El liberal-globalismo pretende una verdad oficial, acusando de desinformación a todos aquellos que dan opiniones distintas y contrarias a su versión. Ellos proponen leyes para condenar la desinformación, atentando contra la libertad de prensa y de expresión. En Gran Bretaña, quien expresa una opinión contraria a la verdad oficial en las redes sociales es arrestado; en Alemania también se persiguen opiniones contrarias al régimen expresadas en las redes sociales y se prohíben los libros adversos a la versión oficial, tanto en librerías como en bibliotecas; en España se judicializan las opiniones divergentes del régimen sobre cualquier tema en particular, se persigue a comentaristas, religiosos, entre otros. En Francia, la izquierda se burla de las víctimas de niñas violadas por extranjeros, lo mismo en Inglaterra, donde no se puede criticar dicha violación. Durante la administración Biden, varios religiosos fueron arrestados por orar cerca de clínicas abortivas. Si bien en la administración de Trump fueron liberados, el mal de la persecución persiste hasta la eliminación, como ocurrió con Charlie Kirk. En Canadá, la persecución el ser acusado por atentar contra la ideología de género llega a ser norma del día, sobre todo en la época del régimen Trudeau.
Muchos otros ejemplos más se pueden encontrar en las democracias liberales occidentales revertidas en un totalitarismo sombrío, porque el capitalismo, a diferencia del totalitarismo socialista, que ejerce una represión externa y objetiva, en el capitalismo es interna y subjetiva, igual o peor de represora y perversa.
A la luz de lo anterior, la democracia liberal se hace cada vez más insostenible como sistema garante de los derechos humanos básicos, donde las élites globalistas que han cooptado los gobiernos domésticos imponen sus criterios y los partidos se transforman en ejes del mal. Dado que no existe universalmente ningún protocolo de obligaciones humanas que dé constancia y validez efectiva a los derechos humanos, la democracia liberal ha llegado a ser el más cruel y oscuro totalitarismo de toda la historia de la humanidad, donde las virtudes y valores cristianos son perseguidas y abolidas y se da carácter de derecho al asesinato y abuso de niños por parte de las autoridades. Una de las mayores atrocidades de lesa humanidad es la propuesta de "hormonización" de niños pequeños, violando la dignidad del niño y el derecho de los padres. Aún más, en la Unión Europa se propone que los niños elijan su género sin ningún límite, acusando de incitación al odio a quienes critiquen dicha medida. La democracia liberal en sus diversas dimensiones se ha convertido en el más despreciable y perverso totalitarismo.
Ante la amenaza del totalitarismo disfrazado de democracia en cualquiera de sus versiones, cabe recordar la encíclica "Graves de Communi" del papa León XIII, anunciada el 18 de enero de 1901 que señala en el número 5 que la "democracia social y democracia cristiana son incompatibles, por cuanto una es materialista y la otra se fundamenta en los principios de la fe divina".
Según los principios leoninos, la democracia cristiana denota un régimen popular que significa la acción benéfica cristiana en favor del pueblo. Por lo tanto, entiéndase que la acción de los católicos en favor y auxilio del pueblo concuerda con el espíritu de la Iglesia Católica y es fiel reflejo de los ejemplos admirables que ella ha dado. O sea, que la acción cristiana popular o democracia cristiana vale en tanto cuanto, siempre que se observen, con el obsequio que se merecen y en toda su integridad, las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia Católica. Asimismo, afirma que la obligación es procurar la suerte de los pobres, porque en la sociedad no vive solo cada individuo para sí, sino también para la comunidad. Con esto León XIII descarta cualquier compatibilidad de la democracia cristiana con el liberalismo y la socialdemocracia.
En consecuencia, tal como señala Simone Weil, el capitalismo y el totalitarismo forman parte del progresivo desarraigo, sembrado ya desde el humanismo renacentista y cosechado en la libertad de 1879 como un falso humanismo. Uno que prescinde de Dios. No hay humanismo sincero si prescinde de la fe divina.
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