Lo que ha pasado en estos meses a nivel planetario parece no haber trazado ni una sola fisura en la obstinada posición del gobierno frente al tratado de Escazú: no sería necesario ni conveniente para Chile.
El problema es que la pandemia COVID-19, que ha devastado economías y poblaciones enteras, está directamente relacionada con las consecuencias que comporta no firmar el tratado y no asumir una perspectiva internacional en el abordaje de la pandemia.
En términos sanitarios se nos ha querido convencer que el Estado ha realizado enormes “esfuerzos para dotar al sistema de insumos y recursos médicos necesarios para proteger la salud de los chilenos”(1). Parece que la única posición que somos capaces de asumir es “invertir en insumos médicos” mientras esperamos la salvífica vacuna, cuya eficacia es aún incierta y cuya distribución quedará en manos de las desiguales formas en que actúa el mercado a nivel global.
Lamentablemente, la posición que asume Chile reproduce los errores y costos asociados a un enfoque basado exclusivamente en la búsqueda de tratamiento, posición que desde hace años se ha demostrado ineficaz y costosa frente a la que hoy resulta la única alternativa posible para una solución sostenible y a largo plazo para la crisis de la que COVID es sólo un síntoma: prevenir. “Prevenir”(2) es también el nombre del manifiesto por una tecnopolítica que han producido un grupo de investigadores del Imperial College of London donde, en pocas palabras, se sostiene que la forma en que la especie humana ha sometido los ecosistemas a nuestras necesidades alimentarias ha terminado por generar una deuda económica, ambiental y cognitiva que no es posible abordar sino en modo intersectorial e internacional.
En la misma línea y de forma contundente el mismo Papa Francesco, frente a una plaza de San Pedro vacía, declaró, “Hemos seguido yendo a toda velocidad, impertérritos, creyendo poder seguir viviendo sanos en un mundo enfermo”.
Por último, la misma OMS y múltiples sociedades científicas sostienen la necesidad de dejar de pensar la salud humana escindida de la salud del planeta a la que pertenecemos como especie: el enfoque “One Health”(3) invita a comprender la salud de las personas, animales y ambientes en forma interconectada, considerando que la inseguridad alimentaria y las infecciones que afectan cíclicamente a animales y humanos son fenómenos profundamente vinculados a la forma en que estamos devastando los ecosistemas que compartimos.
No firmar Escazú es seguir reproduciendo los mecanismos que generaron la crisis.
Es seguir defendiendo las industrias que generan zonas de sacrificio y devastan los ambientes para producir alimentos que a su vez generan obesidad, diabetes y otras co-morbilidades que, unidas a virus como COVID, resultan mortales.
Es seguir manteniendo formas de producción energética basadas sobre el uso intensivo del carbono. Sabemos que los grandes dueños de las industrias energéticas están desesperados por volver a los niveles de producción anteriores al virus y al no firmar Escazú estamos corriendo en su ayuda desde nuestros cansados territorios.
Si queremos imaginar un futuro en el que COVID sea una lección, una experiencia global de transformación y no una regla, no podemos seguir pretendiendo vivir sanos en un mundo enfermo.
1. https://prensa.presidencia.cl/comunicado.aspx?id=151320
2.. Paolo Vineis, Luca Carra, Roberto Cingolani (2020) Prevenire. Manifesto per una tecnopolitica. Einaudi Editore
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