Una nueva Constitución es el deber esencial

El mes de septiembre conmemora la formación de la Primera Junta de Gobierno y marca un hito en la brega por la Independencia Nacional. Además, el 4 de septiembre recuerda la elección de Salvador Allende como Presidente de Chile; y el 11 del mismo mes cuando en 1973 se desencadenó el golpe de Estado que instauró la dictadura militar, así como se registran, entre otros asesinatos, los de Eduardo Paredes, Víctor Jara, Orlando Letelier, el general Carlos Prats, y la muerte no aclarada de Pablo Neruda.

Se trata de sucesos históricos cuyo impacto ha significado un antes y un después en la comunidad nacional. Ahora se agregó el día del plebiscito de salida del proceso constituyente, cuyo resultado mantuvo la vigencia de la Constitución de 1980 y dejó pendiente la aprobación de una nueva Carta Fundamental para Chile, afectando tanto moral como políticamente a las organizaciones y movimientos que tenían puestos sus anhelos en el cambio constitucional como condición necesaria para avanzar hacia una sociedad más justa y digna, y labrar un nuevo tipo de comunidad nacional en nuestra tierra.

El balance electoral fue severamente adverso, la Convención Constitucional y la campaña previa al plebiscito se debilitaron por el encapsulamiento de un amplio grupo de convencionales en la errada creencia que por ser electos popularmente habían adquirido una especie de infalibilidad, que les llevo a intentar imponer sus propias opiniones o creencias sin medir el impacto de ellas en el país en su conjunto.

Ese grupo numeroso de convencionales actuó bajo los efectos de un espejismo, creerse incontaminados, fuera de las malas prácticas de la vieja política, pero lamentablemente tropezaron en sus peores defectos, un individualismo desatado y un protagonismo infecundo que llevó a la deslegitimación de la propia Convención Constitucional.

Lo más grave fue que la desaprensión y la frivolidad de sectores ultras, ignorantes de las movilizaciones históricas del pueblo chileno, ayudaron a que la derecha tomara y levantara dos banderas esenciales: la defensa de la nación como fuera un gran objetivo del movimiento popular y el derecho a la propiedad de la vivienda.

Así, grupos extremadamente ideologizados, de raíz anarquista, han estereotipado como "burguesa" la extensa brega en defensa de la formación y existencia de la nación chilena de las fuerzas progresistas, desde sus orígenes hasta el presente, ese desprecio por el factor nacional en la brega de las fuerzas populares desconoce la lucha de Salvador Allende y de la izquierda que, históricamente, defendieron los intereses nacionales frente al capital foráneo y la intervención imperialista.

Así, despreciándose los símbolos históricos de Chile y mezclándose lo anterior con una artificial retórica ultra indigenista se le regalaron al Rechazo los argumentos para afirmar que con la nueva Constitución se iba a "dividir" el país para satisfacer la demanda mapuche. Fue un cóctel perfecto para causar un debilitamiento irrecuperable de la propuesta de nuevo texto constitucional.

Así, también se ignoró la brega histórica de la izquierda chilena por el derecho a la vivienda, dando el espacio propicio para que la derecha hiciera las peores afirmaciones acerca de la posición de la Convención en la materia. En este caso, el voluntarismo de ultra izquierda ignoró que las movilizaciones poblacionales de la izquierda dieron vida a centenares de tomas, campamentos y poblaciones que fueron el pilar sobre el que se construyó el derecho a la propiedad de la vivienda en Chile.

Hubo soberbia, creerse dueños de la verdad y ahora algunas de esas mismas vocerías mesiánicas entregan sin más las banderas que tanto parecían comprometerles, y se adelantan a dejar fuera de una eventual nueva redacción, términos de tanta controversia como la plurinacionalidad. Parece que los ídolos ante los que se sacrificó la mayoría necesaria para la nueva Constitución no eran ídolos tan definitivamente sagrados.

Las alertas no fueron oídas. Por eso el Colectivo Socialista en la Convención sufrió reiterados ataques de voceros voluntaristas y anarquizantes de la Convención, que hicieron caso omiso de su preocupación por la necesidad de construir una mayoría nacional para la nueva Constitución, esa legítima visión fue replicada con la acusación de querer reponer la "cocina de los 30 años". Ahora se escuchen las lamentaciones por haberse impedido el diálogo con la derecha. Al final, la visión del Colectivo Socialista comenzó a ser escuchada, pero el daño que provocó al proceso constituyente un sector gravitante de la propia Convención Constitucional fue irreparable.

Esa torpe soberbia se convirtió en la vía segura para convertirse en minoría, no obstante, el anchísimo apoyo que habían recibido sus candidaturas a la Convención. Así también, esa conducta sectaria y ultrista fue la excusa del oportunismo de diversos actores que se pasaron a las filas de los defensores de la Constitución de 1980.

Se farreó una ocasión histórica. Ahora bien, hay que sobreponerse y hacer los esfuerzos para reagrupar una mayoría nacional por el cambio constitucional. Con firmeza en el objetivo y flexibilidad en el diálogo político. El 79% que apoyó el fin de la Constitución del '80 en el plebiscito de octubre de 2020 no se esfumó, sigue con ese anhelo profundo. No era incondicional a cualquier redacción, pero su aspiración persiste. Se necesita una nueva Constitución, nacida en democracia. Esa es una responsabilidad política esencial.

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