Para Giorgio Jackson: sin novedad en el frente

Ismael Llona
Ultimos publicados:
No se preocupe, Giorgio Jackson. Los que se tomaron la casa central de la Universidad Católica en 1967 también, en su momento, fueron calificados de “reformistas” y de “no hacer la revolución”.

Incluso cuando, dos años después, pasaron a formar parte de un nuevo partido de izquierda y participaron en el gobierno del Presidente Allende, tuvieron que defenderse en las calles de quienes les exigían “hacer la revolución” y pasar a apoyar no al gobierno de la UP sino al “poder popular”.

Algunos de esos “reformistas”, como Eugenio Ruiz Tagle, fueron torturados y asesinados por la dictadura en 1973 por lo que pensaban y hacían desde el gobierno popular, pero el mote de “reformistas” los acompañó siempre.

La dictadura, que fue la que realmente calificó, los castigó por lo hecho. Murieron como Miguel Henríquez y el Coño Villabela. La brutalidad reaccionaria los fundió en la muerte.

En marzo de 1973 el ultraizquierdismo publicó en El Mercurio (¡vaya coincidencia con hechos de la coyuntura actual!) un sesudo documento en que se acusaba al “reformista” Presidente Salvador Allende (que moriría en La Moneda seis meses después) de buscar constituir un gobierno centrista con las FFAA y la DC para detener, no el golpe, sino que ¡el avance del poder popular!

La ultra de la época no avizoraba un inminente golpe de estado fascista precisamente porque, para ella, el gobierno de la Unidad Popular no era un gobierno revolucionario.

El Presidente Allende siempre fue calificado de pije y reformista, de negociador y muñequero por la ultra chilena.

En una visita a una población de Santiago, en 1972, un “revolucionario” de apellido Moore, en medio de un grupo ultra, le gritó “Hasta cuándo, reformista” al Presidente. Allende le retrucó: “Compañero, cuando Ud. no sabía ni sonarse los mocos yo ya era un revolucionario”.

Eso era en Chile. Fidel lo miraba y lo trataba con respeto. Nixon y Kissinger habían jurado liquidar a ese “hijo de puta”.

El Ché, muerto seis años antes que Allende, había afirmado, ante tanta vocinglería hueca, “Ser revolucionario es hacer la revolución”. No decirla. Ni siquiera proclamarla. Hacerla.

En estos seis meses de 2011, intensos y densos de lucha verdadera por el cambio educacional y social, se han destacado con nitidez, como siempre, los dirigentes transformadores, los reaccionarios y los ultras.

Unos hacen los cambios. Otros se oponen a ellos. Los últimos niegan lo avanzado y despotrican más contra los que hacen que contra los que se resisten.

Los ultras nunca hacen la revolución. Le exigen ¡vaya inconsistencia! a los que califican, en el mejor caso, de “reformistas”, que la hagan. Ellos suelen observar despotricando desde la cuneta, afirmando que lo harían mejor, pero nunca lo hacen.

Neruda, en 1973, el año de la derrota de nuestra revolución y de su muerte, escribió: “Ultras de la derecha y de la izquierda, váyanse todos a la misma mierda”.

Pero, como todos sabemos, este no es sólo un problema de Chile en los últimos cincuenta años.

O’Higgins lo padeció con quienes, desde la aristocracia santiaguina, pujaban por ir más lejos que él, más allá, por cierto, de la Logia Lautarina y al final se transformaron –tal vez con buenas intenciones- en enemigos más furibundos de San Martín que de los realistas españoles.

La lógica de la lucha ciega puede llegar a eso.

“La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”, no lo escribió un derechista ruso. Lo escribió Lenin.

Y el primer documento de peso de los comunistas chilenos después del golpe se llamó “Ultraizquierdismo, caballo de Troya del imperialismo”.

Los ultras siempre suelen atacar a los líderes de la transformación. Buscan destruirlos.

Podemos decir que en el Chile de hoy no hay más líderes que los que, a nivel estudiantil y a nivel nacional, se ha dado la Confech en estos seis meses.

Líderes no son los que por tal califican El Mercurio o La Tercera (“el líder Golborne, el líder Lagos Weber, la líder Matthei, el líder Walker…”) ni los que se forman en los cursos de Fernando Flores o se asesoran para serlo con Eugenio Tironi.

El diploma de líder lo da el pueblo, la gente.

Por cierto que los líderes pueden y deber ser objeto de críticas y de recambio por otros líderes, pero, en momentos claves, ellos deben ser cuidados como hueso de santo.

Ya vendrán otros, que se lo ganen.

Nunca lo vamos a saber, al menos en el corto tiempo, pero es posible que este gobierno laxo e inútil de derecha haya tenido la capacidad –fundada en su base comunicacional y en su potencial de infiltración- de inflar la ultra para servirse de ella.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado