La politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann señalaba que las personas son menos propensas a expresar su opinión cuando perciben que esta podría ser muy minoritaria, por miedo al rechazo o al aislamiento social. Este temor genera la "espiral del silencio", un fenómeno que se amplía a medida que las posiciones mayoritarias toman fuerza, mientras las minoritarias se debilitan y ocultan.
En la reciente elección de primera vuelta presidencial, tanto el comando de Evelyn Matthei como el de Johannes Kaiser apelaban, en voz baja, a capturar buena parte de ese "mutismo" para sus filas. Pero nada de eso ocurrió como esperaban. El resultado de Franco Parisi se erige como la mayor "sorpresa" de esta contienda, precisamente porque fue él quien logró romper con la "vergüenza" o el estigma que su opción podría generar camino a la urna.
Parisi es un reflejo de nuestros tiempos y, en cierto modo, el fenómeno más difícil de leer para la élite. Queda claro que a sus electores les importó poco o nada que sea o fuera deudor de pensiones de alimentos (papito corazon) o que prometiera celebrar su triunfo con un evento de tuning (congregación de autos modificados) en el entorno de La Moneda.
Esto no es nuevo. No es extraño que los electores prioricen intuitivamente sus preferencias en torno a candidatos con los que no concuerdan completamente, porque hay un factor más importante que tal o cual diferencia específica. Ocurrió con los electores homosexuales de Bolsonaro en Brasil, por ejemplo, quien había proferido todo tipo de epítetos ofensivos en su contra. Aun así, votaron por él porque pesaba más el desprestigio del PT o la promesa de seguridad, que su propia demanda de derechos de identidad. Con Trump y Milei, la lógica es similar.
Pero lo más notable, habida cuenta del declive del viejo clivaje izquierda-derecha, es que Parisi surge como un nuevo centro -mucho más rudimentario y pedestre que lo que representó la DC en su momento- que, en sus palabras, se ubica por negación entre "fachos" y "comunachos", pero sin responder a la lógica ideológica a la cual aluden sus calificativos.
Es algo así como un nuevo centro posicional, que apela a un sentido común extendido y que ofrece soluciones rápidas a necesidades materiales básicas insatisfechas. El filtro retórico de todo esto es la crítica, tan acérrima como destemplada, hacia los políticos y la clase política tradicional. Es un tipo de populismo en estado puro -aunque sus electores no lo entiendan, o si lo hacen, no les importe- que se ubica en esta suerte de centro político difuso y líquido, pero que está siendo extraordinariamente efectivo desde el punto de vista electoral.
En la espiral del silencio subyace una cuota de vergüenza, no por la extravagancia del candidato, sino porque su opción aún no es mayoritaria. Su amplitud solo tiende a reducirse en la medida que su caudal electoral crece de forma consistente en el tiempo, ante la falsa sorpresa de la clase política. Y su efectividad está directamente relacionada con su capacidad de intervenir en la moribunda fisura de la sociedad entre izquierdas y derechas. Allí radica su principal activo: saber leer el tiempo, la forma y la estructura sobre la cual, con dificultad, se sostiene la institucionalidad democrática.
Quizás es el único que logra, además, introducir una cuña en el movimiento pendular de la sociedad que se mueve desde el caos del estallido social al orden portaliano que representa José Antonio Kast. Ahí están su virtud, su capacidad y su propio peligro si no es capaz de capitalizar este resultado con regularidad.
Franco Parisi no es "cuico" ni tampoco "flaite". No tiene que pedir perdón ni realizar autocrítica. Se mueve con soltura sabiendo que, en este momento, no es de derecha ni de izquierda, porque esas categorías no le son propias, aunque podría ser -en un mundo de paradojas- ambas a la vez. Representa lo líquido y difuso de una nueva época que entrega pocas claves para comprenderla. Tiene, en cierto modo, su propio y ruidoso silencio.
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