La pluralidad en la Cámara de Diputados suele señalarse como gran culpable de la ineficacia legislativa. Sin embargo, reducir todo a la mera cuenta de partidos -sin siquiera ponderar su fuerza relativa en escaños- equivale a intentar comprender un texto complejo leyendo sólo una línea de cada párrafo. La dificultad no reside en cuántos grupos hay, sino en la indisciplina, el personalismo y la falta de coherencia que florecen incluso en las bancadas más potentes.
Que tres partidos cuenten con un único diputado puede parecer anecdótico cuando, al mismo tiempo, legisladores de fuerzas mayoritarias votan sistemáticamente en contra de sus propios gobiernos. Bajo Sebastián Piñera vimos con asombro a congresistas de la UDI y RN respaldar retiros de pensiones contrarios al espíritu de La Moneda; con Gabriel Boric el escenario ha sido muy parecido:
Más allá de la aritmética, la verdadera falla radica en el incumplimiento sistemático de los compromisos internos y en la fragilidad orgánica de los partidos.
Otro problema provocado por la obsesión analítica con los números es enmascarar que los partidos con más diputados conviven con diferencias ideológicas y programáticas profundas. Así, UDI, RN, PS y Frente Amplio sólo lograron aprobar la reforma de pensiones tras años de discusiones, numerosos discursos para los medios y respectivas barras bravas, abstenciones tácticas y cobros de facturas internas posteriores. Ese ir y venir revela un fenómeno recurrente: la búsqueda de rédito de grupo por sobre el proyecto común.
El espejismo de las soluciones fáciles ha llevado a algunos a promover como salida elevar los umbrales electorales y sancionar a los "rebeldes" de la disciplina partidaria. Pero las leyes no forjan estructuras sólidas ni prácticas colectivas: cuando la actuación individual prima sobre el compromiso compartido, ninguna norma logra frenar el desorden.
Recuperar la capacidad de decisión exige repensar la política como un ejercicio de bien común y entender los pactos electorales -si no se aspira a suprimirlos- como expresiones sinceras de ideas compartidas, no meros acuerdos tácticos.
Entre los pasos indispensables a dar nos parece que se encuentran:
La política chilena no requiere tanto menos voces, sino voces de mayor calidad y credibilidad. La fragmentación sin disciplina se convierte en circo que impide avanzar en proyectos de ley relevantes y erosiona la confianza ciudadana. Volver a la esencia de la representación implica acordar con claridad, legislar con responsabilidad y responder con integridad: solo así mejora la eficacia decisoria.
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