La discusión en torno a los DDHH en el Frente Amplio ha tomado una deriva de descalificación, formalismo y puja por posicionamientos identitarios que impiden conducir la conversación hacia lo que creo, debiera estar en el centro del debate.
¿Qué proyecto de izquierda vamos a ofrecer al país, y junto a ello, en qué medida vamos a asumir que nuestro proyecto transformador tiene o no una piedra de tope en las restricciones de las libertades personales y colectivas, cívicas y políticas?
Excluimos del registro de tensiones a los derechos sociales y culturales en torno a las cuales entendemos que hay acuerdo puesto que dentro de nuestra coalición, ninguna voz ha promovido hasta ahora, un proyecto que no promueva la construcción de una esfera pública en que el derecho a tener derechos sociales y el resguardo de las prácticas y valores culturales particulares esté coartado o subordinado a otros objetivos. Algo distinto ocurre, sin embargo, con la discusión en torno a los derechos cívicos y políticos.
Los argumentos que se han expresado en espacios asambleístas redes sociales, foros públicos, columnas de opinión y en el propio Congreso de la República, permiten identificar gruesamente dos posiciones en contradicción.
Por una parte aquellos que, en la línea de lo planteado por el Diputado Gabriel Boric, han argumentado en favor de una defensa incondicionada de los derechos humanos tanto como un ámbito del ejercicio de las libertades colectivas y personales, como en la forma de un referente ético para la regulación de las instituciones y la construcción de un espacio público democrático.
Frente a esta posición se han expresado posturas que, en líneas gruesas, defienden la idea de que los objetivos de justicia social e igualdad hacia los que conduce el proceso revolucionario colisionan, de manera inevitable con las libertades políticas y cívicas de aquellos sectores de la población que se oponen a ese proceso.
Y, por tanto se asume desde esta mirada, que a la hora de impulsar una transformación social que apunte a superar las relaciones de clase propias del capitalismo, será necesario desplegar desde el Estado políticas que eventualmente restrinjan las libertades y derechos cívicos y políticos de quienes se oponen al proceso. Relativizando con ello el entronque de estos derechos particulares con el principio de los derechos humanos universales.
Esta discusión descrita aquí de esta manera en extremo sintética, es vital para la definición de la naturaleza misma del proyecto político que vamos a ofrecer al país como Frente Amplio. Por tanto, quienes militamos en las organizaciones que lo integran y buscamos construir un camino hacia el socialismo, tenemos la responsabilidad de poner la discusión en términos sustantivos.
Ello implica sacarla de la retórica identitaria, del academicismo abstracto o de los términos de una filosofía barroca propia de revista de papel cuché en la que ha pretendido instalarla recientemente por ejemplo, el ex precandidato presidencial del Frente Amplio Alberto Mayol.
Estas derivas literarias o abiertamente panfletarias contribuyen a instalar una niebla a través de un efecto comunicacional allí donde justamente necesitamos la mayor nitidez, pues es uno de los terrenos donde ponemos en juego nuestra voluntad de seguir caminando.
Y es que la diferencia expresada aún tibiamente en el debate por la democracia, el socialismo y los derechos humanos en América Latina está en directa relación con la forma en que estamos entendiendo el proyecto de sociedad que queremos construir.
Una vez despejada la nebulosa literaria y las disquisiciones academicistas, podemos encarar de frente las definiciones que estamos llamados asumir hoy las distintas organizaciones del Frente Amplio, y particularmente aquellas que como el Movimiento Autonomista pretendemos construir la viabilidad política desde la coalición para dar una salida socialista al neoliberalismo.
La disputa central que abrió el diputado Boric hace unas semanas tiene que ver precisamente con la naturaleza de ese objetivo, es decir si estamos por construir un socialismo democrático que asume el conflicto de clases como una disputa que debe darse en el seno de las instituciones políticas democráticas y que, sin embargo, entiende que esas instituciones están sujetas a una transformación impulsada por la movilización social.
O por el contrario estamos por un socialismo burocrático que deposita en el Estado la conducción del proceso revolucionario, modificando e interviniendo las instituciones democráticas vigentes en función de la consecución de los objetivos revolucionarios.
Si la vocación del Frente Amplio decanta por crear las condiciones para construir un socialismo nuevo y democrático, debe orientar su política a la consolidación de un régimen de igualdad sustantiva, que renuncie a suspender o subordinar, bajo cualquier circunstancia, las libertades cívicas y políticas de los segmentos de la población que se opondrán a ello.
Cada vez es más claro en el mundo occidental que los derechos humanos como referente de la convivencia y de la democracia están entrando en una crisis profunda, que es consecuencia, creo, de la incapacidad política de crear modos de desarrollo concordantes con esos derechos.
Pienso que las respuestas que están dando los Estados que impulsan agendas de profundización neoliberal, como el chileno o el argentino, así como aquellos que orientan su política a la construcción de un socialismo burocrático como las que se proponen desde Venezuela o Nicaragua, están siendo incapaces de impulsar formas de producción social compatibles con el respeto de los derechos humanos y, por tanto, están condenándonos a asumir, desde la propia izquierda, que la crisis de estos derechos es efectivamente terminal.
El desafío que hoy estamos llamados a asumir quienes creemos que es posible, pero sobre todo necesario un proyecto socialista democrático, es el de crear una forma de convivencia humana y de producción económica y social que no suponga la necesidad de sacrificar los derechos humanos ni como un ámbito de las garantías políticas y cívicas, ni mucho menos como referente de la construcción de nuestras instituciones.
Quienes renuncian a ese desafío en razón de objetivos revolucionarios nos invitan a seguir un camino conocido, y que va directamente a los campos de concentración, el exilio, la cárcel arbitraria y la persecución.
Si quieren convencernos de que el socialismo es esa tragedia de sangre y fuego, pues no nos queda más remedio de renunciar a caminar junto a ellos, y recordarles en la despedida que como dijo Marx, la historia se repite, primero como tragedia y luego como parodia, y que su aspiración burocrática no es más que la versión paródica de un socialismo que sucumbió con el siglo XX a su propia máquina de destrucción.
Desde Facebook:
Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado