Ética en la política y política en la ciudadanía

En un escenario de definición presidencial, el control de la agenda política está dado por un conjunto de factores: los medios de comunicación, los partidos políticos, los grupos de interés, el ciclo político, las encuestas, las crisis, la emotividad, entre otros. 

De modo que, factores profundamente humanos, cargados de subjetividad, van construyendo realidades, que la sociedad les da un tratamiento de verdad, y por tanto, se instalan como elementos de juicio para hacer valoraciones respecto de la “realidad” de la política y el país.

En este sentido, la sociedad chilena se ha circunscrito a discursos e ideas que buscan limitar la política a intereses particulares, separando lo social de lo político. Ahora bien, si la política quiere, recuperar su campo de acción y legitimación social, es importante abrir el campo de significación, recuperando el sustrato ético de la política como actividad humana que apunta al bien común, generando prácticas que resitúen lo político como social y lo social como político, se trata de revalorar el rol que las personas, las ideas y lo colectivo tienen en ella.

En algunas estrategias políticas, se han pretendido recuperar la confianza de la ciudadanía, desde discursos y construcción de personajes políticos, que se instalan por sobre el bien y el mal, bajo el juzgamiento de otros proyectos e ideas, que supuestamente no serían dignatarios de la confianza de la personas. No obstante, dichas estrategias tienen un problema radical, pues intentan definir lo ético de la política desde el comportamiento individual, sin abrir los campos de significación, lo que lleva a volver a situar a la política en marcos restrictivos y neoliberales.

Por lo tanto, quienes valoramos la política como actividad humana, que se construye en el campo de lo social, no podemos restarle responsabilidad y actoría a las personas y ciudadanía, frente al abandono que se ha hecho del espacio político y social, al control ciudadano y a la sana discusión de los temas país como construcción colectiva y democrática.

Evidentemente, traspasar responsabilidades y actoría a las personas y ciudadanía, implica realizar ejercicios de desprendimiento de poder por parte de la institucionalidad actual, cediendo o reconfigurando espacios de formación, decisión y participación vinculante a las personas. Es una inversión que la política hace para si, para transitar de una noción acotada y estrecha de si misma, hacia la noción de la política como campo de acción de lo social.

Dicho lo anterior, no es intrascendente el momento político que vivimos como país, en circunstancias, que debatimos el ingreso a un nuevo ciclo, dado por el escenario eleccionario, donde miden sus fuerzas visiones contrapuestas de la política y del bien común.

Al respecto, la ciudadanía tiene la responsabilidad de preguntarse y movilizarse en función del tipo de sociedad que aspira, una sociedad de derechos, que ponga a las personas y a las comunidades como centro del desarrollo país o una sociedad que retrocede dejando en manos del mercado el bienestar, el desarrollo de las personas y de sus comunidades.

Dicha medición de fuerza no comienza hoy, ha sido parte de todo Gobierno de Reformas de la Presidenta Bachelet, en circunstancias que la derecha se ha opuesto persistentemente, a través de todos los medios disponibles, para mermar e incluso detener los avances en derechos sociales y libertades individuales que el gobierno de la nueva mayoría ha logrado.

En consecuencia, esta batalla se encuentra en pleno desarrollo, por tanto, nadie puede darse por ganador o vencido.

Sin embargo las fuerzas de centro izquierda y el progresismo, que comparten la idea que el mercado no puede definir el bienestar, los derechos y el desarrollo del país, deben saber responder al imperativo ético de la política, quedando depositado en ellos la responsabilidad de encontrar el camino de la unidad, en el marco de la diversidad de identidades y diferencias legitimas, pero poniendo al centro el bien común del país y sus ciudadanos. 

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