Destrabado el acuerdo con la UE y la adhesión al TPP-11, Chile retoma su posición histórica en favor de la apertura a los mercados. Es una buena noticia, pero obliga igualmente a un balance que mire las causas de una demora que comprometió la acción internacional del país.
La guerra en Ucrania y la sensación de inseguridad e incertidumbre ambiental sirvieron de acicate en la última fase del acuerdo de la UE con Chile. Bruselas aspira a un mejor acceso al litio, cobre, tierras raras y al hidrógeno, cruciales para la transformación ecológica de su economía y a la reducción de sus vulnerabilidades energéticas.
Pero Chile no juega solo, pues Europa mira simultáneamente con atención proyectos de hidrógeno en Namibia, Marruecos y Arabia Saudita, y desde hace un tiempo en Colombia, pues requieren certezas políticas y jurídicas ante un clima internacional inseguro. Así, el valor y la calidad de los servicios y productos ya son los elementos definitorios del comercio mundial. Ahora se demanda, además, seguridad, certeza, miradas comunes, en fin, compartir intereses geopolíticos. La lejanía de Chile de los grandes centros de consumo, el clima de incertidumbre política y jurídica imperante en el país y la falta de definiciones más claras respecto a la producción de hidrógeno, son variables que nuestro país necesita observar con más atención para no quedar fuera de este escenario.
Pero ¿cómo se inscribe Chile y sus potencialidades en este mapa con nuevas y variadas oportunidades? La posición geográfica del país es estratégica, pero su utilidad para la política exterior depende de la cuantificación oportuna de sus activos y pasivos. Si el sur se está alineando en una órbita basada en su riqueza pesquera, su posición como pasaje natural entre océanos, sus capacidades energéticas y su cualidad antártica; el norte de Chile reposa sobre una costa marítima que es indispensable para las exportaciones de litio y minerales del noroeste argentino y del occidente boliviano. Por ello, valorar la geografía chilena, sus recursos (in)materiales, e identificar todos los países con intereses en estos procesos, es una tarea impostergable de nuestra política exterior.
Finalmente, es necesario que nuestra diplomacia observe con más atención y menos vacilaciones el presente y futuro de la región (especialmente la vecinal), y sobre este balance teja con más rigurosidad sus declaraciones, opciones y alianzas estratégicas. No se trata de entregarse a una región a la que pertenecemos ni arrancar de ella. Pero si, no contentarse con miradas cortoplacistas o ideológicas que nublan miradas de futuro. Chile está hoy presente en otros continentes, pues existieron estadistas que estrecharon relaciones políticas y abrieron mercados en tierras lejanas, donde llegar ya era una quimera, viabilizando así nuestras exportaciones. No se trata de optar entre unos u otros; más bien hay que alentar agendas con países que brinden oportunidades, se proyecten positivamente en los intereses del país y respetan el orden jurídico internacional.
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