Junto con la potabilización del agua, la vacunación ha sido fundamental para la supervivencia de la especie y en la lucha contra diversas enfermedades, demostrando su eficacia en la prevención de brotes, reduciendo la carga de éstas y salvando millones de vidas en todo el mundo.
De hecho, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la vacunación infantil salva entre 3,5 y 5 millones de vidas al año, mientras que en 2021 se salvaron casi 15 millones de vidas del Covid-19. Precisamente antes de la pandemia, los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos informaban que la vacunación permitió prevenir casi siete millones de casos y 100 mil hospitalizaciones asociadas a este virus. Asimismo, un estudio en Escocia publicado por el Journal of the National Cancer Institute mostró la eficacia de las vacunas contra el virus del papiloma humano (VPH), donde en un seguimiento de 10 años no se detectó ningún caso de cáncer entre las mujeres vacunadas.
Con todos estos datos, ¿por qué sigue siendo un tema controversial? Existe una multiplicidad de causas, aunque muchas de ellas se sustentan sólo en base a mitos e ideas erróneas respecto a las vacunas. Por ejemplo, este año se cumplen 26 años del artículo que dio origen al movimiento antivacunas, por un estudio que las relacionaba con el autismo, por supuestos componentes como el aluminio o el mercurio (timerosal). Este estudio lo desmintió la misma OMS en innumerables ocasiones, luego de haber encontrado graves irregularidades -con datos falseados y carencia de rigor científico.
En este sentido, las fake news actúan de la misma manera que los virus. La desinformación se distribuye con rapidez y provoca pandemias de desconocimiento y contagios de miedo. De hecho, un análisis realizado por BBC Mundo en Facebook entre los años 2020 y 2021, con palabras claves relacionadas al Covid-19, encontró que el 6,5% de todas las interacciones (me gusta, comentarios, reacciones y compartidos) en posts en español durante este periodo correspondía a mensajes desinformativos y antivacunas.
Desafortunadamente, estos mitos generan no sólo brotes de enfermedades que se creían extintas o controladas -la Asociación Española de Pediatría alertó sobre el resurgimiento del sarampión debido a poblaciones no vacunadas contra ésta, la poliomielitis o la difteria-, sino que también un costo sanitario gigantesco, sobre todo en países en vías de desarrollo. Hace unos años, en Estados Unidos ya se calculaba la carga económica atribuible a enfermedades prevenibles mediante la vacunación entre adultos y el valor de la productividad perdida, alcanzando los 7.100 millones de dólares en sólo un año.
Hoy todas las vacunas (y medicamentos) disponibles para tratar enfermedades transmisibles como las descritas o aquellas que nos afectan principalmente en invierno, causadas por virus como la influenza, el sincicial o el coronavirus, pasaron por rigurosos estudios y ensayos clínicos, que han determinado su seguridad y efectos biológicos, junto con la eficiencia en la prevención o combate de las mismas.
Frente a esto, y como profesionales de la salud, necesitamos seguir informando y acompañando a las personas respecto a la educación de estos temas, orientándolos sobre los beneficios de la inmunización en todas las edades, principalmente en esta época y por las amenazas que aparecen cuando llega el invierno. Esto es un acto de responsabilidad con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean, siguiendo con una de las medidas sanitarias que más beneficios nos ha generado como humanidad.
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