El peor adversario de Bachelet es el bacheletismo

Distintos son los gestos y símbolos que hacen pensar sobre una tercera postulación de la ex presidenta Bachelet, dos fundamentalmente. El primero, la coordinación a nivel de reuniones y declaraciones que hacen sus ex ministros y asesores, y el segundo, la reunión convocada por ella misma hace unos días en su nueva Fundación. Ambos puntos permiten generar diversas especulaciones desde la articulación de un nuevo referente político hasta la mirada al 2021. 

Se suma a lo anterior, la molestia que no esconden los actores de la centroizquierda, ante estas reuniones y cuñas, que no hacen más que potenciar al bacheletismo, legitimándolo como una corriente paralela en el bloque.

Tal vez incomodan las características de intento de transversalidad, como la aparente lejanía de los partidos políticos que buscan proyectar, pues sabemos los poco sexies que se han vuelto para la ciudadanía estas instituciones y que no sumarían mucho en una etapa de reconstrucción de una oposición, pero a su vez tampoco parecen generar instancias de diálogo para regenerar el tejido político o social.

Tal vez, porque en esta nueva coordinación, no parecen ser considerados, a 90 días de concluir la Nueva Mayoría, aun cuando la mayoría de los integrantes del bacheletismo, son afiliados a partidos políticos de la ex coalición. 

Pero con todo, parece que la “pata coja” de este nuevo referente tiene su origen en sus propios integrantes, acá algunas razones. 

La primera, está relacionada con su génesis y su plantel. El bacheletismo nace durante el primer Gobierno de la ex presidenta, como un grupo transversal a los partidos integrantes de la Concertación, como un círculo más bien pequeño, tanto afiliados como independientes.

Estos siguen coordinándose durante 2010-2014 e hicieron gestiones para una nueva candidatura, y muchos de ellos no integran la segunda gestión. Hoy, sus integrantes son ex autoridades y asesores, y adolece de tejido social, este más bien se centraría en la confianza que le entregarían las distintas mujeres y hombres beneficiados de sus políticas. 

La segunda, quienes hoy critican en el pasado ayudaron. Cuando la centroizquierda pierde en 2010, vivimos una lamentable etapa de irreflexión, entendiendo que seguramente en cuatro años más volveríamos a ganar las elecciones, ya que el capital político de la ex presidenta era imbatible. Así fue, gracias al apoyo ciudadano, pero sin lugar a duda también por distintos dirigentes quienes en su momento dejaron de apoyar a sus propios precandidatos. Hoy son ellos mismos quienes critican. 

La tercera derivada, es el leit motiv o motor del bacheletismo.  Una vez concluido el Gobierno, el “pegamento” o motor que moviliza al grupo es la defensa de las Políticas Públicas implementadas en los cuatro años, o lo que llaman “el legado”.

Sin duda, se acortaron las brechas a nivel educacional y en materia de género, pero no se puede olvidar que la falta de coordinación política fue un punto flaco. Como sea, un grupo no puede basarse en la nostalgia de lo que fue, y debe mirar al futuro; crítica similar a la que algunos hicieron a lo que denominaron “nostálgicos de la Concertación”.

Por lo pronto, la gestión de Piñera no ha intencionado (o querido) desarmar este legado, claro fue en el Discurso de 1 de junio, donde más bien propuso una ruta de diálogo al mediano plazo y criticó lo que llamaron “la retroexcavadora”. 

Qué duda cabe, a río revuelto ganancia de pescadores. En el momento que un bloque como la centroizquierda tiene una débil coordinación, y parece ser la suma de distintas individualidades, el bacheletismo viene a ocupar lo que los propios partidos han dejado, cancha libre para jugar.

En noventa días muchos siguen esperando respuestas sobre qué será de una centroizquierda que llevó a construir un país moderno, que hasta de Chile Vamos miran como modelo a seguir. 

Bachelet aglutina por sí sola, es la última referente del bloque, pero mal hablaría de ser nuevamente un liderazgo que se proyecte en tres años más.

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