Los sucesos de Los Ángeles, Estados Unidos, son imprevistos. Probablemente hubo cientistas políticos que advirtieron las tensiones existentes, pero en la forma en que se han precipitado los choques en las calles entre la policía y los migrantes, la intervención militar ordenada por el presidente Trump, la respuesta del gobernador, Gavin Newsom, y la convulsión política, provocada son los efectos de una intolerancia de siglos.
En definitiva, sea en Europa, Chile o en los Estados Unidos, las dimensiones de la migración se ha transformado por su magnitud y efectos incalculables en un desafío universal. Los organismos internacionales especializados indican que existen más de 120 millones de personas "desplazadas" en el planeta y definen como migrantes a más de 40 millones de esas personas. Son magnitudes inabarcables y moralmente inaceptables para la civilización humana de hoy porque mientras parte de la élite de sus científicos y tecnólogos se dedican con pasión a investigar cómo resolver los aspectos operacionales que posibiliten llevar una nave espacial tripulada a Marte en el curso de esta década, en los alrededores de los enormes edificios que albergan los consorcios financieros que pueden financiar ese proyecto, esperan con angustia personas y/o familias que se instalaron a esperar un pedazo de pan o las sobras de comida chatarra.
En ningún país la situación es igual a como aconteció en el territorio del norte, pero en todos los lugares conlleva la existencia de miles de grupos familiares que se han trasladado ahora o hace algunos años en búsqueda de las condiciones económicas y sociales que entreguen a las familias el respeto y la dignidad que la civilización humana hoy está en posibilidad de entregar y que a ellos no les ha llegado.
El fenómeno está presente en todos los continentes. En América Latina ya no solo hacia Estados Unidos, sino que hacia Chile y otras naciones, desde Asia dirigiéndose hacia Alemania y los países nórdicos; también son innumerables las familias africanas que cruzan el Mediterráneo y tratan de ingresar a Europa, sea Italia, España o Francia, miles y miles de hombres, mujeres, niños y ancianos se arriesgan a travesías insoportables con la esperanza de sobrevivir y conseguir la residencia que les abra la perspectiva de un nuevo destino.
Sin embargo, ese sueño se torna, en los hechos, prácticamente inalcanzable. Los Estados se cierran o intentan hacerlo y tampoco destinan los recursos que se requieren a los servicios públicos que no consiguen responder a las nuevas demandas y parte decisiva de la población se pone en contra de la migración. Así, por ejemplo, los sueños de miles de familias migrantes no consiguen cruzar el Mediterráneo y, literalmente, se ahogan en circunstancias que podrían ser encauzados hacia proyectos de inserción social que muchos Estados tienen como objetivo.
Así, en ese mar de contradicciones y conflictos, acentuados por las organizaciones terroristas islámicas, así como por las bandas del crimen organizado que actúan en contra de la gobernabilidad de los Estados en que la migración se instala, se genera una situación difícil de manejar en medio de la cual aparece la incertidumbre hacia el futuro.
Con su habitual simpleza e inhumanidad, la derecha y la ultraderecha simplemente gritan: ¡expulsen esa gente!... ¡devuélvanlos! Pero, hasta hoy, sus propios gobiernos no pueden hacerlo, por infinitos vínculos económicos y sociales el desafío creado por la migración no se resuelve con un simple grito de rabia, como muchos acostumbran a hacer, con escasas excepciones, como el Presidente Boric que ha trabajado para tener una política de Estado sobre la materia.
En este contexto de confusión, surgen y crecen los partidos de ultraderecha, grupos sin conciencia ni sentido de solidaridad, que agitan el miedo y la xenofobia desplazando a fuerzas tradicionales que sostuvieron la democracia por más de medio siglo y se ven disminuidas, incluso desplazadas. En ese clima, hay algunos confundidos o ambiciosos que giran hacia el populismo de ultraderecha, donde nada encontrarán, salvo el viejo rencor de esos grupos a los ideales democráticos.
El armamentismo agudizado por el genocidio de Israel en Gaza y la guerra Rusia-Ucrania en nada colabora a los Estados que gastan sus recursos en la compra de armas y logística bélica. La confrontación Israel-Irak provocará otros miles de desplazados. No hay como financiar la salud y la educación pero sobran balas y explosivos. La comunidad internacional advierte impotente como decae su capacidad de gobernabilidad y la desorientación crece, en tal escenario global las fuerzas políticas están sobrepasadas.
En esta situación hay que responder con madurez y claridad, en nuestra voluntad política Chile está primero. El odio y la intolerancia no son el camino. Hay que orientar la acción de las fuerzas populares y progresistas hacia el fortalecimiento del Estado nacional y afianzar la gobernabilidad democrática. Esa es una obligación esencial. Eso significa unir a la comunidad chilena y crear un arco de fuerzas respaldado por una mayoría política y social capaz de sostener la marcha del país, en estas condiciones sumamente difíciles.
Desde la izquierda hay que empeñarse en esa tarea. Una mayoría nacional unida para servir a Chile. Esa será la misión de Carolina Tohá si el pueblo de Chile le otorga la primera mayoría en las próximas elecciones primarias. Unir a Chile para superar un riesgoso panorama mundial y dirigir la marcha del país con la madurez y responsabilidad que se requiere.
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