La Ciudad del Viento

Luis Robert
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El incendio en Laguna Verde ha mostrado una vez más el estado esclerótico en que se encuentra la "Ciudad del Viento", como la llamó Joaquín Edwards Bello. El viento, sin embargo, no fue esta vez un amigo fiel; movilizó el fuego por la loca geografía de los cerros porteños y enlodó la alegría de numerosas familias que apenas acababan de festejar el año nuevo.

Este incidente, y aunque parezca frío decirlo, sólo es un dato de la causa. El fuego raudo sólo ha mostrado una realidad nacional que es evidente desde hace mucho tiempo, pero que nadie quiere asumir y que aqueja no sólo a Valparaíso, sino a todas las ciudades metropolitanas de nuestro país.

La desigualdad urbana  es un drama que nos hemos empecinado en pasar por alto, pero que es perfectamente visible cuando ocurren catástrofes como las de Laguna Verde, pues hacen visible la cotidianeidad de la mayoría de los chilenos que viven entrampados en una pobreza cruda, segregada, determinada por el territorio en el que viven, que los aleja de los centros de oportunidades y condiciona el acceso a los bienes y servicios más indispensables para la vida, desde el agua, el trabajo, hasta la educación.

Este desastroso incendio muestra, en efecto, una vez más, que la ciudad ha dejado de ser un espacio “habitable” y se ha convertido en una plataforma o aglomeración de individuos que viven sólo pendientes de sí mismos.

Así, el “hábitat”, base de la vida urbana, paradojalmente se ha convertido en un obstáculo para que muchas familias, con o sin incendios, “quemen” día tras día algo de sus vidas, yendo de sus casas al trabajo en trayectos la mayor de las veces inhumanos, buscando con esfuerzos no compensados por nuestra sociedad un mínimo de dignidad para sus familias, o viviendo en espacios donde no es ni siquiera posible reírse con tranquilidad.

En un país como el nuestro, donde la mayor parte de la población se concentra en Santiago y en las grandes ciudades como Valparaíso y Concepción, la "geografía de oportunidades" debe ser un eje fundamental del discurso político del año que recién comienza y que estará marcado por la campaña presidencial.

El acceso a bienes fundamentales para la vida humana tales como educación, salud, vivienda, el entorno y redes, están ligados de manera ineludible a un desigual acceso al territorio, factor que condiciona no sólo las principales decisiones y proyectos de vida de las personas, sino también el de muchas familias que buscan salir de la marginalidad y la pobreza.

Como sociedad, tenemos que abandonar los prejuicios y tomar conciencia que las decisiones ligadas al territorio no son una “exquisitez” de arquitectos o de urbanistas, sino un asunto de mayor importancia pública, que trasciende los colores políticos y que afecta el centro de la vida de las personas.

Muchos de los políticos que hoy, desde el sofá santiaguino, enjuician las decisiones que toman las autoridades de Valparaíso para volver a poner en marcha una ciudad que sólo la planifica el “viento”, están desde hace mucho tiempo en deuda con la ciudadanía, por no otorgarle la urgencia al desarrollo y planificación urbana, cuestión que tiene muchísima más importancia que los acostumbrados “debates de élite” con los que algunos políticos se entretienen en el Congreso mientras la gente está cubierta de cenizas.

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