que definir con una metáfora el aeropuerto de Barajas, la única posible suena así: ¡es una mierda!
Esperamos el pequeño bus que intercomunica las terminales, a las 18.00 estábamos frente a un mesón de informaciones de Aena, vacío, solitario, triste. A las 18.05 recordé mis clases de Tae Kwon Do y le di una patada feroz al tercer mesón de Aena, vacío, solitario, triste, y por fortuna encontramos a un aseador peruano que nos guió hasta el mesón de Spanair.
Ahí nos atendió una solícita chica que nos informó de algo que sospechábamos: habíamos perdido el vuelo.
Tras decirle que, por culpa de unos cretinos vestidos de azul que no usan las instalaciones de control de pasaportes pagadas con nuestros impuestos, habíamos salido muy tarde del avión turco, le pedimos que nos metiera en el siguiente vuelo. Entonces la chica nos miró con desprecio y dijo que no era problema de su incumbencia, porque nuestro vuelo a Asturias era con Air Europa, y que debíamos regresar al terminal 1.
Armado de gran paciencia y evitando estrangularla, le hice notar que nuestra tarjeta de embarque estaba adornada con las siglas "JK" correspondientes según la jerga universal aeronáutica a Spanair. Entonces ella, con un discurso aprendido en algún seminario de economía liberal de mercado, respondió que nuestro vuelo había sido derivado a Air Europa, cuyos mesones estaban en la terminal 1.
Mientras esperábamos el mini transporte que comunica las terminales, y que teóricamente pasa cada tres minutos, vimos a varios compañeros y compañeras de infortunio sudando a mares, mientras se cagaban en los muertos de Iberia, Spanair, Air Europa, el aeropuerto de Barajas. Escupimos con profusión los cristales, pateamos unos basureros, ¡Oh la santa ira del pueblo! y de regreso a la terminal 1 buscamos algo, un mesón, una mesa, una mesita identificada con las siglas de Air Europa y que tuviera algo de aspecto humano-parlante al otro lado. Hubo suerte; tras romper de otra patada otro mesón vacío, solitario y triste de Aena, dimos con una empleada de Air Europa, la que nos informó que el problema no era de ellos sino de Iberia, en tanto nuestros pasajes originales o contrato de viaje, era con Iberia, Además, indicó, no hay más vuelos a Asturias.
Cantando "Asturias, patria queridaaaaa" esperamos durante un cuarto de hora el mini trasporte que pasa cada tres minutos. Ese mini bus, salé a una autopista, ningún asiento lleva cinturón de seguridad, y el conductor, un psicópata que daba las curvas a 120 km por hora, tampoco lo llevaba puesto. Los pasajeros con rumbo a la terminal 4 se asían como podían, las maletas se sacudían con violencia, hasta que un severo frenazo que casi nos hace salir por el amplio parabrisas nos indicó que habíamos llegado al quinto coño, es decir a la terminal 4, moderna y bella, el orgullo de España ¡olé!
El la mítica "T4", el primer mesón de Iberia atendía sólo "niños sin compañía de adultos", no había nadie esperando a que lo atendieran, pero una empleada de rojo nos mandó al siguiente mesón. En el segundo mesón de Iberia atendían solamente casos de exceso de equipajes, en el tercero no había más que una silla, y en el cuarto, nos hicieron esperar una hora mientras examinaban nuestro caso. A las 19.15 nos mandaron de regreso a la terminal 1 a reclamar nuestras maletas, pues sin ellas, no podían darnos tarjeta de embarque para el siguiente vuelo a Asturias.
Esperando el mi bus que nos llevara otra vez a la T1, el "Asturias, patria queridaaa" sufrió un cambio de texto: "la putaaa, que los pariooo, a todos los empleadoooos". ¿Cómo se entra a las salas de recogida de equipaje si uno, coherente con el hecho de estar fuera, quiere hacerlo? La solución a este misterio me llevó primero a volcar cuanto carrito porta equipajes se cruzó en mi camino y a arrancar todos los rótulos de "información" que se exhiben en los mostradores de Aena. Finalmente y aconsejados por dos mujeres de la Guardia Civil, violamos el aviso de prohibido entrar y nos colamos a la sala de recogida número 6.
Una aburrida pero atenta empleada de Air Europa y otras compañías, curtida ya en recibir puteadas de cientos de personas, tomó los recibos de nuestro equipaje y nos invitó a esperar frente a la banda número 11. Unas solitarias maletas giraban sin esperanza de encontrar a sus dueños. No hay nada más triste que ver a esas maletas sin dueño y, así, meditando sobre la soledad de las maletas, esperamos una hora, hasta que apareció una, la de Pelusa.
Yo, lo reconozco, fui un cobarde, fui infiel y desleal con mi maleta, y la abandoné a su suerte. Me resigné a perderla con tal de no quedarnos en tierra una vez más, ya que el vuelo de Iberia salía hacia Asturias a las 9 de la noche.
De regreso en la "T4", facturamos la maleta de Pelusa, recibimos las tarjetas de embarque, y nos sumamos a las puteadas de las doscientas personas, todas con vuelos para los próximos treinta minutos, que llevaban ahí hasta horas, y que eran atendidas por los únicos tres empleados de Iberia. Había quince mesones de facturación desocupados.
Una vez más pasamos por el escáner. ¿De dónde sacan a esos guardias de seguridad que no hablan, ladran? ¿Son los escáneres tan malos que no pueden ver un ordenador dentro de una bolsa y es necesario sacarlo y ponerlo en una bandeja? ¿Se puede secuestrar un avión con un cinturón? ¿Qué relación tiene una empanada gallega con Al Quaeda?
A las 21.30 los paneles de la T4 avisaron que el vuelo a Asturias se retrasaba a las 22.15. Luego se retrasó a las 22.50. Más tarde se retrasó a las 23.05. No hubo una sola disculpa. "Recordamos a los pasajeros que los servicios de megafonía del aeropuerto de Barajas no proporcionan ninguna información sobre vuelos". ¿Para qué mierda sirven entonces?
Aterrizamos en Asturias pasada la medianoche, ya era dos de Mayo, nos habíamos perdido el Día del Trabajo.
Pero a veces ocurren milagros: estábamos a punto de salir del edificio del aeropuerto de Asturias, cuando un guardia civil me llamó: ¿Sepúlveda? Creo que aquí hay una maleta tuya.
Sí, ahí estaba mi maleta. Me abracé a ella emocionado y le juré, como se le jura a una novia, que nunca más, que jamás volvería a someterla a los riesgos y humillaciones por las que había pasado. Le juré que nunca más volaríamos con una aerolínea española.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado