Quienes hemos venido observando el quehacer en Clínica Las Condes en estos últimos años coincidimos con la apreciación vertida por Daniel Matamala en su columna de La Tercera, refiriéndose al presidente del nosocomio. Tal cosa, la falta de competencias, fue apuntada por el suscrito hace unos días en el espacio para comentarios que La Tercera deja a sus suscriptores en su versión "on line".
Para los que estamos en el mundo de la gestión hospitalaria es tan evidente que esto es así, por la destrucción de valor que han producido en la clínica las decisiones que se han venido tomando. Salvo que lo que se busque sea destruirla, pero sospecho que aquello no está en la mente de su dueña, Cecilia Karlezi, esposa del señor Gil. No sería razonable.
También Gil se ha transformado, a propósito del supremacismo derivado de su exigencia de recibir una tercera dosis de vacuna, como ningún otro ciudadano en Chile, en el segundo "guatón Gasco" de nuestro humilde territorio. Entonces uno se pregunta ¿por qué pasan estas cosas en Chile? ¿De dónde surgen estos personajes más propios de las historias de Tolkien? Me olvidaré de las vacunas del señor Gil por un rato, tema ya tratado por la prensa.
Cuando egresé, hace muchos años ya -en 1988-, del programa de magister de Administración de Salud de la Universidad de Chile, apenas rendí mi examen de grado sentí que me lanzaba al cosmos de la gestión de instituciones de salud a bordo de la potente nave de mi formación. Me había ido muy bien, por lo demás (comparado con otros, como diría el epidemiólogo). Pero entonces ocurrió un hecho inolvidable para mí. El director del Programa Interfacultades, mi querido doctor cuyo nombre omitiré para no involucrarlo, me tomó de un hombro, me sacó del cóctel que ya se desplegaba y me llevó al balcón desde donde pudimos observar Santiago y me dijo: ahora viene lo bueno, porque aprenderás que si bien estás formalmente preparado, las cosas en este país se resuelven gracias a la buenas relaciones y a los "pitutos".
¡Oh, sorpresa! Me lo decía él, que se desempeñaba como médico contralor en una isapre. Quedaba, entonces, todavía un trecho singular que recorrer.
Y tal cual. Desde la academia, donde me situé para sobrevivir y evitar establecer relaciones muy pecaminosas y desde la gestión pública, gracias al Servicio Civil, he sido testigo de cómo es que en Chile se despliega el acceso al "country club". Y les puedo decir con toda tranquilidad que no es por mérito. Esto es muy interesante, porque la cosa pública -el acceso a los cargos gerenciales en el sector público- se ha ido normalizando bastante gracias al sistema de Alta Dirección Pública del Servicio Civil, lo que es sano y transparente tratándose de asuntos y de recursos públicos.
Por cierto, la variable política -la repartija del botín- no ha sido erradicada, pero ha sido puesta de algún modo más equilibradamente en su lugar. Es decir, en eso estamos mejor, habida cuenta de las reformas al estado que están pendientes (el futuro, ahora).
Donde no estamos mejor es en el sector privado, donde vive el emprendimiento y se despliega la actividad empresarial que agregaría más puntos al PIB, según siempre nos han dicho. En efecto, la propiedad de los negocios hace pensar a sus dueños que no hace falta considerar el mérito al momento de desplegar los dispositivos de gestión que harán de su empresa y de Chile algo mucho mejor. Pero aquí es donde aparece la sombra del nepotismo, reservado para comprender los fenómenos propios de la gestión pública, donde tal cosa no se tolera y se castiga, ahora desplegado a pasto en el sector privado bajo el lema de "el gato es mío".
Una suerte de desafortunada universalización de la empresa familiar. Y yo me pregunto ¿Cuántos puntos del PIB perderá Chile año tras año por poner la gerencia de los negocios, como el de la Clínica Las Condes, en manos incompetentes sólo por razones de parentesco? ¿Cuántos parientes, amigos, sobrinos de los amigos son reclutados en el sector privado para tomar en sus manos la conducción de importantes negocios, sin que cuenten con las mínimas habilidades para hacerlo? Este es un problema de Chile del cual no se habla. Los comentaristas no lo hacemos por pudor, porque los negocios no son nuestros. Allá los dueños si están disponibles para perder dinero para congraciarse con la tía Margarita.
A mi aquello no me parece. No es congruente. Si queremos menos impuestos para crecer más, démosles a los chilenos la garantía de que los negocios han de estar en las mejores manos, manos de profesionales, para maximizar la generación de riqueza, la generación de empleo y el bienestar de toda la comunidad. Dejemos atrás el nepotismo.
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