Poner límites a la ambición

Resulta llamativo que esta semana connotados líderes políticos hayan salido a defender la participación de uno de los ministros-candidatos en actividades electorales o proselitistas argumentando que “me gusta la gente que se juega por sus ideas”, sin detenerse a considerar los efectos institucionales que dicha participación implica, especialmente cuando ha sido expresamente desautorizada por la Contraloría General de la República y constituye una abierta deslealtad con el Presidente de la república en un momento especialmente delicado de su gestión.

Tzvetan Todorov, filósofo e historiador que visitará nuestro país durante la presente semana invitado por el Museo de la Memoria y la Universidad Diego Portales, en su último libro “Los Enemigos Íntimos de la Democracia” sostiene que la democracia se ve amenazada en el presente por la desmesura, es decir, por la ausencia de límites a la acción de los individuos, por la voluntad ebria de si misma, por el orgullo de estar convencido de que todo es posible, tendencia que tiene su origen, a su juicio, en la ruptura de la interdependencia de los diversos elementos constitutivos de la democracia.

La democracia, dice Tododov, se caracteriza no sólo por cómo se instituye el poder y por la finalidad de su acción, sino también por cómo se ejerce. La clave es aceptar los equilibrios institucionales entre los poderes públicos y tener presente los límites que las personas y los grupos políticos deben aceptar en la lucha por el poder.

El respeto a la tradición republicana, la aceptación de las normas que regulan las conductas de los que tienen poder, son virtudes políticas que merecerían mayor consideración en nuestro país.

Obviamente es importante que los actores tengan ideas y que busquen que estas se conviertan en mayoritarias, ya que la democracia supone que exista ese debate y que el orden social pueda mejorarse y perfeccionarse gracias a la voluntad colectiva, pero, justamente por ello, es decir, por el interés de consolidar un tipo de régimen que posibilita ese perfeccionamiento, es importante respetar los límites.

La principal crítica que solemos hacer en Chile a los regímenes populistas de nuestra región es justamente esa: la porosidad de las normas y el sometimiento de las instituciones a los deseos de los caudillos. La lógica empresarial llevada al campo de la política, donde todo vale, tampoco es aceptable como norma de conducta en el ámbito público.

La virtud política por excelencia no es la de “jugársela por sus ideas” rompiendo los límites razonables que la ley, el sentido común y una más que centenaria tradición republicana han establecido, sino exactamente lo contrario: la moderación, la templanza, la capacidad de aceptar los límites que una democracia bien asentada impone a la usualmente desmedida ambición política.

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