Han concluido los alegatos en la Corte de La Haya y se apagan las luces de la fanfarria comunicacional, las citas de madrugada a oir alegatos en La Moneda y el voluminoso caudal de mentiras difundidas a todo dar. Nada lo justifica, menos la dilapidación de recursos del Estado en este montaje, ni haber contratado a uno de los estudios jurídicos más caros del mundo con más de 200 colegas a cuestas y mucho menos se justifican las regadas cenas en París.
Lo objetivamente cierto es que bastaba con la presencia del destacado jurista Claudio Grossman y sus asesores porque absolutamente nada de los peligros que muchos agoreros han proclamado son ciertos. La verdad es otra.
Más allá de la disputa jurídica respecto de la voluntariedad u obligatoriedad del diálogo entre ambos Estados en busca de una solución consensuada que permita a Bolivia recuperar una salida al mar perdida en un conflicto armado, lo cierto es que no hay nada más en juego en el tribunal internacional de La Haya.
Por tanto, no son efectivas algunas afirmaciones que hemos escuchado en el sentido de que en ese juzgado especial esté en riesgo el dominio chileno sobre Tarapacá y Antofagasta, que la soberanía nacional está en juego, que se justifique el embanderamiento de ciudades del norte, etc,etc….
Si a ello agregamos que dicho tribunal internacional carece de la facultad llamada “de imperio”, es decir aquella que permite hacer cumplir sus determinaciones incluso por la fuerza, no hay más que concluir que en el despliegue comunicacional hubo una evidente manipulación que llegó a veces a extremos de un patrioterismo trasnochado.
En cambio llama la atención el largo silencio de los actores y de los comunicadores respecto de asuntos de fondo que toda la ciudadanía y en especial nuestra juventud tiene derecho a conocer, como lo es el contexto histórico real de los orígenes del conflicto. Lo que sin duda tiene un peso específico en el debate: el peso de la verdad y de la ética.
En efecto y más allá de lo que se resuelva respecto de eventuales conversaciones, nadie tiene derecho a ocultar que la actual mediterraneidad de Bolivia tuvo su origen en un conflicto armado que costó la vida a miles de latinoamericanos.
Un conflicto que en rigor tenía su centro en un problema estrictamente económico, comercial, y que afectaba principalmente a intereses económicos privados, que no eran ni chilenos, ni bolivianos, ni peruanos.
Sobre ese particular, por estos días han escrito en diversos medios de comunicación digitales algunas personas como Rafael Luis Gumucio Rivas, Miguel Lawner e Ivan Ljubetic Vargas que han refrescado con antecedentes concretos la memoria de los olvidadizos.
Desde luego para señalar que aquella guerra fraticida que permitió a Chile hacerse de esa larga faja territorial y que se la denominado como “Guerra del Pacífico” debiera conocerse más bien con el nombre de la “Guerra del salitre” atendidos su origen y sus resultados.
Porque, como ya dijimos hace un tiempo en este mismo medio, en esa guerra los vencedores fueron los banqueros, los empresarios británicos, los que dejaron de pagar impuestos. Más claro, el triunfador principal, incluso por sobre nuestra oligarquía, fue el imperialismo británico. Entre los grandes especuladores económicos y financieros de esa época, destaca John Thomas North, un inglés a quien se ha denominado como el rey del salitre.
Y hace ya muchos años que supimos de los abusos cometidos por nuestros militares en ese conflicto; al punto que, hasta nuestros días, hay esculturas, libros y obras de arte que adornan nuestros bienes nacionales, como plazas o museos, que eran propiedad de los pueblos que perdieron esa guerra, principalmente del Perú.
Los empresarios vencedores se apropiaron e hicieron negocio hasta con el agua potable. Se hicieron dueños de todo y por supuesto de los bancos. No pocos parlamentarios y abogados tomaron parte en el festín. La guerra del salitre abrió así las puertas de par en par para la corrupción política en Chile que, desgraciadamente, sigue vigente hasta nuestros días y basta con ver la realidad actual.
También en la época hubo político y mandatarios dignos. El presidente Balmaceda es el más alto ejemplo, pero bien conocemos lo sucedido. La derecha no tolera nacionalizaciones ni el papel del Estado.
Pero volvamos a este nuevo episodio del conflicto con Bolivia como han sido los alegatos en La Haya y, a su respecto, la práctica comunicacional en Chile en que la gran ausente ha sido la historia real.
La omisión deliberada de las razones reales del asunto, el ocultamiento de la verdad respecto de un conflicto entre países hermanos. Ocultamiento que existe también en la educación que se recibe en los colegios en la que no se enseña la verdad a los estudiantes respecto de los orígenes y consecuencias del conflicto por el dominio del salitre.
Como tampoco se menciona la nacionalización del Cobre para Chile en el siglo pasado como una de las causas de la intervención estadounidense en el golpe de 1973.
Este profundo silencio parece alcanzar también a las organizaciones sociales, sindicales y políticas de nuestro país que siempre habían sostenido una posición latinoamericanista y la exigencia consecuente de alcanzar un acuerdo que permita una salida al mar al hermano país sin afectar la soberanía del Estado chileno. No se ha escuchado voces en tal sentido.
Y la demanda de “Mar para Bolivia”, fue siempre una política de los sectores populares y avanzados de este país desde los tiempos de personalidades como las de Luis Emilio Recabarren y de organizaciones tan importantes como la Federación Obrera de Chile de comienzos del siglo XX.
Tampoco se escucharon voces de apoyo cuando hace muy pocos años ocurrió en la Aladi, Uruguay, el reclamo y posterior acuerdo chileno boliviano, en los marcos del tan citado Tratado de 1904 y en relación a los problemas que enfrentaba Bolivia para el traslado por tierra de sus productos para embarcarlos en el norte de nuestro país. Lo que, afortunadamente, se resolvió de manera adecuada por el gobierno chileno.
En ese contexto resulta significativa la presencia y la voz de aquella pescadora artesanal ariqueña que cuestionó los duros rechazos a la solicitud de Bolivia. Enfrentando a los autores de esa postura anti boliviana y anti latinoamericana, doña Carmen Wapa, modesta pescadora artesanal les recordó con fuerza que “ninguno de ustedes se manifestó cuando se votó la Ley Longueira” en referencia a la odiosa legislación chilena excluyente, a favor de grandes empresas y en contra de los modestos pescadores artesanales chilenos a los que también se les privó del mar.
Por encima de los ataques reaccionarios de que fue víctima, aquella modesta chilena que vive en una ranchita del sector de “Cabo Aroca”en Arica, sacó la voz por lo que han callado ante la parafernalia de La Haya y les dijo que cuando se es pobre y solidario, no importa cuántos kilómetros de mar se devuelvan a otro pueblo que lo necesita.
Dijo ella que “acá somos hermanos con los bolivianos, vivimos donde las papas queman, nadie nos viene con cuentos; de Tacna vienen muchas veces a entregarnos solidaridad y de Arica hacemos lo mismo con Tacna; cuando fue el terremoto en el norte, fueron los estudiantes bolivianos los que vinieron a dejarnos agua y pertrechos, ninguno era chileno”.
Ojalá esa voz digna de mujer, por ahora solitaria, rompa el largo silencio de estos últimos tiempos.
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