Es difícil evitar el pensamiento de un cambio radical en nuestro mundo entre quienes vimos la semana pasada a Donald Trump y Volodímir Zelensky gritándose en una conferencia de prensa. El usual diálogo de alto nivel al que nos acostumbramos parecía terminarse con la velocidad de un relámpago. Sin embargo, para quienes siguen con atención la política internacional, este relámpago es un signo más de una tormenta más larga.
Navegamos en un contexto internacional tempestuoso, marcado por la creciente competencia hegemónica entre Estados Unidos y China. La guerra ha vuelto a ser una opción en la geopolítica mundial. La cooperación se vuelve improbable. Los países medianos, como Chile, se enfrentan al desafío de definir su papel y estrategias para navegar por estas aguas turbulentas. Nadie sabe cuánto durará esta transición, pero sí es fundamental prepararse.
Para navegar en tormentas se requiere un barco bien mantenido, conocer las condiciones meteorológicas y utilizar las herramientas de navegación adecuadas. Asimismo, la experiencia y conocer la historia previa es fundamental. Pero hay tormentas únicas para las que nadie está preparado previamente. La última experiencia de este tipo fue la caída de la Unión Soviética, que marcó el fin del periodo bipolar y el inicio de una era de influencia hegemónica de los Estados Unidos. Este proceso de transición, plasmado en la caída del Muro de Berlín, duró al menos media década.
Hoy transitamos una nueva tormenta internacional. ¿Cómo orientarnos? La literatura académica señala tres respuestas predominantes que las potencias medias, como Chile, pueden considerar.
La primera respuesta ha sido la ambigüedad estratégica, que se refiere a una situación en la que un país adopta una postura deliberadamente poco clara respecto a sus objetivos en política exterior. Esta ha sido la estrategia privilegiada por nuestro país, evitando alinearse abiertamente con ninguna de las superpotencias. La ambigüedad puede facilitar las relaciones comerciales y las oportunidades de cooperación en diversos campos. Sin embargo, en momentos de transición, sólo tiene resultados de corto alcance. La prolongación de la ambigüedad puede generar incertidumbre y desconfianza en las grandes potencias y en otros actores regionales e internacionales en el largo plazo, y favorece quedar a la deriva.
La segunda alternativa es fortalecer el compromiso con el multilateralismo. Chile puede mostrar su apoyo a foros internacionales para abordar problemas críticos como la seguridad alimentaria y el cambio climático. En estos foros, Chile tiene la oportunidad de maximizar su influencia y proteger su autonomía. Y así lo ha hecho, como en la visita del Presidente Boric a la Antártica junto al secretario general de la ONU o la reciente presidencia de Chile en el ECOSOC. Sin embargo, la efectividad de estas plataformas está bajo presión. Son barcos sin diseño para esta tempestad. Chile tendría que asumir los desacuerdos con las grandes potencias en estos espacios y, por tanto, la búsqueda de consensos sería muchas veces limitada.
La tercera estrategia consiste en fortalecer los vínculos con otras potencias medias. Chile puede establecer redes más complejas con países medianos con los que comparte intereses similares. En otras palabras, establecer relaciones en espacios independientes a los sembradores de tormentas. Esto se puede canalizar a través de asociaciones estratégicas bilaterales o mediante esquemas minilaterales basados en la articulación de factores de dotación o logísticos. México, por ejemplo, ha creado una asociación de innovación con Indonesia, Corea, Turquía y Australia (de ahí su nombre MIKTA), donde ni Estados Unidos ni China participan activamente. Aunque las diferencias en prioridades y las restricciones económicas podrían dificultar esta forma de colaboración, se vuelve una plataforma de acción internacional con autonomía relativa de las superpotencias.
Es crucial que Chile considere alternativas que fomenten su autonomía y capacidad de resiliencia. Reforzar lazos con potencias medias conlleva la promesa de tener un barco bien diseñado para navegar la tormenta. Un camino en esta dirección es el fortalecimiento de la estrategia del Latino-Pacífico. Esto implicaría organizar estratégicamente a las naciones medianas de la cuenca latinoamericana del Pacífico alrededor de un esquema logístico que garantice intercambios libres de encuadramientos hegemónicos con las superpotencias. Por ejemplo, se puede comenzar incorporando una mirada estratégica y de crecimiento de la Alianza del Pacífico para que funcione como línea de base. En esta misma dirección, Chile puede aprovechar su compromiso con la transición energética para establecer una red de suministro seguro de minerales críticos y de hidrógeno verde. También puede fortalecer su participación en marcos plurilaterales como el Acuerdo de Asociación de Economía Digital (DEPA), donde, junto con otras potencias medias como Nueva Zelanda, Corea del Sur y Singapur, busca establecer un ecosistema digital común para promover un comercio digital inclusivo, autónomo y sostenible.
La transición del orden internacional plantea desafíos complejos, pero también oportunidades significativas para potencias medias como Chile. Al establecer alianzas estratégicas con potencias medias y adoptar un enfoque proactivo en espacios minilaterales o plurilaterales, el país no solo podrá hacer frente a las presiones emergentes de las superpotencias, sino que también contará con las herramientas adecuadas para salir de la tormenta.
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