En 1945, el poeta francés Pierre Albert-Birot escribió en su obra "Las Diversiones Naturales": "Une porte ouverte on entre. Une porte fermée un antre". En su lengua de origen pareciera no importar si la puerta está abierta o cerrada, pues lo que ocurre en cada caso se pronuncia casi igual. Genial ironía ya que conceptualmente el contraste es evidente. En la primera oración se entra al recinto y en la segunda éste es un antro.
Sí, un antro. Tanto en el idioma francés como en nuestro español, cualquier antro tiene una connotación despectiva. Se trata de un lugar de mala reputación no por su geometría ni materialidad; sino por los siniestros propósitos de quienes hacen que la puerta se cierre con ellos en su interior. Así, cualquier recinto se puede convertir en un antro, por ejemplo la casa de un lobista cuando en ella se acoge simultáneamente a ministros de Estado y a empresarios cuyo negocio se relaciona con las competencias de dichos funcionarios públicos. Ahí la puerta se cierra tantas veces como reuniones se realicen, sin que la ciudadanía sospeche de tales encuentros.
Es que a los antronautas les interesa que sus acciones no sean conocidas, en particular cuando ellas atentan contra a quienes se debe fidelidad. Reuniéndose a puertas cerradas aumenta la probabilidad y magnitud del éxito de sus sórdidos quehaceres. Un recinto donde cualquiera pueda entrar dificulta la planificación, organización, dirección, coordinación y control de toda traición.
Es más, dichos lugares tridimensionales son imprescindibles para llevar a cabo la gestión de los antronautas, pues las reuniones telemáticas en sitios virtuales son algo riesgosas ante las pesquisas tecnológicas de quienes estando capacitados en telecomunicaciones y computación, exigen acceder a información pública. Sin embargo, puesto que estos malhechores gozan del poder económico y político, tienen el privilegio de transformar cualquier espacio físico en un antro y así burlar impunemente la Ley de Transparencia las veces que se les dé la gana.
Ante tan insoportable realidad, al pueblo no le queda más que arreglárselas por las suyas a través de los siguientes métodos: Monitoreo Ciudadano, Apoyo al Periodismo Investigativo e Incentivo al Auto-Reporte.
Actualmente, en el mercado nacional se comercializan a bajo precio diversas manufacturas que pueden ser útiles para que un ciudadano común le haga el seguimiento en su rol de funcionarios públicos a los antronautas ya identificados, y a otros que potencialmente puedan integrar esta especie de secta. Entre estos artefactos de monitoreo destacan los wireless y una amplia variedad de sensores, todos de fácil manejo.
En nuestro país opera con alto prestigio una agencia de periodismo de investigación que para seguir con su útil y valiente misión necesita apoyo financiero del pueblo a quien sirve. Si este apoyo se robustece, mejorará su rendimiento pudiendo además motivar la creación de otros centros privados dedicados al mismo fin.
Puesto que en Chile existe una institucionalidad benevolente con los corruptos, los únicos costos que se le pueden ocasionar a un antronauta son aquellos derivados del fuerte repudio social cuando sus sucias tramas son develadas. Para ello la ciudadanía debe mostrarse desde ya implacable, tratándolo como al peor de los parias. Tal amenaza puede hacer que algún adicto a los antros deserte de ellos e incluso reporte públicamente lo ahí tratado para conseguir algo de misericordia de la sociedad con la cual él se ha comportado deslealmente.
Estos tres métodos, aplicados por sí solos o combinados, no abren las puertas a los chilenos y chilenas para conocer que están haciendo con sigilo y en las penumbras nuestros funcionarios públicos; pero ofrecen una esperanza para debilitar al antro como práctica política.
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