La esquizofrenia de la política bipolar

Tras aprobarse en primera instancia el retiro de un 10% de los fondos de las AFP, todos hemos visto hasta el hastío la patética reacción de júbilo de una parlamentaria en el hemiciclo del congreso que, más allá de los buenos argumentos a favor y en contra respecto del proyecto de ley, demuestra la decadencia de nuestra clase política.

Las ideas del otro son nefastas, sólo las mías son válidas y eso vale una celebración histérica; ha triunfado una verdad sobre la otra. “Porque en realidad no hay otra verdad sino la mía, y ésta ha triunfado”, pareciera querer decir esa reacción destemplada.

El mundo es blanco y negro, los enemigos son los que piensan distinto, no importa la calidad de sus argumentos, sólo el color de su partido, dime donde militas y te diré si estoy de acuerdo contigo. Es triste. Es el maximalismo puro, el mismo al que apostó la dictadura.

Es el triunfo de un supuesto “bien” sobre un supuesto “mal”, si no piensan como yo “son populistas” dicen unos, y los otros acusan de que éstos “están contra el pueblo”. Así fue en épocas oscuras de la humanidad, cuando la intolerancia nos llevó muchas veces a episodios trágicos en el desarrollo de las naciones.

¿Pero es así? ¿Es dual el mundo real? Ni siquiera me quiero meter en el tema de fondo, hay buenas razones para defender la inviolabilidad de los fondos previsionales, por mucho que el sistema deba mejorar, cambiar, incluso desaparecer, para poner por delante más bien la jubilación de los chilenos que la rentabilidad de las empresas. Pero ese es otro tema.

Pero también hay buenas razones para que excepcionalmente - lo han hecho países desarrollados - se pueda autorizar ese retiro si no aparecen otras fórmulas para ayudar a las personas en esta crisis económica. Es la clásica colisión de valores. Se me sacas el cuchillo muero si me lo metes me, matas.

¿Cuándo va a ser el día en que las ideas sean juzgadas por si mismas, y que los actores políticos depongan sus ideologismos para velar por el bien actual y futuro de los ciudadanos?

¿No se trata acaso de eso la política, de conversar, discutir, arbitrar medidas razonables, negociar, no imponer medidas extremas como si fueran artimañas para vencerle la mano al contrario? Pero nos inundamos de eslóganes, de acusaciones recíprocas, de triunfos pírricos, nos animamos a salir a cazar brujas, a descalificar al contrario, a pavimentar el odio, a estigmatizar.

Esa algarabía irracional de la parlamentaria refleja la enajenación de una clase política que más allá de los sufrimientos reales de la gente, transita por la esquizofrenia de una democracia debilitada por ellos mismo. Penoso.

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