El 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. En Chile como en el mundo se concuerda la necesidad de establecer medidas y políticas de prevención. No obstante la alta recurrencia de cifras, mediciones e indicadores del malestar, estos no parecen interrogar la subjetividad de la época. Sino solo su uso para clasificaciones y estándares, que levantan burbujas diagnósticas de patologías y trastornos de manera uniforme, separando al sujeto de sus síntomas y de sus determinantes personales y sociales.
La dictadura de lo Uno, de lo mismo para todos, que sofoca las diferencias de lo singular e inédito, es el camino expedito para uniformar los padecimientos personales, con clasificaciones de patologías estándares que terminan medicalizando, vía fármacos, la vida cotidiana.
Anualmente en Chile se comercializan cuatro millones de cajas de tranquilizantes y ansiolíticos; cuatro millones y medio de antidepresivos y casi dos millones y medio de inductores del sueño.
En un estudio de SENDA del 2017, se constata el aumento sostenido en la venta sin receta médica- mercado informal-, de alprazolam, valium, diazepam, ravotril entre los principales.
Otro estudio realizado en la atención primaria de salud, indicó que un tercio de los encuestados usaba algún tipo de psicofármaco y en un centro de atención primaria de salud, se constató que un 74% de los psicotrópicos fue prescrito por un médico general. Solo en un 13% por un psiquiatra y un 6% por un facultativo de otra especialidad.
Otros como la Fentermina usada como inhibidor del apetito, pero que es de la familia de las anfetaminas o el metilfenidato, usado para el tratamiento de diagnóstico de déficit atencional, han tenido un crecimiento explosivo.
La medicalización extensiva se acentúa en segmentos determinados, como por ejemplo, los adultos mayores. Sin embargo la prevalencia de indicadores, como por ejemplo, en el caso de la depresión y ansiedad, no disminuyen.
Por otra parte, de las ventas de la industria farmacéutica en Chile, las cifras indican que el 75% corresponden a medicamentos del denominado mercado ético o de recetas retenidas.
Existen variados estudios internacionales avalados por integrantes de comunidades científicas, que cuestionan la eficacia estandarizada de este tipo de fármacos.
De la misma manera, hay certezas respecto de sus efectos complementarios ya no solo secundarios. Así como la sintomatología que provoca la abstinencia de los mismos luego de su uso más o menos prolongado.
Por eso en algunos países de Europa principalmente, una demanda a veces cumplida, es que los destinatarios de estos, sean informados de sus posibles efectos, así como las consecuencias por la suspensión de los mismos.
Hoy como nunca debemos doparnos para poder vivir, es decir, intoxicarnos para no sufrir lo que el espíritu percibe. Por ello el aumento de las toxicomanías, la drogadicción en sus diferentes modalidades, tanto legales e ilegales, como circuito de un mismo continuo.
La ansiedad, tristeza, pérdidas, dificultades de sueño, inquietud de los niños, estrés, agotamiento nervioso, los dilemas de hombres y mujeres, terminan tratadas como trastornos o patologías.
Los fármacos pueden ser muy necesarios y útiles en patologías severas que provocan una discapacidad prolongada o persistente.
No se trata de abogar por la prescindencia del uso de psicofármacos, porque son de vital ayuda en algunas situaciones, pero muchas veces son un falso auxilio o incluso perjudicial para fortalecer las capacidades propias.
Y en otro sentido también, una manera de inhibir la reflexión y acción respecto de los determinantes sociales que intervienen en su generación.
No todo dolor psíquico, emocional o anímico es enfermedad o trastorno mental. Algunos incluso tienen que ver con las vicisitudes propias de la vida y nuestra estructura como seres humanos.
La precariedad y vulnerabilidad actuales no son sólo un estatuto jurídico o económico, sino también una sensibilidad de la fragmentación del cuerpo social y de la fractura producida en la percepción de si mismo. El régimen productivo se basa cada vez menos en la explotación de la energía física y cada vez más en la sustracción de la energía nerviosa, con prescindencia de la experiencia afectiva corporal, y el predominio de la virtualización de la experiencia del otro.
No son causales entonces los agotamientos de la energía psíquica, la atención y la sensiblidad.
El sufrimiento psíquico y el agotamiento nervioso deben ser punto de partida para proponer nuevas formas de organización y no de adaptación pasiva.
La salud mental necesita menos prevención individual y sanitaria del sufrimiento mental y más promoción colectiva del bienestar.
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