La verdad de la guerra de Piñera

Agustín Velásquez Rojas
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Cuando el Presidente sorprendió declarando que “estamos en guerra”, más allá de la irresponsabilidad de tal expresión, hay que reconocer, con el paso de los días, la firme convicción que contiene esa afirmación para quien la emite.

Considerando que Piñera ha construido su patrimonio económico mediante la especulación financiera, en el contexto de los graves hechos que vive el país, sus acciones y omisiones no hacen sino confirmar que su virtuosismo especulativo esta vez se manifiesta en el peligroso terreno de la especulación política.

Se acumula evidencia de haber sumido al país en un verdadero golpe de facto, donde todo el poder del Estado, incluida la fuerza militar, se ha usado para quebrar un movimiento que vulnera los cimientos del modelo de convivencia y desarrollo.

Por mucho tiempo nos hemos acostumbrado a las piñericosas del Presidente, para describir los arrebatos de insensatez y torpeza que rodean sus actuaciones públicas. Pero, cuidado. Piñera no actúa por impulsos ni precipitación, es alguien que sabe aventurarse hacia el futuro, precisamente para obtener dividendos personales suculentos.

Lo que a la vista de todos parece graficar la incapacidad e irresponsabilidad del jefe de gobierno, así como su lejana percepción de la realidad, no es sino un espejismo que consigue quitarle gravedad y severidad a sus graves actuaciones y omisiones.

Cuando los hechos ponen a Piñera frente a un histórico dilema ético, donde se prueba el talante del verdadero estadista y del auténtico servidor público, sus actos no hacen sino agotar todas las esperanzas de cambio y frustrar el reencuentro.

Prueba de ello son sus contradictorias decisiones, tardanza en sus reacciones y respuestas a la grave crisis social y política imperante.

Al respecto, la conformación de su reciente gabinete pareciera demostrar la desconección presidencial con la realidad que se vive en los hogares y en las calles de Chile.

La evidencia pareciera validar la hipótesis de Piñera, en el sentido que él está en una “guerra” donde no ha escatimado recursos ni estrategias para vencer a su pueblo, cuyas convicciones no sólo no comparte, sino que está dispuesto a combatirlas hasta el límite del desgaste y del hastío.

La provocación que generan sus palabras y actos son una estrategia de guerra que busca sofocar y agotar al supuesto “enemigo”.

Desde el gobierno se ha conducido la crisis para hacer que el miedo y el terror se impongan, generando pánico social.

La permisividad de la inacción y tolerancia de policías y militares, ante el desborde de lumpen y violentistas, así como la brutalidad con que se reprime a quienes se manifiestan de modo no violento, ponen al descubierto la triste evidencia de un actuar especulativo.

A ello se suman la propagación de falsedades, la manipulación de los medios y truculentas maquinaciones que buscan desacreditar el estallido social.

La sucesión de hechos podría minar el apoyo transversal que ha despertado esta noble causa, pudiendo gatillar esa “guerra” invocada desde La Moneda, ante una sociedad desesperada.

Así, no quedaría más que consumar ese golpe de Estado que hasta ahora ha sido de facto, para contener el desvarío resultante del caos y de la anarquía generada.

Hay que estar prevenidos, porque en la manifestación multifacética del descontento, la participación de todos los actores sociales es indispensable.

Y cuidado con ese discurso majadero del desprestigio de políticos y parlamentarios, quienes teniendo una responsabilidad innegable, no pueden ser marginados de la búsqueda de salidas a este grave conflicto, porque detrás de eso está la destrucción definitiva de la democracia.

Cuidado con caer en ese juego peligroso que imponen intereses ajenos al bien común.

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