Más y mejor democracia

Vivimos un cambio de época marcado por los efectos de la globalización y la influencia creciente de la revolución digital. Las tecnologías de la información y de las comunicaciones han permitido el surgimiento de redes sociales al margen o más allá de las estructuras de los partidos políticos y de las instituciones del Estado.

McLuhan decía ya en los años 60 que es la tecnología la que modifica la subjetividad de las sociedades. La base tecnológica de la nueva forma de funcionamiento de la democracia, de la emergencia de nuevas ciudadanía, está dada por el paso de la comunicación análoga a la digital.

Del predominio determinante de la televisión, y sobretodo de la TV satelital, que dotó a los seres humanos de cualquier lugar del planeta de un nivel de información como nunca antes en la historia de la humanidad y que entró a un campo que era propio de la política y de los partidos, el interpretar el significado de las cosas , el sentido de los fenómenos, entramos hoy a la era digital donde la comunicación deja de ser vertical, deja de ser de pocos a muchos, espacio análogo que constituía también el escenario privilegiado de las cosas e instrumentos de la política, a la era de la comunicación de muchos a muchos, como la llama Castells, y que entrega a cada persona la posibilidad de ser, a la vez, receptor y emisor.

La forma de comunicar deja de ser un espacio más de la política y se transforma, como lo demuestra Castells y la vida cotidiana, en el espacio donde se ejerce la política.

Ello debilita, sin duda, el rol de la intermediación de todas las instituciones que fueron características en la democracia.

Los ciudadanos se auto convocan, emiten sus propios mensajes, fijan agendas, condicionan a los parlamentos y a los gobiernos, lo cual coloca en tela de juicio e invisibilizan la acción de los partidos y de los parlamentos, que aparecen actuando en una sintonía distinta a la de la sociedad.

La democracia está cada vez más marcada por esta nueva forma de ciudadanía y los partidos y parlamentos y demás instituciones de la representación están obligados a adecuarse a estos nuevos fenómenos.

Junto a ello las nuevas tecnologías cambian los tiempos de la política y de la propia democracia representativa y esto no puede sino afectar al trabajo parlamentario que tiene sus tiempos y donde el debate y la búsqueda de acuerdos es la base de su actividad.

El juicio ciudadano, de gran desafección por los partidos, parlamentos e instituciones, se forma hoy en una óptica nueva determinada por la velocidad de las comunicaciones y quisiera que los parlamentos respondieran a sus aspiraciones en ese ritmo.

Se trata de una sociedad más exigente y más informada, convencida que los parlamentarios y los políticos corresponden a una casta privilegiada de la sociedad que se ha separado de ella y respecto de la cual no puede ejercer un control mas allá de las elecciones.

Asistimos, además, a una pérdida de densidad de la política y a una fuerte personalización de ella. Castells explica que el mensaje, más que ideología o proyecto tiende a ser hoy el personaje mismo.

La propia adscripción de los electores a los programas se debilita y una enorme masa de ellos fluctúa entre una y otra alternativa, de pronto de sectores ideológicos y políticos muy distintos en su contenido, viendo que ofrece cada cual, con menos sujeción al plano ideal, programático y mucho más a la oferta de corto plazo del candidato.

La personalización y la comunicación televisiva crearon lo que el politólogo italiano Ángelo Panebianco llama la democracia del público y ésta la calidad de espectadores. Hoy eso está cambiando y los políticos y la política no lo registran en su verdadera dimensión.

Está terminando una fase de la democracia y se abre una nueva forma de democracia donde la propia tecnología crea la posibilidad de consulta más directa y permanente a los ciudadanos que quieren ejercer roles más protagónicos. Esta tendencia, que está solo en sus inicios, llegó para quedarse y la política, los partidos y los parlamentos la comprenden y crean los mecanismos de escucha y acogida o los sistemas políticos pueden profundizar aún más la crisis.

Hay un cambio estructural de la política. El fenómeno de la desideologización y la crisis de las utopías han terminado con las claves interpretativas de la realidad y con las propuestas que anunciaban sociedades superiores.

Hoy la política es pragmática, radicada en el presente, como si fuera inamovible, y con insuficientes proyectos de futuro si consideramos las demandas crecientes de la sociedad, lo que la hace menos épica y atractiva.

Hay, también, un retraso cultural de la política para comprender e interpretar los nuevos fenómenos. Los políticos nos hemos quedado atrás ante las demandas fundamentales de distintos sectores sociales, entre ellos: la más estricta igualdad entre mujer y hombres, la igualdad de oportunidades para todos, una justa repartición de la riqueza, una mejor distribución de los ingresos, el respeto por las minorías étnicas y por las minorías sexuales, la práctica de la multiculturalidad, el cuidado del medio ambiente y el acceso a bienes y servicios que mejoren la calidad de vida y también muchas de las demandas inmateriales que hoy se plantean en nuestras sociedades.

Hay, en cierta medida, más radicalidad y liberalidad cultural en la sociedad que en estratos importantes de la política y de los políticos. Dar respuesta a las aspiraciones parciales de distintos sectores sociales requiere de renovados proyectos de país que las haga viables.

Requiere de más y mejor Estado, con capacidad reguladora sobre la economía y de defensa del ciudadano frente a los innumerables abusos del mercado. El ciudadano se siente desprotegido y por ello la demanda de un Estado que además de proteger los derechos y las libertades se haga cargo de garantizar para el ciudadano un conjunto de bienes que le permitan vivir con dignidad y realizarse según sus capacidades.

De allí la necesidad de renovar los Parlamentos, la política y los partidos políticos para atender a las demandas ciudadanas en el marco de los vertiginosos cambios que experimenta el mundo.

Es malo para la democracia que los Parlamentos, los políticos y los partidos políticos, tengan bajos niveles de confianza por parte de la ciudadanía. Este descontento responde sin duda a las aspiraciones sociales no atendidas, a formas elitistas y auto referenciales de los partidos e instituciones, a que no se escucha ni incorpora a los ciudadanos como actores, pero además, a prácticas contrarias a la probidad y a la transparencia que generan un fuerte repudio de la opinión pública que tiende a generalizarlas.

Es necesario, por tanto, modificar la calidad de la política y de los partidos políticos y este proceso, urgente, debe ser permanentemente porque el sentido de la época se expresa en el cambio, el cambio como lo permanente, lo certero en un mundo líquido, lleno de sorpresas e incertidumbres.

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