Frecuentemente me percato que son más y más personas que, apenas despiertan, y junto con apagar la alarma del celular, lo primero que hacen, es mirar sus redes sociales. He preguntado entre mis amigos y cercanos, y muchos reconocen que es una acción inmediata, casi inconsciente.
Y es que las redes sociales son nuestro alter ego, las “saludamos” apenas abrimos los ojos, vemos si hay respuestas, likes, mensajes, visualizaciones. Nos informamos sobre nuestro entorno o la contingencia noticiosa, o simplemente, husmeamos a quienes seguimos.
El mundo virtual pareciera convertirse en una realidad absoluta, sin caretas, muchas veces mediante perfiles escondidos tras un avatar y nombre falso, un pseudónimo, o nosotros mismos, reales pero en nuestra versión de última generación y foto intervenida por filtro o Photoshop.
Nos hemos vuelto esclavos de la aceptación social virtual - y lo digo con conocimiento práctico - reconozco que mis redes no sólo me sirven para difundir actividades, también las ocupo para dar a conocer mis opiniones a una masa considerable de personas en temas reales y contingentes, buscar ayuda para alguien que lo necesite, o masificar causas que considero pertinentes.
Le doy vueltas y vueltas a esta verdadera Matrix, y siento que la masa no actúa en base a sus emociones reales. Creo que es tal como lo mencionó Jorge Alís en su exitosa rutina del último Festival de Viña del Mar, “No lo dije, pero lo pensé”. Esto último, tiene un sabor dulce y agrás.
Muchas buenas iniciativas, instancias de cooperación y sentimientos bienaventurados quedan solo en el pensamiento colectivo por falta de acción, de proactividad.
“Afortunadamente” eso sucede también en el ámbito del odio y violencia, intenciones escondidas en las mentes de los xenófobos, misóginos, homofóbicos, incitadores de odio que abundan en las redes sociales, cobardemente escondidos en cuentas falsas conocidas como Bots.
Vomitan su antipatía en posteos y comentarios, cuyo objetivo es generar más animadversión y llamar a sus pares a sumarse para lograr la máxima humillación posible a su blanco. Buscan víctimas para mortificarlas mediante fakenews, memes con dichos falsos, ensalzan sus errores: bullying a gran escala.
Ejemplos sobran y hemos sido testigos de esta conducta durante el último tiempo. No me cabe duda que en persona y solos frente a la pantalla del computador o del celular, estos detestables personajes no serían capaces siquiera de mostrarse incómodos ante quienes supuestamente repugnan en las redes, insisto: lo piensan, pero no lo dicen.
Hay casos extremos, como el grupo de Facebook “Stefani Germanotta nunca serás famosa” en el que los compañeros de Universidad de Lady Gaga se burlaban de su dotes artísticas y su aspecto físico.
Historia parecida, pero con el final más terrible que se puede prever, es la de Katherine Winter, estudiante de enseñanza media que poseía dotes artísticos musicales, grabó un disco, compartía sus canciones en sus redes y youtube. Lamentablemente su vida terminó al interior de un baño en un conocido café transnacional producto del acoso y bullying de sus compañeros de colegio en redes sociales. Simplemente no aguantó más.
Y así suman los casos, la falta de límites, la intolerancia de quienes confunden “opinar” con fomentar el odio, que nada suma al debate social, más bien restan a cualquier avance y progreso.
Esto es transversal incluso a los colores políticos. Prueba de ello son las sucesivas y constantes ofensas misóginas a nuestras mujeres inmersas en política, cuyo objetivo no es evaluar su gestión, sino que su género.
A modo de ejemplo, basta con filtrar en redes sociales las opiniones odiosas a la vocera de gobierno Cecilia Pérez o la diputada Camila Vallejo, donde el centro de la discusión es su aspecto físico, no su acción, su labor y menos su trabajo - por cierto - determinante hoy en día.
No quiero dejar afuera de estas líneas, a aquellos cuyo oscuro norte es denostar a grupos de personas, como a los inmigrantes, a las minorías sexuales, a personas cuyo color político es distinto, a los pueblos originarios entre otros.
A pesar de todo lo anterior, quiero creer que hay un muro virtual que también nos protege: aquellos que suman apoyo a las causas positivas, a los que opinan y critican desde la sabiduría y la empatía, a las muestras de cariño que recibo en redes sociales y en persona, porque los sentimientos positivos muchas veces traspasan Twitter, Instagram y Facebook.
Quiero extender la invitación a todos los que no se quedan en las redes sociales y trabajan activamente, de manera tangible para soslayar el odio, crear posibilidades, aceptar a quien piensa distinto, a apoyar las minorías y avanzar en aceptación.
Me quedo con aquella niña que dijo que yo era su héroe, porque mostraba Chile, me quedo con los grupos de apoyo a la Ley de Cáncer en Facebook, con el hashtag de Twitter #UnCorazonParaIvan y miles de likes a las fotos de pueblos originarios en Instagram.
Lo pensé, y lo dije.
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