"Endgame" de ciclo en Bolivia, al balotaje sin MAS

El destacado intelectual y político boliviano René Zavaleta Mercado solía decir: "En América Latina la eternidad es muy breve". Nada más cierto si se considera que los ciclos políticos con huella fluctuaron entre una década (primer peronismo, 1946-1955; menemismo, 1989-1999; fujimorato, 1990-2000; correismo, 2007-2017), y un decenio y algo más (primer varguismo, 1930-1945; kichnerismo, 2003-2015; o el Frente Amplio de Uruguay, 2005 a 2020). Un registro contemporáneo de dos décadas ininterrumpidas es poco común en la región, la Concertación por la Democracia en Chile (1990-2010), y con un proyecto distinto el Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, desde enero de 2006 a la actualidad, una etapa que se cerró el domingo pasado con un resultado que lo deja fuera del balotaje.

Durante el gobierno del masismo (primero con Evo Morales y después con Luis Arce, hoy enfrentados) el país se estabilizó políticamente con cambios estructurales que incorporaron prácticas indígenas y la narrativa nacional-popular heredada de la revolución de 1952. Originalmente fue irrigado por la épica de las insignias de Estado sobre un hijo de la pachamama, con el protagonismo del sujeto indígena, y enfatizando la hostilidad discursiva al neoliberalismo. La renta de crudo y gas permitió en los años de bonanza que la población bajo la línea de la pobreza disminuyera a un histórico 38%, con un índice de desigualdad GINI que también mejoró.

Dicha situación se ha revertido y hoy Bolivia experimenta una escasez de dividas y combustibles, alcanzando un porcentaje de inflación interanual de casi el 25%, una de las peores crisis económicas del siglo XXI. A lo anterior hay que agregar el mal endémico latinoamericano de la corrupción, la esmirriada credibilidad de las instituciones, y la extrema fragmentación del campo político, tanto de un oficialismo en guerra civil, como de la oposición que tampoco llegó unida a los comicios. En suma, una tormenta perfecta.

Algunos piensan esta debacle no hubiese ocurrido si el ciclo del MAS hubiese concluido en el 2019, cuando movilizaciones callejeras primero, y un golpe después, sacaron a Evo del poder, quien se exilió temporalmente. Sin embargo, la pandemia se interpuso y el MAS regresó con el ministro de Economía y Finanzas de Morales, Luis Arce, considerado como el arquitecto del crecimiento económico de Bolivia, ahora en pugna con su anterior jefe, quien no se resignó a no liderar a sus antiguos colaboradores y adherentes.

Como consecuencia, el pasado domingo se impuso el voto refractario al MAS, en una clara expresión de una oposición que suma sobre el 85% de los votos, pero muy dispersa en el balance. El balotaje se concreta sin aquel que había liderado la intención de voto en varias encuestas, Samuel Doria Medina, que fue relegado al tercer lugar confirmando que la demoscopia no es fácil en Bolivia. La sorpresa fue el centroderechista demócrata cristiano y senador por Tarija, Rodrigo Paz Pereira (32,14% de los votos), que al parecer absorbió los votos populares otrora del MAS y Evo, como se desprende de su victoria en los reductos donde la izquierda campeaba antaño: La Paz, Oruro y Potosí. Algún papel jugó su candidato a vicepresidente, Edman Lara, un expolicía de discurso anticorrupción. Pero también pudo tener algo que ver la tradición familiar socialdemócrata de su padre, el expresidente Jaime Paz Zamora.

Su contrincante, Jorge Quiroga (26,81% de los votos), exvicepresidente de Banzer y su reemplazante en 2001-2002, es un más clásico candidato liberal-conservador, partidario del endeudamiento externo con organismos financieros internacionales y aperturismo comercial, combinación que en Bolivia suena a los años '90, aunque ha ido tiñendo su retórica con las medidas de ajuste fiscal mileista abrupto.

Otro dato es el voto nulo que rondo el 19%, que Evo Morales busca arrogarse dado su inhabilitación para participar, y que superan el 8% de quien fuera su delfín, Andrónico Rodríguez. Por consiguiente, es probable que Evo intente proclamarse líder de la oposición, y no se puede adelantar su extinción política ya que aspira a seguir siendo protagonista de las movilizaciones de calles y caminos por medio de la agudización del conflicto en El Chapare y parte del país.

En lo internacional, ambos contendientes del balotaje manifiestan una mejoría de relaciones con Brasil a la vez que aflojaran, sino desaparecen, los vínculos con ALBA y Venezuela, mientras mantiene la presencia nacional en el BRICS. Por lo anterior la conectividad de los corredores bioceánicos con salida al Pacifico volverán a ser prioridad, lo que hace Chile sea mencionado. El contexto geopolítico, no obstante, no es sencillo con el multilateralismo desplazado por el personalismo populista que busca sobre todo la afinidad de estilo.

Así las cosas, es probable que Paz Pereira siga apelando al votante popular que solía votar por el MAS, es decir los desafectos o desencantados del sistema, con un programa de gobierno en el que se distingue la descentralización en un país de acendrados regionalismos. Mientras que Quiroga intentará capitalizar la furia antimasista con el mensaje de la "la motosierra" y especialmente la primacía económica de inversiones externas y comercio.

En cualquier caso, es un fin de época en forma y fondo. El país del centro de Sudamérica, que por dos décadas permaneció inmune a ofertas electorales de signo contrario al MAS, excepto el interinato de 2019-2020, va a girar en sentido contrario, quizás presagiando un vuelco copernicano en la política subregional sudamericana. Aunque no por eso el porvenir es menos incierto. La fragmentación política de la oposición amenaza un proceso que puede comprometer la precaria estabilidad boliviana. Será necesario forjar coaliciones amplias en el Congreso, donde también las oposiciones tienen mayoría ante un desplomado MAS, para garantizar la gobernabilidad, incluso sin descartar el adelanto de la transmisión de mando -de fecha en noviembre- para prevenir un mayor descalabro.

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