Esta semana se conmemoró el Día Mundial del Agua, fecha que motivó la publicación de una columna de opinión de la embajadora de Israel en Chile, Marina Rosenberg, sobre el exitoso modelo de gestión hídrica desarrollado en Israel y reconocido a nivel mundial.
A modo de réplica, Manuel Hasbun Zaror, ingeniero civil y ex dirigente de la Comunidad Palestina de Chile, publicó una columna acusando a Israel de jactarse de sus logros en materia hídrica y tecnológica, pese a que estos han sido alcanzados a expensas del pueblo palestino.
Una revisión más profunda del ideario de ambos editorialistas muestra que la embajadora Rosenberg ha publicado textos referidos a cooperación internacional, seguridad alimentaria, innovación en salud, inversión de impacto social, proceso de paz, gestión hídrica y relaciones bilaterales Chile-Israel.
En tanto, el señor Hasbún, ha publicado tres columnas, y las tres han tenido como objetivo cuestionar la legitimidad de Israel y de su centralidad para el Pueblo Judío.
Por lo tanto, no es la primera vez -y probablemente tampoco la última- que el Sr. Hasbún reduce una conversación sobre los inmensos aportes a la humanidad realizados por Israel, mediante el uso inteligente de la tecnología, a una discusión sobre el conflicto del Medio Oriente y, en el fondo, sobre la legitimidad de la existencia del Estado de Israel.
Para ello recurre a una interpretación bastante sesgada de la historia. Primero, señala a los palestinos como los ocupantes "ancestrales" del territorio, desconociendo el peso cultural y espiritual de la Biblia y de la evidencia arqueológica. Segundo, omite la base jurídica de la creación del Estado de Israel, es decir, la Resolución 181 de 1947, cuando Naciones Unidas aprobó la partición del territorio del Mandato Británico, otorgando a los palestinos la mayor parte del territorio, lo que fue considerado insuficiente por el mundo árabe, que respondió con la invasión y la guerra.
Y, tercero, tampoco se menciona el por qué entre 1948 y 1967, cuando todos los territorios que ahora reclaman, incluyendo Jerusalén, estaban en manos árabes, no hubo ningún intento o interés por crear el Estado Palestino, y en vez de eso iniciaron otra guerra.
El Sr. Hasbun debería reconocer entonces que el sufrimiento del pueblo Palestino tiene dos causas muy claras: Primero, la obstinación de sus dirigentes en desconocer la existencia de Israel eligiendo la guerra con sus tremendas consecuencias. Y segundo, el despilfarro de sus recursos en armas y corrupción, en lugar de invertirlos en desarrollo humano y tecnológico como lo ha hecho su vecino, Israel.
Y aunque parece evidente que los palestinos siguen sufriendo las consecuencias de sus malas decisiones políticas, tal vez valga la pena adentrarse en un análisis que va más allá de la historia, y que incluya una mirada más sociológica, antropológica o filosófica.
En esta línea, se puede aseverar que Israel optó desde un comienzo por construir un proyecto país, que con mucho esfuerzo ha generado interesantes logros en diversos ámbitos. Pero Israel no se jacta de sus logros, como acusa el señor Hasbún. Israel invierte en conocimientos y comparte sus beneficios con el mundo. Y, adicionalmente, los logros israelíes no son a expensas de los palestinos, sino muchas veces a pesar de la hostilidad, la violencia y boicot propugnado por los palestinos.
En este mismo foco de análisis, resulta que el liderazgo palestino antes de soñar con su propio país, optó por negar la posibilidad un Estado Judío en Medio Oriente, y cuando esa estrategia no funcionó, simplemente optaron por responsabilizar a Israel de todos sus males, acusando un proceso deliberado de usurpación e invisibilización, tratando de construir una narrativa de víctimas, que en el largo plazo se ha convertido en un lastre de su propio desarrollo.
Basta entonces de narrativas ficticias y de teorías conspirativas que azuzan a los antisemitas en las redes sociales. Basta de decir que el exitoso modelo hídrico de Israel se habría logrado robando el agua palestina, que Israel hace pruebas vacunas experimentales en los palestinos, que el respeto de Israel por las minorías LGBT es sólo lavado de imagen.
En resumen, pongámonos serios y debatamos en forma razonable, para dedicar menos esfuerzo a deslegitimar al otro y enfocarnos en potenciar nuestras capacidades, para un futuro mejor en Israel, en Palestina y en el Medio Oriente.
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