Es de todos sabido que durante la visita del Papa Francisco a Chile la presencia del Obispo Barros concelebrando las misas, imagen amplificada por los medios, levantó una polémica que eclipsó el propio mensaje Papal. Es lamentable que el caso Barros haya opacado y desdicho el discurso sabio, espiritual, contundente, apostólico y las acciones cercanas y misericordiosas del Papa durante su vista.
Vivimos una sociedad donde se exige, desde hace cierto tiempo, mucha más transparencia en los asuntos públicos. Es una sociedad sacudida por los escándalos de corrupción que han tocado todas las instituciones, incluyendo a la Presidencia de la República y a la policía de carabineros.
Las heridas dejadas por las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura no han terminado del todo de sanar. El entonces Presidente Piñera habló de “cómplices pasivos” y dejó impresa en la conciencia colectiva que es tan grave haber cometido los crímenes como no haberlos denunciado a tiempo por quienes fueron testigos o estuvieron cercanos a ellos.
Monseñor Barros, y los otros obispos vinculados con el sacerdote pederasta Karadima, bien pueden ser considerados “cómplices pasivos” o de ocultamiento de abusos y corrupción sexual.
Ciertamente no se puede afirmar con absoluta certeza que lo sean: no hay pruebas “oficiales”. Pero abundan los testimonios y pruebas que sí lo avalan. Es decir, mientras no se compruebe lo contrario flota la duda acerca de la complicidad, en la opinión pública chilena.
En la sociedad de la pos-verdad un comentario de pasada de un líder, por ejemplo los twitters de Trump, lejos de aclarar, incrementan dudas y polémicas.
Es lo que le sucedió al Papa Francisco con sus comentarios de pasillo en Iquique cuando afirma, "el día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar", "No hay una sola prueba en contra, todo es calumnia".
La sociedad del siglo XXI, sociedad de la información, exige transparencia frente a la corrupción (sea sexual, económica o política). Los abusos sexuales de grandes personajes de Hollywood que han escandalizado a la sociedad norteamericana durante el año 2017 así lo marcan a fuego.
No basta con responder con comentarios de pasillo. El argumento del Papa se retorna sobre sí mismo.
Supuesto que el Obispo Barros sea inocente (y Mons Barros merece la presunción de inocencia que tiene derecho todo inculpado), ¿ué pruebas acreditadas ante la justicia, eclesiástica o civil, verifican aquello?
Se dice que el Obispo habría conversado en reserva con el Papa en varias oportunidades y que éste habría llegado a la convicción de su inocencia. Acaba el Papa de pedir disculpas por haber llamado calumniadores a las víctimas, pero reafirmó su creencia en la inocencia de Barros.
Pero la Iglesia católica pos-conciliar del siglo XXI, ciertamente ya no es la Iglesia del Vaticano I, del siglo XIX. El propio Papa pierde autoridad moral cuando desliza una condena tan grave como tratar de “calumniadores” a las víctimas de Karadima.
Este sacerdote fue condenado por el Vaticano en 2010 a una reclusión de “oración y penitencia” de por vida, por graves crímenes de abusos sexuales y cumple condena.
Sabemos que durante más de 30 años el obispo Barros, cuando todavía era seminarista y luego sacerdote, fue mano derecha de Karadima. La opinión pública tiene legítimo derecho a preguntarse ¿cómo durante todo ese tiempo una persona tan estrechamente ligada al sacerdote Karadima no se enteró ¡de nada!?
Ese manto de sospecha no ha sido levantado en forma oficial, objetiva, informada y transparente por las autoridades del Vaticano ni por la Jerarquía católica chilena, ni menos por el propio Obispo Barros.
Esas autoridades no han dado “pruebas” contundentes y transparentes para retroalimentar el sensus fidelium del pueblo de Dios con la tesis de que hay inocencia.
En cambio, todos sabemos que en el caso Karadima se ha seguido un proceso canónico riguroso y objetivo, lo cual ha sido alta y positivamente valorado ¿Y qué hay con los supuestos “cómplices pasivos”?
Se tiene la impresión de que el Vaticano y la Jerarquía local han actuado, en el caso de los Legionarios de Maciel, en México, con mayor transparencia, lo que no ha sucedido con la Unión Sacerdotal de Karadima en Chile. Esa falta de verdad y transparencia en este caso era una bomba de tiempo que explotó durante la vista del Papa. Barros es su caso emblemático.
En efecto, el manto de sospecha sobre los obispos Juan Barros, Andrés Arteaga, Tomislav Koljatic, y Horacio Valenzuela, nunca ha podido ser levantado. Nunca, que se sepa, se ha considerado analizar la “complicidad” y el Arzobispado se ha limitado a pedir perdón a las víctimas.
Aunque el caso Karadima ha sido ampliamente conocido y denunciado en los medios de comunicación, en la prensa investigativa, en libros e incluso en el cine, la complicidad de los sacerdotes cercanos a él ha sido rápidamente desestimada.
Se ha centrado la atención en Karadima y han quedado en la sombra sus cómplices. Las declaraciones reservadas de inocencia han sido validadas y archivadas por la autoridad eclesial.
Ciertamente los casos de abusos sexuales y pederastia pueden ser tratados como pecado con los procedimientos propios de la vía eclesial y por ende sometidos al secreto de confesión. Pero esos hechos son también crímenes cuyo trato en la sociedad actual está siendo cada más más exigente.
Una violación de menor, siglos atrás, era ocultada y/o no era considera crimen, luego del Holocausto, con la consciencia adquirida acerca de los derechos humanos, en la cultura del siglo XXI que vivimos, se trata de graves crímenes que deben ser llevados a la justicia. La Iglesia no debe ni puede tratar estos casos exclusivamente como trata los pecados desde una óptica sacramental y religiosa.
Otra cosa es la virtud de la prudencia. La Jerarquía eclesial y sobre todo los propios obispos involucrados, encabezados por Barros, no parecen haber actuado con sabia prudencia.
A sabiendas que había inquietud en la Diócesis de Osorno respecto al futuro nombramiento del obispo Barros ¿por qué no se tomaron las precauciones del caso para evitar que la asunción como Obispo fuese polémica como de hecho lo fue?
Se ha filtrado una carta del Papa a los Obispos en que afirma que se pensaba en un año sabático, incluso algunos religiosos han sugerido que sería conveniente una renuncia voluntaria… Todo, en los hechos, ha sido, a los ojos de la opinión pública, imponer una decisión vaticana a trocha y mocha y sin dar mayores explicaciones. Este autoritarismo en la ejecución de las decisiones, que no ha tomado en cuenta a sectores de la comunidad osornina y sus voceros, por mucho que sea legal en el marco eclesial, ha perdido legitimidad en la propia comunidad de Osorno y se ha extendido la desconfianza en el catolicismo chileno en general.
Por otra parte, frente a la visita Papal ¿por qué la Iglesia no tomó las precauciones del caso para evitar el descrédito que generó la presencia del obispo Barros en las misas concelebradas con el Papa una vez conocida la polémica que levanto su presencia en el Parque O’Higgins?
¿Por qué no evitar esa persecución de la prensa?
¿Por qué el propio obispo Barros no tomó con humilde sabiduría la decisión de abstenerse de asistir a esas liturgias sabiendo que opacaría al Papa?
Incluso más ¿por qué la persistente actitud del propio Obispo Barros de no querer renunciar a su Diócesis?
¿Que se pretende con esto? ¿Mostrar la inocencia del Obispo y además su comunión con el Papa? ¡No se ha logrado! Al contrario, el resultado de todo esto ha sido incrementar el descrédito de la Iglesia, de su Jerarquía y del propio Santo Padre.
La Iglesia católica chilena, jerarquía, clero y laicado, tendrán que ver cómo se hacen cargo de este enorme desafío que compromete su propia capacidad de ser agente evangelizador. En vez de ser agente de unión, paz y de justicia, la iglesia cuestionada, está siendo agente de división, escándalo y desunión.
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