Mañana, cuando pase la urgencia

Andreé Henríquez
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Qué duda cabe que estamos frente a una de las crisis más importantes a nivel global. Un virus que ha logrado esparcirse por 169 países utilizando uno de los aspectos centrales de nuestro modelo económico y social: la libre circulación de personas y mercancías.

Su fuerza ha sido tal, que ha puesto en tensión la capacidad de los Estados para responder dentro de sus fronteras y coordinadamente a una amenaza invisible. Tanto, que desde el sur del mundo observamos como los países desarrollados no han logrado controlarlo.

Hemos pasado desde el angustioso conteo diario de infectados y muertos, que siempre parecen estar más cerca de uno, a vivir los impactos en el empleo, la educación, el abastecimiento, la provisión de servicios públicos y privados, como en la vida familiar.

Solo por mencionar algunos elementos que solo rasguñan la superficie de lo que parece una fragilidad general de nuestro sistema.

Asimismo, ha sido evidente que el virus no tiene efectos por igual en la población. Si bien todos podemos contraerlo, nuestra condición socioeconómica determina la calidad de las prestaciones de salud a las que podemos acceder, los implementos de higiene que podemos comprar, si podemos o no trabajar a distancia y si nuestros hijos e hijas pueden educarse y alimentarse en casa.

No sorprende también que esta desigualdad se dé entre regiones de Chile, cuando Iquique nos dice que posee solo seis respiradores artificiales y un hospital para enfrentar esta crisis ¿no nos parece inaceptable como sociedad?

En este mismo contexto, se hacen llamados a dar más espacio a los científicos en la toma de decisiones, se invita a los profesionales de la salud a explicar en simple qué es el coronavirus y cómo prevenirlo, se urge a los políticos, empresarios y autoridades a estar a la altura de las circunstancias porque vivimos una urgencia. Así se suceden anuncios, no menos importantes y necesarios, con presupuestos históricos, como el uso del 2% constitucional, que buscan dar un giro a la situación. 

Pero mañana, cuando pase la urgencia, la pregunta que deberemos hacernos es si nuestro país seguirá siendo el que invierte el 0.36% de su producto interno bruto para investigación y desarrollo.

O si seguirá generando la mayor parte de su empleo en sectores económicos de baja innovación tecnológica y basará su modelo de desarrollo en la extracción de materias primas con bajo valor económico, social y medio ambiental, tal como fue el guano, después el salitre y hoy el cobre. Si en definitiva seguiremos siendo un país subdesarrollado con ingresos medios.

Pero no se confunda, esto no es una crítica al gobierno actual ni pasados, sino un llamado de atención a esta cultura nacional que evita los temas importantes, porque siempre es mejor seguir pateando el problema hacia adelante y arreglar la carga en el camino.

Es aquella carencia de visión estratégica que nos mantiene atrapados en un ciclo permanente del hoy, impidiendo darnos cuenta que el COVID-19 solo ha puesto en evidencia nuestro frágil modelo de desarrollo y que las soluciones de urgencia no resuelven lo importante.

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