El socialismo chileno contra la exclusión y el veto

El miércoles 19 de mayo venció el plazo para la formación de pactos políticos que inscriben postulantes a las primarias legales, a realizarse el próximo 18 de julio, evento en que se eligen parte de las candidaturas para los comicios presidenciales de noviembre.

El Partido Socialista con la clara voluntad de estar en las elecciones primarias concurrió a suscribir su participación con el apoyo del Partido por la Democracia, el movimiento Nuevo Trato y el Partido Liberal. Al formalizarse el acuerdo con el Partido Comunista y el Frente Amplio, en la sede de Revolución Democrática, principal fuerza de este último bloque político, los dirigentes socialistas fueron notificados que los apoyos de su candidata Paula Narváez -es decir, PPD, Nuevo Trato y PL- estaban vetados. Es decir, las primarias que eran amplias, sin vetos ni exclusiones, ya no lo eran.

En total contradicción con lo dicho tantas veces se recurrió a la exclusión, un recurso contra el que durante décadas luchó la izquierda chilena. El argumento fue una descalificación, la inclusión en el acuerdo sólo podría ser de sectores u organizaciones "antineoliberales", siendo quienes así lo decían -de acuerdo a su propio arbitrio- los dueños de la sanción final en la materia. Es decir, un comité político de representantes de partidos pasaba a ser un tribunal ideológico autoproclamado.

En otras palabras, como la dictadura en el artículo 8°, derogado en 1989 por efecto inevitable del triunfo del No en octubre de 1988, volvía a emerger la pretensión de algunos de dictaminar la legitimidad y validez de las fuerzas políticas para participar en los diferentes hitos relevantes de la vida democrática del país.

En este caso, se vetó con la excusa de no ser "antineoliberales", se usó un recurso profundamente antidemocrático, descalificar a miembros legítimos del ancho arco de las fuerzas democráticas para impedirles formar parte del proceso de nombramiento de una candidatura representativa de la oposición o de una parte muy significativa de ella.

Cuando unos reservan para si la calificación de la legitimidad de los demás concurrentes, se arrogan la autoridad arbitraria y discrecional de catalogar a las demás fuerzas de acuerdo a su exclusiva opinión y conveniencia, así caen en una práctica que prefigura graves deformaciones burocráticas y autoritarias en el ejercicio del poder.

En concreto, todo aquel que no es parte del vértice "superior" que designa y otorga la condición de quién es o no es "antineoliberal" (o el calificativo que corresponda según las circunstancias), queda supeditado y sometido, y quien resguarda y defiende su derecho a decidir de acuerdo a su propio criterio valórico y conceptual se arriesga a las sanciones respectivas, o sea, a ser vetado y excluido.

Está práctica en el movimiento comunista internacional se entronizó en el largo período del estalinismo y hace intocables a los que deciden siempre quién es y quien no es el poseedor de la verdad y son aquellos que nunca se equivocan.

En la ex Unión Soviética, luego de la muerte de Lenin, ante el devastador impacto de la colectivización forzada de la agricultura, la crítica a Stalin de los miembros de la vieja guardia bolchevique condujo a que fueran procesados y excluidos, en distintas etapas de esas décadas terribles, pero en el mismo proceso totalitario que frustró la naturaleza democrática del socialismo: Trotsky, Bujarin, Zinoviev y Kamenev, así como el alto mando del Ejército Rojo fueron procesados, exiliados y/o ejecutados.

Para darle presentación a lo sucedido se reescribió la historia, agrandó y mistificó el rol de Stalin y se prohibió la exposición y/o narración de hechos y procesos que decían que el "gran líder" en la revolución rusa no jugó un papel históricamente relevante y que no era aquel ser superior dotado de una infalibilidad incuestionable que decía la propaganda que minimizaba el impacto de la guerra, la descomposición de la monarquia zarista y la desarticulación del Ejército, el rol del colectivo de dirigentes bolcheviques, la fuerza de la lucha del campesinado y la clase obrera, así como, la existencia de otras organizaciones políticas relevantes en los sucesos de octubre de 1917.

La lógica que impuso el totalitarismo burocrático no tenía escapatoria, la única verdad posible era la palabra de Stalin, de ese modo, la gesta de la heroica revolución rusa de 1917 y su perspectiva democrática fue totalmente desconocida.

Ese proceso fue acompañado de una política sectaria en el ámbito internacional que se materializó en la consigna de "aplastaremos el fascismo por sobre el cadáver de la socialdemocracia". Tan errada estrategia no hizo más que facilitar la ofensiva nazi y el ascenso de Hitler al poder en 1933. Así, el dogmatismo sepultó la unidad del movimiento obrero internacional y sus consecuencias marcaron el siglo XX con un resultado devastador para la transformación democrática y revolucionaria del capitalismo.

Por eso, en 1947, el Programa Socialista redactado por Eugenio González, proclamó que no hay socialismo sin democracia. Que los valores fundacionales del socialismo, libertad, dignidad y participación social, justicia y respeto a los Derechos Humanos sólo son posibles de realizar en democracia. Que la ausencia de institucionalidad democrática conlleva la sucesiva violación de esos principios que son esenciales para los socialistas.

La reunificación del socialismo chileno en su formulación conceptual se nutrió de esas banderas y de la brega unitaria del pueblo al calor de la campaña del No en 1988 y de la lucha por la Presidencia de la República y la configuración del Parlamento en 1989, precisamente, en contra de la exclusión de la izquierda chilena que fuera el objetivo primordial del régimen dictatorial.

Desde su fundación el socialismo chileno se guio por esos principios. Fue así que en 1957 fue activo protagonista del Pacto de Saneamiento Democrático que con el respaldo de Carlos Ibáñez desde la Presidencia de la República, logró la derogación de la "ley maldita" terminando con la exclusión legal del Partido Comunista. Ese es el patrimonio histórico que proyectó el Presidente Allende en la "vía chilena", avanzar hacia el socialismo, en democracia, pluralismo y libertad. Por eso, se transformó en un líder político de estatura universal.

Esa visión que el Presidente Allende, en su mensaje del 21 de mayo de 1971, llamó "segundo modelo" de transición al socialismo, nunca antes implementado y destruido por la contrarrevolución y el golpe de Estado, esa "vía" sucedía a través de la transformación democrática de la institucionalidad haciendo posible el cambio social sin que el proceso deviniera en una dictadura que llegara a negar los valores esenciales del proyecto socialista, las libertades fundamentales, los derechos humanos y sociales, así como, el irrestricto pluralismo político y la diversidad cultural que constituyen una conquista universal de la lucha de la izquierda.

Como la dictadura arrasó con más de medio siglo de evolución social y política, la lucha democrática de la izquierda contra la institucionalidad pinochetista tuvo que recuperar conquistas democráticas básicas que parecían obvias pero que fueron suprimidas en la euforia ultraconservadora que enardeció al régimen neoliberal, una vez que se consolidó en el poder.

Entre tales cuestiones de principios estuvo la lucha por el derecho a la existencia plena de las fuerzas políticas, condicionada hasta entonces por la ideología excluyente de la dictadura. Esa brega esencial contra la exclusión y la discriminación se levantó contra del artículo 8° de la Constitución del 80, el que redactado por Jaime Guzmán no resistió el impacto del triunfo del No y fue derogado en las reformas políticas aprobadas a mediados de 1989.

La victoria socialista en las recientes elecciones de la CUT indica que la tradición de una fuerza democrática de izquierda está viva en la clase trabajadora y que la opción de unidad amplia y sin exclusiones que representa el socialismo sigue de pie, aún en medio de las dificultades sin precedentes que afectan la legitimidad del sistema político y las consecuencias de la pandemia en la vida del país.

No se puede caer en lo que se condenó por décadas como aberrante y antidemocrático. Lo sucedido el 19 de mayo, en el local de Revolución Democrática, quedará marcado como una práctica nefasta que niega los más profundos valores democráticos de la izquierda. Las luchas del porvenir esperan por una rectificación. La unidad en la diversidad deberá prevalecer.

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