El drama de nuestro Congreso

Mucho se ha dicho sobre la pérdida de confianza que la población tiene en el Congreso Nacional. Por el bien de la democracia es necesario buscar y enfrentar las causas de los problemas que le afectan. En esa dirección queremos hacer un pequeño aporte. 

Sin pretender realizar un completo diagnóstico, me remitiré a los factores que me parecen de mayor relevancia. 

Los altos sueldos que reciben y que se constituye en un verdadero escándalo por la brecha que se genera con los ingresos medios de nuestro país. 

Un estudio de CIPER  compara a Chile con los países de la OCDE en los ingresos de los parlamentarios de las Cámaras de diputados.

Se observa que el salario anual de $103.265.772 (pesos chilenos), equivalente a US$252.505 (ajustado por paridad del poder adquisitivo, PPA) es el más alto de todos los paises pertenecientes a esta organización y significa una relación del 40,3 entre la dieta y el sueldo mínimo. 

Es Insólito, pero los países más desarrollados los diputados tienen una renta muy inferior al nuestro. Estados Unidos, con US$174.000 (PPA) y la relación de la dieta con el sueldo mínimo es de solo un 11,8; Italia, con US$173.488 (PPA)y una relación del 21,1; y Japón, con US$140.263 (PPA)y una relación del 13,6. El sueldo de los parlamentarios, en Estados como República Checa, Eslovaquia, Suiza y Hungría no supera los US$50.000(PPA)con relación entre 1,2 y 4,0 con sus sueldos mínimos. 

Naturalmente estas altas remuneraciones son un incentivo para el uso del poder para servirse y no para servir. Se aferran al mismo como pueden, generando clientelismo para mantenerse e incluso en algunos casos usan y abusan del poder que adquieren. 

Se justifica que son equivalentes a los ingresos de un ministro, pero olvidan señalar que ellos fueron elegidos porque se ofrecieron para representarnos. Los ministros son elegidos por el Presidente y duran mientras tengan su confianza, por lo que necesariamente deben tener una compensación económica distinta.

La falta de consecuencia y honestidad, otro gran cuestionamiento. Por mucho tiempo esto hacía alusión a las promesas incumplidas, al uso y abuso de la mentira, a discursos inconsistentes, a las críticas a su adversario por lo mismo que él hace o ha hecho (el cuoteo político, el clientelismo político, los operadores políticos, las interpelaciones y acusaciones constitucionales de carácter meramente políticos, entre otras.) Hasta aquí se podía hablar más de inconsecuencia.

Ahora, con las boletas ideológicamente falsas y el financiamiento de la política, la deshonestidad entró a otra dimensión. Han caído conspicuos parlamentarios que no solo solicitaban recursos para sus campañas, sino incluso para hacer y defender leyes que beneficiaban a las grandes empresas. 

La intolerancia, la incapacidad de diálogo y acuerdos. El poco interés por legislar por el bien superior del país y no de intereses propios o de sectores. Esto porque se ha caído en un peligroso fanatismo. 

“Los seres humanos desgraciadamente a veces nos ponemos fanáticos y el fanatismo te restringe la reflexión no te permite mirar, no te permite escoger, quedas atrapado en los fundamentos de tu fanatismo. Es aquel que no está dispuesto a reflexionar sobre los fundamentos de lo que dice”. (Humberto Maturana, entrevista en CNN con Fernando Paulsen). 

El fanatismo le hace pésimo a la política, al trabajo parlamentario y al desarrollo del país. Cuando cada cual se considera poseedor de la verdad y pretende imponérsela a los demás estamos frete a un diálogo sin sentido. No existe la búsqueda del enriquecimiento y la complementación entre Gobierno y Oposición. 

Es así como se han establecido leyes mal fundamentadas y estudiadas, porque los legisladores no la analizan en su profundidad, sino que esperan la orden del sector.

Hemos escuchado en este tiempo de algunos que han cuestionado su voto en anteriores acusaciones constitucionales. Siendo éste un acto de la mayor trascendencia que incluso cercena la vida política de una autoridad, algunos no lo hacen con la debida acuciosidad, pero sí con una gran soberbia. 

De esta manera dan la espalda a las necesidades del país, siendo incapaces de responder a la real urgencia de muchos requerimientos de la población de manera pronta y oportuna, porque se enfrascan en debates sin sentido y pierde el tiempo en comisiones que dicen escuchar a los expertos cuando ya la decisión la tienen tomada con antelación. Lo mismo pasa con las interpelaciones y acusaciones, muchas veces sin fundamento. 

Es imperioso, por el bien de Chile, que se generen en el parlamento los cambios necesarios que le permitan volver a ganarse el reconocimiento y la valoración de los ciudadanos, ya que de eso depende en gran medida la democracia.

Si ello no sucede, en las próximas elecciones podríamos estar enfrentado al grave fenómeno del populismo.

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