Copiar no es estudiar: el desafío de pensar en tiempos de algoritmos

En marzo de 2023 se lanzó ChatGPT-4 y en junio de este año, ChatGPT-5. Ambas versiones llegaron envueltas en promesas, "ahora sí que entiende, que razona, que piensa". Pero más allá del marketing, hay algo que no cambia: la máquina responde, pero no piensa; imita ideas, no genera pensamiento. Y, sobre todo, no aprende como lo hacemos los humanos.

ChatGPT-5 pertenece a lo que se conoce como inteligencia artificial generativa. No copia textos ya escritos: genera nuevos, palabra por palabra, en tiempo real, a partir del contenido del que se alimenta y que procesa según patrones estadísticos extraídos de millones de documentos ¿Cómo lo hace? Leyendo -sin comprender- todo lo que alguna vez subimos a internet: artículos públicos, libros, foros, correos, tareas, blogs, redes sociales, manuales, discursos, publicaciones académicas. Todo ese saber que -sin contrato, sin crédito, sin compensación- alimenta el sistema que hoy se vende como servicio premium.

Lo que se presenta como inteligencia artificial es, en realidad, conocimiento humano procesado por una máquina. Y aunque quizás ya lo olvidamos, esto no es nuevo. Años atrás pasó lo mismo con ese paquete de herramientas que todos tuvimos que aprender a usar para entrar al mundo de lo "moderno". Lo que se vendió como opción, se volvió exigencia. El profesorado -sin incentivo alguno- alfabetizó gratuitamente a generaciones enteras en herramientas privadas y muy lucrativas que luego se convirtieron en requisito para cualquier empleo.

Hoy el patrón se repite: debemos aprender a usar, enseñar y evaluar nuevas herramientas generativas antes de saber si realmente nos sirven. Y de paso, adaptarnos sin preguntar. Esta inteligencia artificial, que se ofrece como "facilitador", en el fondo es un sistema que lucra con la inteligencia humana, sin dar nada a cambio. Lo paradójico es que estamos ayudando a construir una máquina que, por su diseño, no enseñó, no preguntó, no leyó con conciencia, ni dudó. No tuvo que entender un problema desde cero ni aprender a pensar. No tiene historia, perspectiva ni cuerpo. No distingue entre verdad y mentira. No razona: predice. No entiende: imita. No corrige: reproduce.

Es una herramienta poderosa, sí. Que puede redactar bien un texto, acompañar, diseñar, ayudar. Pero eso no garantiza comprensión. Una respuesta rápida no es sinónimo de verdad, ni un resultado concluyente es necesariamente correcto. Esta herramienta no educa porque no enseña a pensar. No sustituye el proceso de aprender y, por tanto, puede ofrecer noticias falsas, explicar mal hechos históricos, citar autores inexistentes y repetir ideologías disfrazadas de neutralidad.

Lo más inquietante es que lo hace con un tono seguro, bien estructurado y persuasivo, lo que puede impedirnos notar que nos está desinformando. Que está moldeando en nuestras niñeces y jóvenes una visión del mundo simplificada, distorsionada o peligrosamente sesgada Que está filtrando lo que vemos, cómo lo interpretamos y qué consideramos "normal".

Ese es el verdadero peligro. No que nos reemplace, sino que nos moldee sin que lo notemos. Que deleguemos en un sistema opaco nuestras decisiones, nuestras ideas, nuestras palabras. Que aceptemos como conocimiento algo que no es más que lenguaje sin comprensión. Las inteligencias artificiales generativas no estudian, copian y reorganizan lo que ya dijimos. Y así seguirán. Pero el poder -y la responsabilidad- de decidir qué hacer con eso sigue siendo nuestro. No podemos regalar nuestro conocimiento al próximo sistema que pretenda decirnos como hablar, como escribir o como vivir. Porque la inteligencia no reside en la velocidad, sino en la profundidad. Y crear, en su forma más genuina, sigue siendo un gesto puramente humano.

Por eso en estos tiempos donde todo parece susceptible de automatización, asistir a la escuela, o la universidad, no pierde valor: lo multiplica. Son espacios insustituibles que nos invitan a preguntar, a dudar, a analizar. Lugares donde aprendemos a mirar más allá de lo que suena convincente. Donde se cultiva la lectura crítica, el juicio propio y el pensamiento autónomo. Porque cuanto más avanza la tecnología, más esencial se vuelve el pensamiento: ese que no puede automatizarse, que necesita tiempo, errores, cuerpo y diálogo.

Frente al brillo seductor de la inteligencia artificial generativa, es necesario decirlo fuerte y claro: no existe algoritmo capaz de reemplazar la experiencia de un buen profesor o profesora en los primeros años de formación, ni de quienes acompañan, incomodan, interpelan y desafían el pensamiento en la adolescencia y adultez. Porque pensar sigue siendo una acción profundamente humana, y defender la educación no es un gesto nostálgico: es una urgencia política, ética y social. No nos confundamos. No lo olvidemos. Sin educación, no hay futuro, sin pensamiento crítico, no hay libertad. Y sin mentes que cuestionen, la máquina avanza sin humanidad que la interrogue.

Desde Facebook:

Guía de uso: Este es un espacio de libertad y por ello te pedimos aprovecharlo, para que tu opinión forme parte del debate público que día a día se da en la red. Esperamos que tus comentarios se den en un ánimo de sana convivencia y respeto, y nos reservamos el derecho de eliminar el contenido que consideremos no apropiado