Que hay crisis política en Chile, es indiscutible. Los casos de Carlos Ominami y Pablo Longueira así lo denotan, más allá de si son definitivamente culpables ante la justicia. Ellos, se quiera o no, representan a la alta clase política, que hoy no genera más que desconfianzas entre los ciudadanos. Pero además, personifican lo que fueron los polos ideológicos del debate político que marcó los últimos 20 años.Tampoco los de edad mediana se salvan. Ahí está Meo sin saber qué decir por el jet que le prestaron. No hay liderazgos inmediatos sino pre púberes políticos.
Estamos ante un punto de inflexión. El proyecto gremialista, que era el proyecto ideológico de la derecha, agoniza junto al cadáver de lo que fue el proyecto político que encarnó por más de 20 años la Concertación. Frente a ese vacío, las élites políticas de viejo cuño ya no pueden encontrar sustento discursivo, por lo que sólo se dedican a dispararse mutuamente frente a los escándalos que los aquejan o a pasar piola.
Todo este agotamiento no ocurrió de un día para otro. Fue un proceso subterráneo de colapso, marcado por la falta de reflexión política, la nula formación ideológica y la proliferación de operadores ansiosos de cargos y poder al interior de los partidos.
Del hambre idealista se pasó a la sed de poder. La renovación de liderazgos se fue agotando, producto de la falta de proyectos e ideas. Mientras tanto, la sociedad chilena, producto del mayor acceso a bienes, servicios y con ello a ideas diversas, se volvió más abierta y dinámica. La distancia entre ciudadanos y élites políticas enclaustradas en sus partidos, en sus escaños y cargos burocráticos, no tardaría en llegar.
Contrario a lo que se puede pensar, en ello hay una gran oportunidad para fortalecer nuestro alicaído debate público.Pero eso depende de cómo la ciudadanía enfrenta el fin de la transición expresado de manera transversal en la perturbación de las élites políticas.
Hay dos opciones, o nos comportamos como súbditos, dejándonos llevar por la demagogia de aquellos populistas apetitosos de poder,que aparecen cada tanto prometiendo mejorar o cambiar todo; o noscomportamos como verdaderos ciudadanos de una República democrática, celosos de nuestra soberanía personal, siempre vigilantes con respecto a las pretensiones del poder político.
Este es un desafío para todos nosotros.
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